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 • Salud

Escucha activa: claves para conectarnos con nosotras mismas y con los demás

El arte de escuchar es mucho más que el acto de oír. Es una habilidad que podemos entrenar no solo para tener mejores conversaciones, sino para sacar lo mejor de nosotras mismas.


Ilustraciones de María Eugenia Hernández

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. - Créditos: Getty Images



¿Qué es, en definitiva, el arte de escuchar? Podemos empezar a hablar sobre la escucha con un debate casi filosófico. Un antiguo y conocido acertijo dice: si un árbol cae en el bosque y nadie alrededor lo escucha, ¿aún hace ruido? Si lo llevamos a una situación cotidiana e imaginamos que una persona da una charla, pero no hay nadie para escucharla, ¿es eso realmente comunicación? Quizá te sorprenda la resolución del acertijo: desde un punto de vista científico, mientras que un árbol crea ondas en el aire, para hacer un sonido, necesita ser escuchado. Así comienza la fascinante charla TED de William Urry, uno de los expertos en negociación –y lógicamente, en escucha– más importantes del mundo. Urry plantea que escuchar es el 50% del proceso de comunicación, pero que la mayoría de las veces lo ignoramos y que no nos enseñan a escuchar.

Es curioso, porque vivimos en la era de la comunicación –nunca en la historia de la humanidad estuvimos tan conectados y comunicados– y, sin embargo, entre audios de WhatsApp que escuchamos acelerados, reels de contenido en Instagram que duran 15 segundos y tuits, tanto en la virtualidad como en el mundo real, nos cuesta escuchar de verdad. Con atención, con respeto, con tiempo, con presencia.  

El oído es un sentido, una función biológica que la mayoría de nosotros tenemos, indispensable para la supervivencia. Digamos que viene con nosotros en el pack de ser seres humanos. Oír es un proceso complejo por el que convertimos ondas sonoras en señales eléctricas, que llegan al cerebro a través del nervio auditivo y que podemos decodificar, experimentando sonidos. No obstante, hay una distinción que pocas veces hacemos y que le da otra profundidad a este sentido, y es que oír y escuchar no son lo mismo. Oír es una capacidad involuntaria, que requiere el sistema auditivo, un proceso pasivo que no forzamos. Pero escuchar –y aquí nos detendremos para profundizar– es un proceso activo, e implica analizar, comprender e interpretar aquello que oímos. Requiere, necesariamente, atención y voluntad. Procesamos e interpretamos aquello que escuchamos y ahí entramos en una dimensión maravillosa y posible, que todos podemos entrenar y expandir: la del arte de escuchar.  

¿Qué escuchás cuando escuchás?

Escuchamos para aprender, para entender. “Para evolucionar, escuchar es el principio del aprendizaje. En coaching lo llamamos ‘escucha activa’, y se relaciona con una declaración básica, la del ‘no sé’, porque partimos de la base de escuchar para aprender”, explica Den Muchnik, master coach y experta consultada para esta nota. Sin embargo, si prestamos atención, a veces escuchamos más para responder que para entender, y en ese juego, a veces ni siquiera escuchamos verdaderamente lo que el otro nos dice. También escuchamos desde quiénes somos: desde nuestra historia, nuestro estado emocional, desde cómo percibimos el mundo. Ahí todo nuestro ser está involucrado, y el cuerpo entero es parte inseparable. ¿Te pusiste a pensar cuál es la postura de una buena escucha?

Recordá cuando eras chica y te decían que te iban a contar un cuento. ¿Cómo se sentía? ¿Cómo ponías tus manos, tu rostro? ¿Cuál era tu postura para esperar y disfrutar de una buena historia? “En esa concentración, esa escucha activa se convierte en tal porque no estás en tu conversación privada ni en decodificar la información, dejamos que la escucha suceda naturalmente, estamos metidos en la propuesta que trae el otro. En apertura, relajación, con la respiración más pausada, tranquila, tendiendo más al silencio”, explica Den. Por eso la costumbre de contar un cuento a los chicos funciona: porque entran en un estado de entrega. Y eso, precisamente, es la escucha activa; entregarse, disponerse, conectarse. Lo maravilloso de entrar en esta dimensión es que escuchar activamente abre mundos de posibilidades y de entendimiento con el otro. Y que puede entrenarse.

Entre lo que quiero decir y lo que escuchás... está quiénes somos

En la terapia Gestalt, se dice que escuchar es una actitud y que es la capacidad de seleccionar, interpretar y poner en conciencia lo oído y darle un significado. Hay tres tipos de escucha, que para esta corriente el “darse cuenta” (o awareness en inglés) es uno de sus aspectos centrales:  

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    ESCUCHA INTERNA: es la capacidad de tomar conciencia de nosotros mismos en cuanto a lo que nos sucede interiormente, en nuestras emociones y sensaciones corporales, es la autoobservación.  
     

