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Límites empáticos: estas son las claves para decir "no" de manera clara y amorosa

Cuando el “no” es puesto a tiempo y de manera amorosa, también nos abrimos a la posibilidad de despejar e iluminar nuestros vínculos. Te proponemos otra manera de mirarlos: como un diálogo, como un encuentro.




En este mundo que venía tan polarizado entre lo que está bien o mal, entre lo que es lindo o feo, entre lo que está organizado o es un caos, entre lo que es blanco o negro, quizá nos hayamos perdido un montón de colores. Bendita sea la posmodernidad, entonces, porque nos trajo luz a la flexibilidad. Y en estos últimos tiempos, la fuimos encontrando en las relaciones, en las formas de trabajar, en las identidades personales, en las formas de criar y de educar. Como si fuera una ola expansiva de “lo dejo a tu criterio” que vino a desafiar lo que antes estaba rígidamente ya establecido. ¿Sentís algún área de tu vida en donde fuiste revisando esos límites que quizá venían de afuera?

Hoy nos movemos en un montón de áreas en donde esos “bordes” invisibles son elecciones muy nuestras. Y que pueden cambiar con nosotras. Por ejemplo, en el universo de la maternidad, hay una nueva valoración al poder elegir desde la forma de parir hasta la forma de amamantar, si queremos una crianza estilo Montessori o si preferimos hacer colecho. En el ámbito laboral, pasamos de jornadas monolíticas de 9 a 18 horas, a términos como “nómadas digitales” Y “jornadas flex”. ¿Y en nuestros vínculos? Del matrimonio al estilo “para toda la vida”, estamos recorriendo un aprendizaje de diferentes tipos de vínculos en los que la fórmula perfecta es a medida de cada hogar. 

En esta búsqueda de sentido, los límites –así, a secas– quedaron del lado oscuro. Parecía ser que si poníamos límites, podíamos pecar de rígidas o mala onda. Y acá es donde vamos a decir: lo entendimos mal. Porque si sumamos la empatía a la ecuación, esa parte un poco desagradable del límite que te dice “es hasta acá” puede volverse una oportunidad de conocerte más a vos misma y saber qué cosas no van con vos, pero también de entablar vínculos más sanos con los otros. “Para poder seguir presentes en un vínculo, tenemos la obligación de cuidarlo. Y cuidarlo es poner límites”, dice nuestra psico Inés Dates.

Delimitar los bordes del corazón

Para pensar los límites, está bueno hacer este ejercicio. Imaginá un corazón. Ahora pensá en todos los límites que solemos poner: “no se puede llegar después de las 9”, “no quiero que me hables así”, “no estoy disponible para subirme a ese plan”, “no me gusta cuando hacés esto”, etc. ¿Dónde ubicarías estas frases en el corazón? Por lo general, tal como los entendimos, los límites irían por afuera del corazón. ¿O no? Y por dentro del corazón, todo lo que sí se puede hacer. Pero este es el gran error: los límites empáticos no son mandamientos que quedan por fuera de lo permitido, sino que son los bordes del corazón. Si empezás a pensarlo así, vas a ver cómo enseguida cambia la perspectiva mental. 

Limitar es dialogar

Esto significa que cualquier relación o vínculo entre personas, de todos los ámbitos de la vida, se genera a partir de los límites. De entender hasta dónde llego yo y desde dónde empezás vos. De establecer hasta dónde llega mi libertad y dónde empieza la tuya. Se llama también respeto. Y pensémoslo en todas sus dimensiones: respetar a los empleados, a una institución a la que pertenecemos, a los miembros de nuestras familias, a nuestros hijos, amigos y/o parejas, a la casa o hasta el planeta en que vivimos. Y podríamos seguir: el respeto por mi cuerpo y por el tuyo. El respeto por la tarea y los compromisos que asumimos con un cliente, con un equipo, con el medioambiente. “Tener límites no es estar limitadas, sino darnos espacios de oportunidad”, recuerda Tatiana Stanislawowski, otra de nuestras expertas consultadas. Esta es una de las claves: entender los límites empáticos como un acuerdo de respeto nos ayuda a empezar a pensar en cuáles son los acuerdos que queremos dialogar a la hora de empezar a dibujar un corazón.

