
Come See Me in the Good Light: la historia real de Andrea Gibson llega a Apple TV
Un documental íntimo y luminoso acompaña el último año de vida de Andrea Gibson. Con humor, poesía y crudeza, Tig Notaro cuenta cómo filmar a su amiga cambió todo lo que creía sobre el amor, el arte y la muerte.
14 de noviembre de 2025 • 00:12

Come See Me in the Good Light estrena en Apple Tv+ el 14 de noviembre. - Créditos: Apple Tv+
Hay documentales que siguen una historia. Y hay otros —muy pocos— que acompañan una vida. Come See Me in the Good Light, que estran hoy en Apple TV el 14 de noviembre de 2025, pertenece a esa segunda categoría. Dirigido por Ryan White y producido por Tig Notaro y Stef Willen, entre otrxs, el film retrata el último año de la poeta y performer Andrea Gibson, referente absoluto del spoken word en Estados Unidos.
Con un acceso íntimo e inusual, la cámara entra a su casa, a sus caminatas breves, a sus rutinas de tratamiento, a sus silencios y, sobre todo, a esa mezcla tan única de humor y vulnerabilidad que definió toda su obra. Lo que podría haber sido un documental sobre la muerte, termina siendo un retrato luminoso sobre cómo se elige vivir cuando el tiempo se vuelve finito.
La historia de Andrea: amor, poesía y una vida que eligió ser luz

come_see_me_in_the_good_light_photo_0103.jpg - Créditos: Apple Tv+
Andrea Gibson fue —y sigue siendo— una de las voces más influyentes de la poesía hablada. Poeta laureada de Colorado, autora de siete libros y estrella indiscutida de los escenarios de slam, transformó durante más de 25 años la forma en que se piensa la poesía performática: una mezcla de palabra, música, activismo, humor y una honestidad que cortaba el aire.
Cuando recibió el diagnóstico de un cáncer incurable, Andrea tomó una decisión tan inesperada como reveladora: volver a elegir la vida, incluso cuando la vida se estaba acortando. Junto a su compañera, la escritora y artista Megan Falley, hicieron de la enfermedad un pacto amoroso: vivir con belleza aun cuando doliera; encontrar alegría incluso cuando el cuerpo fallaba; convertir la vulnerabilidad en una forma de arte.
El equipo, un grupo mínimo que cada pocas semanas volvía a esa casa en Colorado, registró la vida tal como se daba: las idas y venidas a los tratamientos, la ansiedad antes de cada resultado médico, los días atravesados por el dolor y también esos otros en los que una risa inesperada lo cambiaba todo. Filmaron las charlas eternas en la cocina, los silencios que decían más que cualquier frase y la ilusión creciente de Andrea por volver al escenario para un último show, aunque el cuerpo ya pidiera descanso.
En el inicio de ese registro hay una escena que define la película: White llega al portón de la casa, Andrea lo abraza y le dice: “Supongo que vas a estar conmigo cuando muera”. No era una frase dramática. Era un reconocimiento de lo que estaban a punto de hacer: dejar que un equipo de cine se convirtiera en testigo de un final que no querían maquillar.
La película también recupera archivo de sus años en los escenarios: clubes llenos, competencias de slam, recitales vibrantes donde la poesía se vive más como concierto que como lectura. Ahí aparece la versión más expansiva de Andrea: política, queer, feroz, graciosa, profundamente humana. Y aparece también la más íntima: la que entrenaba todos los días aunque el cuerpo doliera; la que quería volver a actuar aun sabiendo que ese show sería el último; la que decía que, si podía transformar su experiencia en algo que ayudara a otras personas, entonces valía la pena.
Andrea murió en julio de 2025, en los brazos de Meg. Sus últimas palabras fueron: “Amé mi vida con locura”. Esa frase —como su obra entera— quedó suspendida en este documental que, sin buscarlo, se convirtió en su legado más luminoso.
Tig Notaro: una amiga, una artista y la mirada que ordena la película

come_see_me_in_the_good_light_photo_0104.jpg - Créditos: Apple Tv+
A lo largo de la película, la presencia de Tig Notaro funciona como una brújula emocional. No sólo fue productora: fue amiga, testigo y, en muchos sentidos, una de las personas que mejor entendió qué estaba ocurriendo delante de cámara. Cuando Tig cuenta cómo nació la idea del documental, lo hace con una honestidad desarmante. Recuerda que no fue ella quien imaginó la combinación de poesía + cáncer + humor como una película, pero sí sintió, desde el primer instante, que la vida de Andrea estaba pidiendo ser contada. “Me lo dijeron y me cayó encima como un ladrillo: claro que esto tenía que ser un documental”, confiesa.
Durante nuestra charla se detiene varias veces en el mismo punto: la forma en que Andrea elegía vivir. Le impactaba ver que, aun con un diagnóstico terminal, seguía entrenando todos los días. Nunca dejó de hacerlo, nunca dejó de mostrarse curiosa, activa, luminosa. Para Tig, ese gesto cotidiano —aparentemente simple— era una declaración política: “Era el ejemplo más excepcional de no rendirse”, dice.
También habló mucho de la risa. Del humor como un salvavidas real. De cómo, en los momentos más duros, una chispa de comedia abría un espacio nuevo, inesperado, donde respirar. Para ella, esas irrupciones de humor en medio del dolor son el corazón del documental. Siente incluso cierta frustración cuando ve gente que atraviesa situaciones difíciles sin la posibilidad de mirar la vida con ironía. “No se dan cuenta de la libertad que les daría”, dice. Filmar a Andrea, que convertía incluso los días más brutales en una oportunidad para reírse de sí misma y del mundo, fue para Tig una clase magistral sobre humanidad.
El proceso, igual, no fue fácil. Tig lo describe como “una alegría compartimentada”: un trabajo que la llenaba de sentido mientras la obligaba a aceptar que estaba acompañando a su amiga en un camino que tenía un final inevitable. Por eso, el momento en el que Andrea vio el primer corte del documental tiene una carga especial. Dio una sola nota importante. El equipo la corrigió. Y cuando lo vio de nuevo, Andrea dijo que ésa era exactamente la película que quería dejar. Para Tig, ese gesto fue un cierre perfecto: la certeza de que su amiga pudo verse con la dignidad, la belleza y la honestidad que merecía.
Cuando le preguntan qué significa “la buena luz”, Tig responde con una frase que podría resumir al documental entero. No se trata de mostrar a alguien en su mejor versión, sino en su versión más verdadera: la que incluye la vulnerabilidad, la risa, el miedo, el amor, la poesía, la última función, el abrazo final. Esa es la luz en la que Andrea eligió ser vista. Y ésa es, también, la luz en la que Tig decidió contarla.
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