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Prestá atención a las señales que nos da el cuerpo: ¿cómo nos reconectamos con él?

El cuerpo es nuestra primera casa y un lugar de mucha sabiduría. Prestar atención a sus señales nos trae mucha información valiosa. ¿Cómo nos reconectamos con él?


Prestá atención a las señales de tu cuerpo.

Prestá atención a las señales de tu cuerpo. - Créditos: Getty



En la vorágine del día a día, nuestro cuerpo es, sobre todo, el gran ejecutor de nuestros quehaceres: preparar el desayuno, llevar a los chicos, hacer las compras, trabajar, limpiar, hacer trámites, llevar a tu gato al veterinario, trabajar un poco más.

Seguimos sentadas frente a la compu aunque nos duela la cintura, seguimos prendidas al Instagram aunque nos ardan los ojos, no le prestamos atención a ese dolor de cabeza que cada tanto aparece a las 7 de la tarde y rápido nos tomamos algo para que desaparezca. El cuerpo está a cada momento, y nos habla. Dice cosas como “tengo hambre”, “tengo sed”, “necesito descanso”, “esto me cayó mal” y tantas más. ¿Cuánto nos animamos a escucharlo, a sentirlo, a respetarlo y cuidarlo?

Somos cuerpo

Cuando, en 1637, René Descartes dijo: “Pienso, luego existo”, rompió con la cosmovisión de la Edad Media por la que vivíamos y actuábamos según los designios de Dios y el cuerpo era pecaminoso. La visión cartesiana disoció mente y cuerpo, algo que con el Iluminismo se iba a acentuar. Estuvo buenísimo, porque en Occidente dio lugar al conocimiento, a la ciencia y al fin de la tiranía feudal. Pero llegó un punto en el que se mostró insuficiente. No por mucho pensar, saber y acumular éramos más felices. Como dijo el neurobiólogo portugués Antonio Damasio: “Lo que hacemos no lo hacemos para estar vivos. Lo hacemos para sentirnos vivos. Y como se trata de sentir, no es suficiente con el intelecto”. 

Esta búsqueda nos llevó a mirar con mayor interés las filosofías y religiones de Oriente, como el budismo y el hinduismo, donde cuerpo, mente y alma son inseparables. Dijo Buda: “Cuida el exterior tanto como el interior, porque todo es uno”. En el budismo, y sobre todo en zen, la calma al espíritu llega a través del cuerpo, y no al revés. Del mismo modo, el yoga, que viene de la India, significa “unión”. ¿De qué? De mente, cuerpo y alma. 

 

De acuerdo con estas tradiciones milenarias, somos una tríada indivisible. Lo mismo señalaron las neurociencias a mediados de los 90. Demostraron la relación entre emociones y pensamientos, y describieron cómo las sensaciones corporales –a través del sistema nervioso– producen y regulan las emociones. En otras palabras: las neurociencias nos explicaron que una emoción es un pensamiento acompañado de sensaciones corporales específicas. También lograron demostrar la íntima conexión entre cerebro e intestino –al punto de que este último es considerado “el segundo cerebro”– y que hay neuronas en el corazón, lo que explica eso que llamamos “corazonada”.

Todo esto para nosotras, las occidentales, fue (y, podríamos decir, es) una tarea más que ardua. Si durante el siglo XX tuvimos que hacer un trabajo enorme para ser tenidas en cuenta en el plano intelectual –tradicionalmente reservado a los varones–, ahora tuvimos que unirlo todo para comprender que “cuidar el cuerpo” es mucho más que adoptar (o rechazar) esas dietas y aeróbicos para vernos delgadas y tonificadas. 

Cuidar el cuerpo es fijarnos qué consumimos (y qué no), es no abandonar el cuerpo sobre un sillón o una silla, es prestar atención a nuestra respiración y a nuestra postura. Y sobre todo, nos tocó aprender que cuidar el cuerpo es cuidarnos a nosotras, que no “tenemos” un cuerpo, sino que somos un cuerpo. 

Seguí tu propio pulso

Todo esto sucede en un momento histórico muy particular: lo que la autora Flavia Costa llamó “tecnoceno”, una era de aceleración del desarrollo tecnológico y transformación irreversible del ambiente. Integramos las ideas y prácticas de Oriente, como el ayurveda, el yoga y el mindfulness, en una época en la que pasamos una cuarta parte del día frente a una computadora y unas cuantas horas en nuestro smartphone y mucho de nuestra vida laboral y personal transcurre en el plano virtual.