Otra forma del amor

“Los límites empáticos se ponen CON la gente y no A la gente”, dice nuestra psico, Inés Dates. Y si sabemos “bancar” la parte desagradable, puede llevarnos a un mejor vínculo. “A veces, por no decir lo que queremos o lo que pensamos, nos perdemos la oportunidad de que nos conozcan o de conocer más al otro. Es muy peligroso ese tipo de ilusión”, dice Inés. Pero… ¿qué pasa cuando los límites que yo necesito establecer no son escuchados por el otro? Por lo general, a medida que vamos conociéndonos, vamos entendiendo cuáles son nuestros valores, qué es lo que consideramos importante, y desarrollamos (o no) la capacidad de no solo comunicar esos límites en formato de acuerdos, sino también gestionarlos. Entendiendo que eso es el amor: muy por el contrario de pensar que alguien “es malo” o rígido porque me pone un límite, interpretar que esa acción es una manifestación de los valores del otro y una oportunidad para mí de conocerlo más. Esta es la mirada empática de los límites.  

Nuestros valores: la materia prima

Conocernos profundamente es una parte clave de nuestra evolución a la hora de poner límites. Es poder decirles “no” a situaciones, hábitos, vínculos o formas que sentimos que ya no tienen que ver con nosotras. Que no nos representan o no nos hacen sentir cómodas. Sí, pensalo como una práctica de amor propio también. Y por eso, nuestros valores son una manifestación condensada de aquello que consideramos importante y no negociable. Ahora, la pregunta del millón: ¿sabemos bien cuáles son nuestros valores? Conocer y aprender sobre nuestros valores es el gran paso para darnos cuenta de qué límites necesitamos poner. Intentá pensar en los tuyos y escribir una lista de –al menos- cinco valores que hoy sean importantes para vos. Si te cuesta pensar en valores, la autora Brené Brown tiene publicada una lista enorme en su sitio (brenebrown.com).

El enojo, una red flag

Nos damos cuenta de que estamos necesitando poner un límite con algo o alguien cuando algo nos enoja. El enojo es de las emociones básicas y la mejor herramienta que tenemos para identificar una especie de “invasión”. Entonces, la primera pregunta que le tenemos que hacer al enojo es: “¿Qué límite necesito poner acá?” Cuando no establecemos limites hay caos. Hay confusión y hay abandono. Maritchú Seitún, la psicóloga especialista en crianza y autora del libro “Criar con empatía”, dice al respecto: “Criar con empatía implica tomar lo mejor de los dos modelos: del modelo antiguo con el que fuimos criados (de mucha firmeza, pero cero empatía) y de este movimiento permisivo, en el que nos dijeron que hay que escuchar a los chicos, pero se pasaron de rosca. No fue bueno el resultado, porque criar sin límites se parece mucho al abandono.”

¿Cómo hacer del borde una guarida?

Por María Agustina Capurro.

Psicóloga. @psiagustinacapurro.

Un fonema, sencillo, rápido de ejecutar, dos letras y sobreviene el límite. Sin embargo, qué difícil resulta el “NO”. El NO oportuno, el que salva, el que trae alivio y nos felicita en voz baja por haber podido nombrarlo.

¿Por qué nos cuesta tanto decir que NO? Es fácil creer que el NO trae pérdidas, nos deja afuera, ya no nos volverán a convocar, a llamar, a pedir. Decir que NO nos hace menos queribles: es la creencia que nos cuesta derribar, mientras “sí” tras “sí” nos desgastamos y enojamos. Sin embargo, es una lectura parcial y poco cuidadosa creer que bordear y limitar nuestras posibilidades nos dejará, en definitiva, solos.
Poder explicitar los “hasta dónde” nos permite regular la energía, cuidar de nuestros recursos internos. Ese “hasta dónde” les pone voz a deseos internos que muchas veces están velados por las demandas y mandatos externos y son difíciles de rastrear.

Decir que NO es entregarse a lo propio, darse espacio y tiempo. Es no responder a las expectativas ajenas que muchas veces arrasan con lo deseable, con las necesidades, con lo posible. Decir que NO es un logro, la construcción de un dique que contiene y nos vuelve al centro desde donde conectarnos con lo verdadero del otro y de uno mismo.
Pero muchas veces los NO llegan después. Después de saber lo costoso de la disponibilidad constante, y cuando llega, algo se despeja adentro, se obtiene claridad, se vivencia un aprendizaje para agarrar fuerte y tener siempre presente, para no olvidar lo que se siente cuando prevalece el deseo por sobre la exigencia.

Bordar el límite, cimentar los bordes, nos trae –ni más ni menos– libertad. Un proceso dinámico que permite estar en contacto con nosotros mismos deslinkeando que el amor es sacrificio: el amor es respeto y cuidado. Y eso comienza hacia adentro, junto con el NO como llave.

Expertas consultadas
Lic. Inés Dates
Nuestra psicóloga.
@ines.dates.viviendo.

Tatiana Stanislawowski
Lic. en Comunicación y especialista en marketing. 
@tatistani.
 

Amores

Cuatro notas para entrar en el mundo de las relaciones.

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