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    ESCUCHA EXTERNA: se refiere a lo evidente; las palabras, gestos, y el “cómo digo lo que digo”. 
     

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    ZONA INTERMEDIA: esta es la más común y la que genera mayores conflictos. Es la más subjetiva y sesgada, que incluye el imaginar, pensar, planificar, recordar el pasado, las ideas preconcebidas. Hay una frase muy popular que ilustra muy bien esta zona, que dice: “entre lo que pienso, lo que quiero decir, lo que creo decir, lo que digo, lo que quieres oír, lo que oyes, lo que crees entender, lo que entiendes, existen nueve posibilidades de no entenderse”. El ejercicio es reconocer también que, cuando escuchamos, interpretamos desde quiénes somos y que el otro escucha también desde quién es. Ahí se da la brecha de la comunicación. 

El desafío es poder acortar esa brecha lo más posible, empezando por ser menos inocentes con relación a nuestra capacidad de escucha y por entender cómo funcionamos; y siguiendo por poner en práctica el chequear con el otro lo que creemos que escuchamos, no darlo por sentado. En una conversación, emisor y receptor son igual de responsables en la brecha que naturalmente se genera porque somos seres diferentes. Reconocerlo, además, valida la existencia de otro y el respeto por ello. 

El regalo de sentirse escuchado

Sentirse escuchado es un regalo, es apertura y, según los chinos, es también “ser un rey”. El símbolo chino de la escucha es la letra ting, que está compuesta por cinco partes: oído (comprender sus palabras, su lenguaje), ojos (observar a quien nos habla, registrar sus gestos, qué transmite su lenguaje corporal), corazón (es salir de lo racional y escuchar los sentimientos y emociones detrás de lo que dice la persona), unidad y rey (poner nuestra atención completa en quien nos está hablando, darle un lugar de importancia y prioridad). Escuchar desde la sabiduría oriental es mirarse a uno mismo, y es también un regalo para el otro. 

Ejercicio: diario de una escucha activa

Chequeá cómo estás escuchando, quién sos en cada una de estas circunstancias, y diseñá con nuevas acciones quién querés ser. 

  • En tus grupos sociales 
    Cuando vas a cenar con tus amigas, ¿sos la que acapara la mesa y los relatos o sos más de quedarte en silencio y escuchar? ¿Cuándo intervenís? Distinguilo en tu próxima reunión y chequeá qué te da una postura y qué te da la otra, según estés en indagar (quizás más callada, haciendo preguntas abiertas, observando) o en proponer (contando, expresando, captando la atención).  

  • En una cita 
    Conocés a una persona nueva y ¿qué hacés? Preguntar y escuchar puede ser una gran herramienta de seducción, porque, como vimos, a todos nos gusta ser escuchados, es parte de nuestra naturaleza. Pero ojo con preguntar para no bancar un silencio incómodo –a veces sostener los silencios ¡abre mundos!–, con no ser receptiva y con que quedarte en esta postura sea un mecanismo para refugiarte, para que el otro no tenga lugar a escuchar de vos. Revisate, y quizá la próxima pivotear entre indagar y proponer pueda ser un ejercicio divertido.  

  • ¿Vasija vacía o vasija llena?  
    Podés decidir ser una vasija disponible para recibir, una “escuchadora activa”, o bien alguien que no tiene resto para escuchar. ¿En qué lugar querés estar en la próxima conversación? ¿Qué te predispone más a aprender, a conectarte con un otro? 

  • Hacer las preguntas correctas 
    Qué tipos de preguntas hacés también abre a qué escucha tenés. La pregunta abierta es la mejor amiga de la escucha activa. No es lo mismo un “contame cómo te estás sintiendo en esta reunión” que un, “¿te estás sintiendo bien?”, que es una pregunta cerrada. O ir directo a una pregunta de influencia como “¿la estamos pasando bomba, o no?”. Cada tipo de pregunta guarda diferentes propósitos de escucha y contextos. Si sos mamá y les preguntás a tus hijos qué quieren cenar, para agilizar la rutina seguramente te sirva hacerles una pregunta de influencia: “¿milanesas o pastas?”, y no una abierta como “¿qué quieren comer hoy?”. El arte está en manejar tu escucha activa, gestionarla con autoconocimiento. Entender cómo escuchás te da un gran poder, que es el de elegir.  

