
Dura 1 hora y 41 minutos, está protagonizada por Colin Farrell y Tilda Swinton y ya es un éxito en Netflix
Entre luces de neón, ruletas y fantasmas del pasado, Edward Berger firma una película hipnótica sobre la adicción, el capitalismo y la búsqueda de paz interior. Con Colin Farrell y Tilda Swinton como una dupla explosiva.
2 de noviembre de 2025

bsp_photo_01_-_bsp_photo_r1_v2_0018.jpg - Créditos: Netflix
En Maldita suerte (Ballad of a Small Player), el brillo enceguecedor de los casinos de Macao esconde algo más que apuestas y copas de champagne. Es el escenario de un descenso —visual, emocional y espiritual— donde el lujo se mezcla con el vacío, y la esperanza se convierte en una ruleta girando sin freno. Dirigida por Edward Berger, (ganador del Oscar por Sin novedad en el frente) la película nos sumerge en un mundo que parece un sueño febril, saturado de luces, humedad y desmesura, donde los personajes se mueven como almas perdidas buscando redención.
En el centro de la historia está Lord Doyle (Colin Farrell), un estafador inglés que se hace pasar por noble mientras huye de su pasado. Vive apostando, bebiendo y acumulando deudas imposibles hasta que conoce a Dao Ming (Fala Chen), una empleada de casino que parece ofrecerle un respiro, o quizás una nueva condena. La presencia de Cynthia Blithe (Tilda Swinton), una investigadora privada dispuesta a desenmascararlo, completa este triángulo moral donde todos ocultan algo y nadie escapa de sí mismo.
Todo lo que tenés que saber

bsp_photo_01_-_bsp_photo_r5_v2_0009_2.jpg - Créditos: Netflix
Maldita suerte es una película de contrastes. Por un lado, el espectáculo visual de Macao —ese “diamante iluminado suspendido entre la seducción y el abismo”, como lo describe el propio Berger—; por otro, la intimidad de un hombre en guerra consigo mismo. En ese contraste se juega todo: lo sensorial frente a lo espiritual, el ruido contra el silencio, la euforia que esconde una tristeza sin fondo.
Basada en la novela The Ballad of a Small Player de Lawrence Osborne, la historia fue adaptada por Rowan Joffe (28 Weeks Later, The American), quien junto a Berger y el productor Mike Goodridge transformó el tono melancólico del libro en un relato cinematográfico de ritmo vertiginoso y textura casi onírica.
Berger no buscó un drama lineal sobre la adicción, sino un viaje emocional cargado de ironía, romanticismo y delirio visual. “No quería una película que rechazara al público con su peso”, explicó. “Buscaba algo que explotara en colores, música y humor, que fuera pop y ópera a la vez”.
El resultado es un híbrido fascinante, con ecos del cine de Wong Kar-wai y Johnnie To, donde el juego se vuelve una metáfora del capitalismo desenfrenado y de una humanidad que perdió el rumbo. “Macau te golpea en la cara como un bate de béisbol”, dice el director. “Es lujo y vacío al mismo tiempo. Tenía que hacer una película que se sintiera así”.

