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 • Opinión

Felicidad clandestina: ¿por qué amamos tanto leer?

Nuestra editora Euge Castagnino te da la bienvenida a #Polilecturas, un espacio dedicado a las amantes de los libros y las buenas historias.


¿Cuál es tu felicidad clandestina?

¿Cuál es tu felicidad clandestina? - Créditos: Getty Images



Cuando era chica, para lo único que me elegían en los actos del colegio era para leer. Ojo, confieso que mentiría si no dijera que en algún 25 de mayo o 9 de julio fantaseé con disfrazarme como el resto de mis compañeros y salir al escenario como dama antigua, vendedora de pastelitos o mazamorrera. Pero yo era feliz igual, con mis hojas y mis textos larguísimos que debía practicar para leer en voz alta delante de toda la escuela.

También fui de esas niñas precoces; la primera del curso que usó corpiño porque ya no podía disimular sus incipientes tetitas. Una de las primeras en menstruar. Y con los libros me pasaba algo parecido. No importaba bien qué: yo quería leerlo todo. Así era que les pedía a mis papás que me compraran todas las colecciones de cuentos que hubiera. Para Navidad, para Reyes, para mi cumpleaños o para el Día del Niño. “Un libro” – era mi respuesta instantánea a la pregunta recurrente de “¿qué te gustaría que te regale?” de mis abuelos-. Mis viejos me compraron una colección que se llamaba Veo-Veo, con pequeños libros ilustrados de tapas amarillas y verdes. También estaban los Musicuentos, con versiones de los grandes clásicos -como Caperucita, Barba azul o Los tres chanchitos- que venían con un vinilo para escuchar en el tocadiscos. Uf, cientos de horas me pasé en la casa de mi abuela Ana, leyendo y escuchando historias. Y cuando ya había leído todo lo que cualquier niña de 11 o 12 años tenía a su alcance, fui a buscar nuevas aventuras –de manera clandestina, obvio- a las bibliotecas de mis padres.

La "travesura" de leer a escondidas

Y así, aún sin entender demasiado de qué se trataba, precozmente, empecé a leer libros que “robaba” como travesura y me llevaba a mi cuarto sin contarle a nadie. Así descubrí los primeros poemas de Borges y de Alfonsina Storni, leí algunas páginas de Por quién doblan las campanas, de Hemingway, otras tantas de 1984 de Orwell. Leía en voz alta. Antes de dormir. Cuando jugaba a la maestra. Hasta que un día reparé en un libro de tapa dura color lila, en cuya portada había una imagen medio renacentista con una mujer desnuda y una serie de ángeles a su alrededor, envolviéndola. El libro se llamaba Delta de Venus y su autora era Anaïs Nin (claro, muchos años más tarde, me enteré de que ella era la puta ama de la literatura erótica). Pero yo, a mis 13, lo llevé a mi cuarto. Y me lo devoré. Lo pienso hoy, ya a mis cuarenti, y me dan ganas de abrazar a esa preadolescente que -en ese puñado de páginas y en esas historias calientes, casi pornográficas- estaba descubriendo a su primer amante. 

¿Por qué “Felicidad clandestina”?

Porque ese es el título de uno de mis cuentos favoritos, esta vez de la escritora y periodista brasileña –bah, aunque nació en Ucrania- Clarice Lispector. Porque ese relato habla de eso: de una niña voraz por lecturas a la que le negaban, una y otra vez, ese encuentro tan ansiado con el libro que la volvía loca. No te voy a spoilear el cuento –si querés leerlo online, está acá-, pero para Clarice y para mí, mis momentos de lectura son esos pequeños instantes de felicidad clandestina. Y también cotidiana. Y si estás leyendo esto, quizás sientas un poco como Clarice y como yo. Porque sos de las que van a todos lados con un libro apretado entre las manos, por las dudas. Sos de las que entran a las librerías y el tiempo parece diluirse. Porque sos de las que subrayan las páginas cuando una frase te toca, te acaricia o te despabila. Porque sos de las que huelen las páginas cual perfume importado. De las capaces de quedarse despiertas una noche entera, extasiadas, para ver cómo termina una novela. Sos, como yo, de las que tienen una pila de libros en la mesa de luz –entre cremas nocturnas y sérums- esperando su turno. Pero especialmente, somos esas que encontramos, entrelíneas, la maravillosa posibilidad de ser otras. De ponernos en otras pieles, de irnos a otros mundos, de abrazar otras realidades.

En esta columna, cada quince días vamos a compartir #polilecturas; porque ahora que está de moda el poliamor, ¿por qué no vale tener varios amantes literarios al mismo tiempo? ¿Cuáles son los tuyos? ¿Cuáles son esos libros, autores o autoras que te encienden? Pero antes, te dejo dos citas literarias para hacer match.

"Cuentos Completos" y "Una cierta idea de mundo"

"Cuentos Completos" y "Una cierta idea de mundo"

Dos lecturas sobre el amor por los libros

  • Felicidad Clandestina. De Clarice Lispector.

    A este cuento de 1971 lo encontrás en la edición de sus Cuentos Completos (Fondo de Cultura Económica, 2020) junto con otros doce relatos para sumergirte en el estilo Lispector. Si leés desde chica, va a ser imposible no empatizar con la protagonista de esta historia.

  • Una cierta idea de mundo. De Alessandro Baricco.

    (Anagrama, 2020)

    ¿A quién no le gustaría que Baricco le recomendara, caprichosamente, sus lecturas? El escritor italiano repasa los que – a su criterio – son los cincuenta mejores libros que leyó en la última década. “Yo tengo dos o tres cosas que conozco a fondo y que amo con locura. Una de ellas son los libros” – nos confiesa en el prólogo. Y obvio, vas a querer leerlos a todos de su mano.

     

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