  • En una discusión 
    La próxima vez que estés discutiendo con alguien, probá cómo la escucha activa te puede ayudar. Detenete a mirarte a vos: ¿cuáles están siendo tus pensamientos? ¿Estás escuchando para responder? ¿Tu foco está en tus pensamientos o en lo que dice el otro? ¿Dónde está tu registro?

  • Diseñá el contexto 
    Si tenés que tener una conversación importante, ¿cuál sería el contexto ideal? ¿Cómo podés diseñarlo? ¿Es algo que puedas decir por WhatsApp o una llamada telefónica, o amerita un café, generar un espacio de encuentro? Está bueno tener presente que, como emisores, lo único que no podemos controlar es cómo el receptor va a decodificar la información. La buena noticia es que todos los otros elementos de la situación comunicativa se pueden intervenir: el contexto, elegir el canal, el código del mensaje, el mensaje en sí y que también, como emisores del mensaje, podemos revisarnos a nosotras mismas. Mientras tengas acceso a diseñar esos factores, lo que hacés es minimizar las posibilidades de que lo que decodifique el otro esté errado o sea distinto a tu intención.

  • Siempre rechequeá 
    Solemos creer que lo que escuchamos es lo que interpretamos. Pero interpretamos desde quiénes somos, cómo nos sentimos y cómo percibimos el mundo. Lo que para vos puede ser obvio, para el otro puede ser totalmente diferente. Por eso, rechequear si escuchaste “bien” es esclarecedor y abre portales. Por ejemplo, si sos jefa y uno de tus empleados te dice “estoy estresado”, podés chequear con un “cuando decís que estás estresado, ¿a qué te referís?”. Quizá interpretás que es porque no puede lidiar con el área que le toca y decidís cambiarlo de sector, y en realidad respondió eso porque no llega con una entrega para el día siguiente y no supo administrar bien el tiempo, y la mejor solución sería una totalmente distinta a la primera que se te ocurrió. Siempre hay mecanismos para poder asegurarnos si lo que digo es lo que el otro escucha y viceversa. Chequear funciona siempre, y emisor y receptor son igual de responsables con esa brecha. Eso valida que el otro es otro, que somos distintos, y que por esa razón podemos estar escuchando distinto. 

"¿Hablar de más es escuchar menos?

POR María Agustina Capurro.

Psicóloga. 

La revista Time, en una de sus últimas ediciones, aborda el tema preguntando si hablar menos traería algún beneficio, de la mano de Dan Lyons y su libro El poder de poder mantener la boca cerrada en un mundo eternamente ruidoso, que analiza la locuacidad y sus efectos, así como comparte datos que permiten dimensionar el fenómeno: en el año 2022 se produjeron más de 2 millones de pódcasts, que han publicado 48 millones de episodios, y 3000 eventos TEDx tienen lugar cada año solo en EE. UU. Lyons, al mismo tiempo, plantea el contrafenómeno actual: las personas que ocupan lugares de poder hablan menos y son cuidadosas con sus mensajes, registran el impacto de los silencios y se construyen un entorno de menos sobreexposición que las hace valiosas en un mundo de altísima visibilidad. 

Pero ¿qué tiene que ver esto con el cuidado de la salud mental? El “hablar por hablar” anula la escucha. La escucha interna y también la externa, una compulsión que arrasa con el otro, lo deja a un lado, minimizando el intercambio. Pero ¿cómo ejercitar el arte de escuchar?: quienes trabajamos de encontrarnos con el misterio del otro sabemos de su complejidad y el enorme ejercicio que significa silenciarnos a tiempo, poner entre paréntesis opiniones y creencias propias, ir a la sutileza de lo “no dicho” que se filtra entre palabras. Escuchar podría pensarse como el anverso de hablar, porque exige silencio, un camino hacia adentro, tomarse un tiempo para procesar lo que el otro piensa y cómo lo expresa. Elegir los modos para conectarse, iniciar una conversación, dejarse interpelar.  

Escuchar demanda control, controlar el impulso de verbalizar aquello que se piensa, pero sobre todo, controlar los tiempos. ¿Cómo recuperar el valor de la escucha? Reconocer la respiración consciente que oxigena y nutre la idea a transmitir antes de la verborragia, transitar la jugada con pases, stops y una elaboración que necesita tiempo y diálogo interno.

Expertas consultadas 

Inés Dates 
Nuestra psicóloga. 
@ines.dates.viviendo.

Den Muchnik. 
Master Coach y creadora de @milpuntocero. 

Amores

Cuatro notas para entrar en el mundo de las relaciones.

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