Estar sin estar: cómo construir presencia real con nuestros hijos en tiempos de pantallas

La tecnología es parte de nuestras vidas y no es el enemigo. Pero sí es un imán para nuestra atención, un recurso que —como señala Jaroslavsky— es “finito y valioso”.

Muchas veces caemos en lo que se llama atención parcial continua: estamos jugando, pero con un ojo en el mail; estamos cenando, pero contestando mensajes. El cuerpo está, la mente no. Y los chicos, que detectan todo, lo perciben enseguida: saben cuando estamos “en modo avión”, incluso si estamos sentadas al lado.

Por eso, ese ratito que queda al final del día —después del colegio, las rutinas y el trabajo— es sagrado. Y merece ser vivido con intención, no en piloto automático.

Desde el coaching ontológico, Verónica propone frenar y preguntarnos qué significa realmente “estar”. “Oír es biológico; escuchar es emocional”, afirma. Escuchar implica alojar al otro, interpretar y validar lo que trae.

Ella invita a hacerse algunas preguntas que funcionan como pequeñas alarmas internas:

• ¿Estoy escuchando lo que mi hijo me cuenta o solo estoy oyendo ruido de fondo?
   
• ¿Lo miro a los ojos para conectar o mi mirada está en otra parte?
   
• ¿Qué lugar ocupa mi atención en este momento compartido?
   
• ¿Mi teléfono se volvió una barrera física entre su cara y la mía?

No se trata de generar culpa —“una emoción que sobra en la mapaternidad actual”, dice Jaroslavsky—, sino de volver a elegir. Cuando nos damos cuenta de que nos fuimos mentalmente, siempre podemos regresar.

La verdadera presencia no se mide en horas, sino en intensidad. Muchas veces creemos que necesitamos planes perfectos y largos fines de semana para conectar, pero la intimidad emocional se teje en lo cotidiano.

Jaroslavsky habla de los “micro-momentos”: instantes breves pero significativos. Una mirada atenta cuando muestran un dibujo. Una escucha sin apuro camino al colegio. Una charla cortita antes de dormir. Esas pequeñas experiencias dicen: te veo, me importás, estoy acá.

Y esas son las que quedan grabadas.

Cada gesto de atención plena es una forma de amor y también un mensaje silencioso que construye seguridad. Al final de la infancia —y de la vida— nuestros hijos no van a recordar si respondimos los mails, si la casa estaba ordenada o si estuvimos al día con todo. Lo que sí van a recordar es cómo los hicimos sentir.

Como resume Jaroslavsky: “La presencia que deja huella es la que mira, la que escucha y la que sostiene”. Ese es el verdadero legado emocional: que se hayan sentido vistos, alojados y prioritarios.

Experta consultada: Verónica Jaroslavsky, coach ontológica especializada en familias, fertilidad y perinatalidad