En sus comienzos, la relación de Sara Facio con la fotografía tuvo mucho de itinerante: viajaba por el mundo en busca de material que después se convertía en notas periodísticas, en libros, en documentos.
Hoy, su actividad se concentra más en Buenos Aires, donde dirige su propia editorial de libros sobre fotografía y, como asesora del Museo Nacional de Bellas Artes, ha estado a cargo de la Colección Fotográfica Permanente que dicho museo acaba de inaugurar, la cual consta de más de setenta obras y privilegia el trabajo de artistas argentinos.
Un entretenimiento clásico
En uno de aquellos viajes de su etapa itinerante, Sara F. fue a Dinamarca. Iba a fotografiar una ciudad de historia curiosa, Billund, punto de origen de los ladrillos Lego que han amenizado tantas infancias.
Allí, en la década del treinta, un carpintero llamado Godtfred Christiansen protagonizó una de esas historias con moraleja: cuando la crisis de los años treinta lo dejó arruinado, no se dio por vencido y, en cambio, comenzó a fabricar ladrillos de madera con un sistema de encastre que los convertía en un juego muy activo para sus propios hijos.
Con el tiempo, empezó a fabricarlos para los vecinos del pueblo y en 1968, cuando el pasatiempo ya era industria, construyó en Billund una ciudad para los niños enteramente sobre la base de sus ladrillos.
Durante todo ese viaje Sara F. tuvo como sede a Copenhague, tal vez porque siempre ha preferido estar en grandes ciudades, o en lo más parecido a ellas que tenga a su alcance.
Un día decidió incursionar en Humlebæk, un pueblo ubicado sobre la costa, a una hora y media de tren al norte de Copenhague, porque alguien le había mencionado al pasar un museo al aire libre que funcionaba allí.
Sorpresas danesas
"Decidí ir sobre todo porque siempre, desde que era estudiante de Bellas Artes, me había sentido especialmente atraída por la idea de los museos al aire libre.
"Bajé del tren y encontré uno de esos típicos pueblos daneses: prolijos, tranquilizadores, todos construidos para adentro, remarcando la idea de refugio. Caminaba sin demasiada expectativa, hasta que encontré el museo que buscaba.
"Debo decir que no esperaba demasiado, realmente.
En principio, me impactó el hecho de encontrar tanta obra de mis contemporáneos, incluso de gente que yo conocía, amigos a los que visitaba cada vez que iba a París.
"Estaban expuestas, por ejemplo, varias de las esculturas-móviles de Alexander Calder, sobre el cual yo había hecho un trabajo de fotografía, una persona encantadora.
Y había pinturas de Sam Francis, uno de los artistas norteamericanos que después de la Segunda Guerra Mundial se instalaron en París. Y de Joan Mitchell, que pertenecía a la misma generación y era una de mis preferidas.
"Toda gente que con el tiempo ha obtenido un claro reconocimiento internacional, pero que en ese momento estaban en pleno proceso de producción; era realmente audaz que un museo tuviera tanta obra de artistas que todavía no tenían una consagración del todo afianzada."
Sara F. supo que el museo se llamaba Louisiana en honor de la mujer del propietario del lugar, y que éste lo había construido a fines de la década del cincuenta en la casa en que habían vivido juntos hasta que ella murió.
En la casa original funciona la administración del lugar y luego, en un amplio terreno, está expuesta la obra, en gran parte al aire libre, en parte cubierta, con el mar de fondo.
Hoy, el Museo de Louisiana es uno de los museos de arte moderno más importantes de Dinamarca.
"Todo allí está muy bien pensado: los cuadros están donde la luz más los favorece, las esculturas con el fondo exacto, el mar y el espacio abierto aprovechados en su proporción exacta. Los hombres que caminan, de Giacometti, por ejemplo, están maravillosamente emplazados, con ese verde de la vegetación que los rodea y los realza.
"Y luego está el despliegue de diseño de objetos: cada una de las sillas del auditorio donde se dan conferencias es una obra de arte en sí misma.
"Los daneses realmente se destacan en el diseño de objetos, creo que tal vez por su clima, por las noches tempranas, porque pasan mucho tiempo dentro de sus casas, en contacto con sus cosas.
"Quedé tan impactada por todo lo que veía, por el espacio, el diálogo que se daba entre las obras y su contexto natural, que inmediatamente quise hacer algo así cuando llegué a Buenos Aires, pero el proyecto quedó sin efecto."
Aun así, dice Sara F. que cada vez que vuelve a ver a Buenos Aires como ciudad propicia -"por ese clima tan privilegiado y por ese río que la limita de punta a punta"-, vuelve a su mente el espacio encantado del Museo Louisiana.
María Sonia Cristoff