
Adultplaining: cuando los adultos explican sin escuchar a los chicos
Una reflexión sobre cómo los adultos caemos en la práctica de explicar, corregir o advertir desde la superioridad, cerrando el diálogo con niñas, niños y adolescentes. Entender y revisar el adultplaining es clave para construir conversaciones más horizontales.
7 de diciembre de 2025

Adultplaining: cuando los adultos explican sin escuchar - Créditos: Getty
La práctica (tan extendida como inadvertida) de explicar todo a quienes están creciendo. Una forma de hablar que se disfraza de guía, pero se sostiene en la certeza adulta de saber más. En lugar de escuchar, damos lecciones; en lugar de abrir el diálogo, lo cerramos.
Hace algunos años, desde que leí Men Explain Things to Me (Los hombres me explican cosas), de Rebecca Solnit, pienso en cómo algo tan cotidiano como una interrupción puede convertirse en una radiografía de poder. Solnit contaba una escena mínima: en una reunión, un hombre la interrumpe para explicarle, con total seguridad, un libro sobre el que ella era, justamente, la autora. No usó la palabra mansplaining, pero su relato la sembró. Poco después, el término se volvió viral y empezó a nombrar esa costumbre tan persistente de muchos hombres de explicar cosas a las mujeres, convencidos de saber más incluso cuando no lo saben.
Y desde entonces me da vueltas una idea: ¿qué pasa cuando quienes explicamos sin escuchar somos los adultos, sin importar el género? ¿Y cuando quienes reciben esas explicaciones condescendientes no somos mujeres, sino niñas, niños o adolescentes? Ahí es donde aparece lo que me gusta llamar adultplaining (explicar desde la adultez): ese gesto casi automático de los adultos de explicar, corregir o advertir, partiendo de la idea de que la otra persona —por ser más joven— no sabe, no entiende o no puede.
El adultplaining atraviesa casi todos los espacios: aparece en la sobremesa donde un adolescente es desautorizado “porque no tiene experiencia”; en las charlas escolares donde se habla desde el permiso o la prohibición; en los discursos sobre el uso de pantallas, que suelen volverse sermones sobre los peligros antes que preguntas sobre lo que los atrae o conmueve. En lugar de partir de sus saberes y recorridos para pensar juntos, preferimos advertir, corregir o dictar instrucciones. Así, perdemos la oportunidad de construir un diálogo donde las diferencias de edad no sean jerarquías, sino puntos de encuentro.
Guía no es sinónimo de imposición. Y acompañar no debería implicar suponer que el otro está en blanco, que no tiene nociones previas. Los chicos y adolescentes llegan a cada conversación con ideas propias, con intuiciones, con experiencias que merecen ser escuchadas. Esa es la parte más desafiante para quienes crecieron creyendo que la adultez da derecho a tener la última palabra. Revisar esa posición es una tarea incómoda, pero necesaria.
Ser guía de forma bien entendida implica justamente escuchar primero, reconocer el saber del otro, no partir de la carencia sino de la posibilidad. La horizontalidad en la palabra no significa borronear los roles; significa corrernos de la soberbia de creer que solo los adultos pensamos bien o entendemos el mundo.
El adultplaining y el mansplaining son prácticas aliadas. Porque, claro, adultocentrismo y patriarcado se refuerzan mutuamente: a las niñas y adolescentes mujeres se las interrumpe, se las corrige, se las advierte con mayor frecuencia. El mandato de género también organiza esas asimetrías, moldeando quién puede hablar, quién explica y quién debe escuchar. Revisar las formas adultas de ocupar la palabra implica desarmar ese entramado y preguntarnos cuánto de nuestra manera de guiar es, en realidad, una forma de moldear y controlar.
Revisar el adultplaining es el primer paso para abrir diálogos verdaderos. Nos la pasamos diciendo que hay que hablar con las chicas, los chicos y los adolescentes, pero pocas veces nos detenemos a pensar cómo comunicarnos de verdad: cómo crear conversaciones que no partan de la corrección sino de la curiosidad compartida. Explicar puede ser un acto de poder o un gesto de encuentro. Todo depende de si partimos de la suposición de que el otro no sabe o del deseo genuino de pensar juntos.
Por Evangelina Cueto. Ig: @eva_pediatra. Gentileza para OHLALÁ!
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