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¿Por qué detesto a los banquineros?

Beta Suárez reconoce que hay un tema particular que la supera: los banquineros. Los detesta y cuenta por qué.


Manejo en la autopista y detesto a los banquineros.

Manejo en la autopista y detesto a los banquineros. - Créditos: Getty



En este sano ejercicio que hago de volver a mirar, la verdad es que con algunas cuestiones no sé si soy muy empática o medio naba. Me lo cuestiono a menudo. Sin embargo, hay un tema particular en el que nunca dudo: no hay modo de que justifique a los banquineros. 

¿Qué son los banquineros? Son esos seres humanos que, subidos a un auto, deciden que su tiempo vale mucho más que el tuyo y usan la banquina sin vergüenza ni pudor, que, recordemos, está destinada a urgencias y no a apuros egoístas y personales. ¿Estás por parir? ¿Tenés un problema de salud? ¿Te quedaste sin cambios? Tu problema, corazón. Ellos se consideran primeros y hacen uso por motivos que, creo, prefiero no confirmar. 

Los tengo muy vistos porque uso la autopista casi a diario en unos horarios imposibles mientras hago cálculos matemáticos muy complejos para llegar a horario y me invento meditaciones, busco podcasts y listas de canciones buena onda para que ese tiempo de espera sea más ameno. Los veo, los analizo, los estudio y los repudio todos los días. 

Una de mis causas personales, porque claro que en algún momento se les acaba la banquina y tienen que colarse en la fila en la que estamos todos los que creemos que esa avivada le hace mal a la humanidad, es nunca jamás dejarlos pasar. Sueño, incluso, con la fantasía de ponernos de acuerdo y con que tengan que pasar un par de días dando vueltas por la banquina sin poder retomar el camino. El camino del bien, digo. Sería un gran cuento, ojo. Pero ese es solo el principio de lo que me generan.

Mi banquina personal

Como los detesto desde hace años, voy transitando diferentes opciones, todas en contra de mi propósito de evitar la violencia. Para empezar, aunque vaya en desmedro de mi auto, les abriría mi puerta del acompañante sin problemas, aunque, los sé, dudo que perjudicar a otro los detenga, porque está casi casi en su ADN y se llevarían mi puerta de paseo por el privilegio banquinero que se inventaron. Una pena, como escena me parece divina. 

Entonces, tuiteo (y hasta escribo columnas, je) sobre el tema y llego a una idea que no logro sacarme de la cabeza porque al final uno maneja como es: tenemos que hacer un registro nacional de banquineros y mantenerlo actualizado.

No, no es para la multa que les pueden poner, aunque si les quitaran el auto tal vez podría ser efectiva, sino por algo mucho más importante. Antes de asociarte con alguien, antes de salir con esa persona, antes de darle un beso o de prestarle dinero, es muy importante saber si tenés enfrente a un banquinero. Imaginate, si así se porta en el mundo y a la vista de todos, mejor evitarlo en otros ámbitos. ¿Exagero? No, podría, incluso, ponerme peor. 

Volver a mirar

En conversaciones sobre el tema, (sí, converso sobre el tema), advierto que se generan confusiones. Agarrar la banquina no tiene nada que ver con la perspicacia de encontrar atajos o con el emprendedurismo de advertir caminos paralelos. La diferencia, gigante, es que un banquinero lo hace a costa de los demás. 

Y entonces lo vuelvo a mirar, una y otra vez, y como no tengo mucho por hacer, más que esta campaña de denuncia y exposición catártica, me dispongo a lo único que me da paz: estar atenta para, nunca, ser una de ellos. 

No sé si alcanza, colegas, pero suma. 

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