Si ya con la luz artificial, la vida en la ciudad y la jornada laboral de 8 o 9 horas veníamos desconectadas de nuestro ritmo circadiano –los cambios en nuestro cuerpo físico y mental que ocurren en el transcurso de un día–, imaginate ahora que tenemos una existencia netamente digital. ¡Pasamos tanto tiempo mirando pantallas que nos olvidamos de todo lo que sucede del cráneo para abajo!

 

Aunque tengamos agendada la clase de Pilates o de Funcional para el final del día dos veces por semana, la realidad es que a nuestro cuerpo le suceden muchas cosas de 9 a 18. ¿Hace cuánto que no lo escuchamos? ¿Cuánta atención le prestamos a lo que nos pide, lo que nos muestra, lo que, a veces, incluso, nos grita? 

Habitar el cuerpo tiene que ver no solo con hacernos los chequeos o ejercitarnos, sino con observarlo, investigarlo, conocerlo, sentirlo, entenderlo. Por ejemplo: casi todas las personas podemos reconocer si somos “búhos” –más nocturnas– o “alondras” –preferimos estar activas con la luz del día–. Las mujeres que menstruamos sabemos que hay algunos días al mes en los que estamos más somnolientas y retraídas, se nos hincha la panza, nos duelen las mamas, tenemos más antojos de dulce.

Y hay otros momentos del mes en los que estamos saltarinas, llenas de energía, con la piel más radiante. Del mismo modo, el ayurveda –un sistema médico holístico de más de 5 mil años– indica que existen energías que gobiernan nuestra constitución psicofísica. Son los llamados “doshas”: vata, pitta y kapha. Al identificar cuál es nuestro dosha dominante, podemos elegir alimentos y hábitos que mejor se adapten a nuestra forma de ser.

¿Qué pasa si desoímos el cuerpo por mucho tiempo?

Cuando bajamos de “la torre de control”, como muchos llaman a la mente, nos encontramos con un montón de mensajes de nuestro cuerpo. A veces es hambre, frío o sed. Otras, nos habla a través del síntoma, un fenómeno de alta complejidad, pero que podemos entender como un comportamiento que sale de los canales habituales de respuesta frente a las situaciones. Una “denuncia”, lo resume Ángeles Wolder Helling. Esa denuncia nos da la posibilidad de restaurar el equilibrio.

Hoy ya casi nadie se atreve a hablar de dolencias netamente orgánicas, o netamente psicológicas, sino que se entiende que nuestros trastornos o enfermedades son un entrelazado entre contexto, emociones, pensamientos y nuestro sistema neuroinmunoendócrino. O sea: el sistema nervioso –constituido por el cerebro y una red de células nerviosas que abarca todo el cuerpo y es sede de la memoria, el pensamiento y la emoción–; el sistema endócrino –principal regulador del cuerpo constituido por las glándulas y las hormonas– y el sistema inmunológico, constituido por el bazo, la médula ósea, los nodos linfáticos y las células inmunológicas.

Hay una infinidad de modos en los que estos sistemas se comunican: sendas biológicas que hacen que nuestra mente, emociones y cuerpo se relacionen entre sí. Por ejemplo, las hormonas del estrés (adrenalina y cortisol) bloquean la función de las células inmunológicas: nos bajan las defensas. Hay investigaciones que muestran la relación entre el enojo y la ira y los ataques cardíacos. También se sabe que la ansiedad influye en el contagio de enfermedades infecciosas como herpes y alergias.

Existen manuales que relacionan determinadas dolencias físicas o determinadas cuestiones mentales o emocionales. Estos nos pueden venir bien como guías, pero nada es tan lineal ni, por supuesto, son datos que reemplacen una consulta médica ni una pregunta más profunda respecto del origen de nuestros padecimientos físicos. Pero sí podemos escuchar nuestras señales para ponernos en movimiento, para empezar a comprender lo que ocurre en nuestro ser más íntimo.

¿Cómo conectarnos con los mensajes corporales?

