Aunque soy medio olvidadizo, todavía recuerdo "patente" aquel primer viaje que realicé en tren desde la estación de Purmamarca hasta San Salvador de Jujuy -64 Km de distancia- cuando tenía 8 años, es decir, hace más de 52 años.
Había un solo tren que pasaba a las 15, el cual venía de La Quiaca con destino a Retiro, Buenos Aires. Y llegaba a San Salvador de Jujuy alrededor de las 20. Viajaba con mi mamá Eduvijis, para participar de la peregrinación de la Virgen de Río Blanco y Paypaya, Patrona de Jujuy, que se realiza todos los domingos de octubre de cada año. La emoción y la ansiedad por este primer viaje en tren me eran incontenibles. También las ganas de conocer la ciudad capital, e ir a la peregrinación.
Mi ropita más linda y nueva elegí para ponerme, pantalón azul, camisa blanca y alpargatas -que me había comprado mi papá Florencio- y un saquito blanco que me había regalado mi hermana Lina, que trabajaba en Tumbaya. Vivíamos en Chalala, lugar donde nací, un paraje de Purmamarca que está a dos kilómetros del pueblo y a seis de la estación de trenes, hasta donde solíamos ir a caballo por los caminos de tierra de entonces.
Por lo menos más de una hora antes del horario estábamos en la estación. Miraba con asombro las vías del ferrocarril, el tanque de agua con su enorme manguera para "dar agua al tren", las lindas casas y casillas de los ferroviarios, luego el andén y la boletería. Todo era nuevo para mí. Al comprar el boleto, un señor impecablemente vestido que parecía un general, le dijo a mi mamá que el tren venía con media hora de atraso, y ante una seña que insinué a mi madre, ella me respondió que era el jefe de la estación y que se llamaba don Navarro. Por un instante me quedé pensando envuelto en la tierna ilusión de ser como ese señor "cuando sea grande". Además de otros viajeros, muchas señoras y jovencitas también esperaban al único tren del día para vender sus productos y comidas, como quesos, empanadas, tamales, papas, etc.
De repente sonó la estridente campana que anunciaba la inminente llegada del tren. Observé que era el jefe el que la tocaba, mientras otro señor también uniformado corría a mover una palanca bien grande, que a la vez accionaba la señal que indicaba al maquinista que todo estaba bien.
A lo lejos se escuchaba el andar y el pitear del tren. Mi emoción se acrecentaba, mientras vendedores y pasajeros se alistaban y los vecinos y curiosos se amontonaban. Todos con la mirada hacia la curva que está a casi medio kilómetro donde aparecería la humeante máquina del tren. Enseguida me despedí casi en silencio de mi hermano Domingo, quién vino a despacharnos y tenía que volver con los caballos. El tren se detuvo, gentilmente bajaron pasajeros y gentilmente subimos. Nos ubicamos en nuestro asiento, poniendo previamente nuestros bolsos en el porta equipaje del vagón. Sonó nuevamente la campana que anunciaba la salida, y el gran sueño comenzó a hacerse realidad. Lentamente el tren salió de la estación, seguido del agitar de las manos y nos encomendamos al todopoderoso para que ilumine nuestro viaje.
Al cabo de un tiempo, ya más tranquilo, el viaje se hacía más ameno y familiar; el boletero, los pasajeros, las estaciones, las vendedoras, el sonar de las campanas, las piteadas y los chuku chuku del tren, ya me parecían cotidianos. Sintiéndome más "cancherito", con el permiso de mi madre me fui hasta el estribo donde viajaban otros changuitos, Me senté con ellos. La marcha del tren era lenta y todo era maravilloso, desde el paisaje hasta la brisa del atardecer. La amabilidad de la gente, las ricas comidas que se vendían en las estaciones, sobre todo en Volcán y en León, donde las paradas eran más largas.
Al anochecer llegamos a San Salvador de Jujuy. Había muchísima gente en el andén y toda la iluminación me parecía increíble. Nos esperaban mis hermanos mayores, Daniel y Diego; calles iluminadas y asfaltadas, casas de más de dos pisos, muchos autos, taxis. Todo eso me asombraba. Al igual que mi lindo saquito blanco, cuando descubrí que estaba negro y sucio a causa del hollín que despedía la locomotora.
Por Tomás Lipán
Para LA NACION
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El autor es uno de los músicos más representativos de la expresión cultural jujeña, así como una de las destacadas figuras artísticas del folklore argentino.