ballad_of_a_small_player_u_00_07_41_13-3_1.jpg - Créditos: Netflix
El trabajo del director de fotografía James Friend (ganador del Oscar por Sin novedad en el frente) es clave en esa sensación de exceso: cámaras que giran, luces saturadas, planos que parecen respirar al ritmo del deseo y la pérdida. El diseño de producción de Jonathan Houlding recrea casinos imposibles y suites gigantescas donde el personaje de Farrell se hunde cada vez más en su propia soledad, mientras que los trajes diseñados por Lisy Christl y el maquillaje de Heike Merker subrayan la decadencia elegante del protagonista.
Farrell, con su mezcla de magnetismo y vulnerabilidad, compone a un Lord Doyle que podría ser el primo lejano de los antihéroes de Graham Greene: encantador y autodestructivo, un hombre que busca redención en el peor de los lugares. “Doyle quiere liberarse de la vergüenza”, contó el actor. “Pero lo hace del modo equivocado: apilando vergüenza sobre vergüenza”.
Tilda Swinton, en cambio, aporta la cuota de ambigüedad y misterio que la caracteriza. Su Cynthia Blithe llega a Macao para cobrar cuentas pendientes, pero termina enredada en el mismo laberinto moral que el hombre al que persigue. “Nadie es lo que parece en Macao”, resume la actriz. “Doyle la empuja a reconocer que ella también está fingiendo”.
La tercera pieza es Fala Chen, que encarna a Dao Ming, esa especie de espejo moral que le muestra al protagonista una posible salida. “Ambos están buscando lo mismo: redención”, explicó Chen. “Solo que ella cree que ayudándolo puede limpiar su propia alma”.
Entre tanto, la ciudad vibra como un personaje más. Berger y su equipo filmaron en locaciones reales de Macao y Hong Kong, y el resultado es casi hipnótico: fuentes que explotan, luces que no se apagan nunca y una humedad que parece pegarse a la piel. En el trasfondo, el Festival de los Fantasmas Hambrientos —una tradición local donde los vivos ofrecen comida y fuego a los muertos— funciona como metáfora espiritual del relato: almas vacías devoradas por la codicia.
La mirada del director

bsp_photo_01_-_bsp_photo_r5_v2_0019.jpg - Créditos: Netflix
“Me enamoré de Lord Doyle”, confiesa Edward Berger en las notas de producción. “De ese hombre frágil y perdido, un impostor que busca redención en el peor lugar posible y termina encontrando su vacío interior”. Esa fascinación lo llevó a construir una película que, bajo la apariencia de un thriller sobre apuestas, es en realidad un espejo de nuestro tiempo. “Hice una película sobre nosotros”, dice. “Sobre una sociedad que ha perdido el rumbo y un capitalismo que se ha descontrolado. Pero si mi héroe encuentra paz, tal vez eso nos dé un poco de consuelo”.
En Maldita suerte, Berger se aleja del realismo bélico que lo consagró con Sin novedad en el frente y se lanza a una ópera moderna sobre la culpa y el deseo. “Macau es una ciudad de fantasía, una ilusión perpetua. Es imposible no sentir que uno está dentro de un sueño febril”, dice Tilda Swinton. Colin Farrell coincide: “Correr por las calles de noche es como estar dentro de un árbol de Navidad: brillante, artificial, pero extrañamente hermoso”.

Maldita suerte está basada en la novela The Ballad of a Small Player de Lawrence Osborne
El compositor Volker Bertelmann (también ganador del Oscar por All Quiet) acompaña ese estado entre lo divino y lo terrenal con una banda sonora que mezcla instrumentos electrónicos antiguos, flautas imposibles y pasajes orquestales que se sienten como una plegaria entre luces de neón.
Para el productor Mike Goodridge, la película captura un sentimiento muy actual: el deseo de escapar. “Todos fantaseamos con desaparecer, con empezar de cero. Doyle encarna eso: huir de uno mismo, aunque sepas que es imposible.”
Y en ese espejo se reflejan todos los personajes. Dao Ming busca purificar su culpa ayudando a otro; Blithe se enfrenta a sus propias máscaras; Doyle gira entre la euforia del juego y la desesperación por un poco de paz. En medio de ese caos, Maldita suerte propone algo más que un viaje visual: una reflexión sobre lo que realmente vale cuando todo se puede comprar.
“Quería que el público no supiera si estaba viendo una comedia, un drama o una ópera pop”, resume Berger. “Porque la vida, al final, es todo eso a la vez”.
En esta nota:
SEGUIR LEYENDO


Halloween: diez historias de terror donde ellas enfrentan al mal
por Emanuel Juárez

La agente encubierta: la nueva serie danesa de Netflix que no vas a querer perderte
por Redacción OHLALÁ!

Mató a siete hombres y su historia real impacta en Netflix: quién fue Aileen Wuornos
por Sole Venesio

Cine en casa: 10 películas de Netflix para mirar el finde
por Sole Venesio