“Hoy, que la mente está muy corrompida con información que no sabemos si necesitamos, si es cierta o si es pertinente, el cuerpo es nuestra reserva sensible. Él está desde antes, y se resiste a ser colonizado. Por esto necesitamos prácticas que nos lleven a él”, dice Brenda Cohen, que dicta una práctica consciente que propone, mediante el movimiento libre y espontáneo del cuerpo, conectarnos con lo que sentimos para poder expresarlo. ¿Cómo conectarse, entonces?
No intentando eliminar enseguida las molestias o dolores con calmantes.

Dándonos más tiempos de ocio y momentos de descanso reparador.
Acudiendo a la ayuda clínica, como también a la psicológica.  
Atendiendo las necesidades de nuestra alma: naturaleza, expresión, creación.
Escuchando el movimiento emocional que sucede antes, durante o después de ciertos acontecimientos difíciles.

Habitate

Las neurociencias nos muestran que la dopamina y el cortisol generan las ganas y el impulso para nuestros objetivos, pero tienen que desaparecer cuando estos ya se cumplieron. Y eso nos genera una sensación bastante desagradable, porque se fue la química del entusiasmo y todavía no nació la química de la paz. Ese “mientras tanto” es incómodo y es el que casi siempre queremos evitar.

Dejar de lado la mente, apagarla un ratito, lleva trabajo y nos da pereza. En principio, nos resulta más sencillo seguir en automático, haciendo y pensando, que habitar el cuerpo con sus achaques, dolores, placeres. Sentir, como dice nuestra psico, Inés Dates, “no nos sale solo”. La risa y la sorpresa nos asaltan. Pero lo bueno y suave, la satisfacción y el bienestar, son sentires más estables y más de fondo que necesitan cierto entrenamiento. 

Traernos el cuerpo es poderoso. Es conmovedor poder bajar nuestra estructura defensiva, esos mecanismos primitivos que construimos frente a un suceso que nos alteró –del latín “alter”–, algo que nos hizo sentirnos otras en nuestra piel. 

 

Siempre está la chance de ver qué nos pasa. Está la oportunidad de reparar, de ir al reencuentro con nuestra primera casa. Esta autorreparación nos llena de satisfacción: de pronto, moviendo algunas piezas, salimos de esa ajenidad con nuestra propia anatomía. Aparece la intimidad, se desandan caminos de tensión. Vienen recuerdos traumáticos, caminos que han cambiado la forma de nuestro cuerpo. Surgen ideas, pensamientos, recuerdos. Hay algo maravilloso que pasa. Estas revelaciones llegan con una verdad que nos toca habilitar.

Entonces estamos un paso más cerca del deseo, del goce. De pronto nos sentimos más cómodas, más flexibles, habitando en la piel que queremos y ya no rechazamos. ¡Estamos más disponibles para nosotras mismas! Los primeros frescos de abril –ahora que el sol va a entrar en Tauro– nos invitan a mirar un poco menos afuera y más lo que sucede de la piel hacia adentro. Quizá podamos parar de hacer por un ratito. Aburrirnos un rato. Descansar. Sentirnos. Aunque al principio nos gane la inercia, hay recompensa: entrar en contacto con nosotras, esa parte del todo que somos, ese todo del que somos parte. 

Respirá, es gratis

Por Teresa Zalazar, cirujana experta en trabajo corporal restaurativo.
@bambiomecanica.

  1. 1

    De pie, percibí la posición de tu cuerpo. ¿Cómo se ubica la cabeza con relación a la espalda? ¿Cómo están los brazos a los lados del cuerpo? ¿Las piernas, la orientación de las rodillas, cómo es la pisada? Registrá qué sentís en los hombros, en la espalda, en la parte posterior de las piernas. Hacé este repaso con los ojos cerrados y luego abiertos. Después, acostada, con las piernas extendidas, observá cómo descansa el cuerpo sobre la superficie.

  2. 2

    Recogé las piernas. Luego, colocá una almohadilla a lo largo de la nuca y en parte de la columna dorsal y apoyá los brazos a los costados del cuerpo.
     

  3. 3

    Hacete autotoques. Apoyá las yemas de los dedos sobre el esternón. Con cada respiración, las yemas desplazan la piel hacia arriba, luego hacia abajo, hacia un lado y el otro. Descansá.

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