Un buen negocio después de los negocios

Decía el poeta ruso Joseph Brodsky que las vacaciones son algo así como el Paraíso: se paga con la vida anterior como moneda.

La ciudad de México, de hecho, es negocio después de los negocios si uno viene por negocios. Y también es negocio sin hacer negocios si uno viene de vacaciones. Que, en definitiva, suelen ser un negocio redondo.

Tan redondo como una tortilla de maíz, sustituto del pan en la mesa mexicana. O como una vuelta por la Plaza de la Constitución, más conocida como el Zócalo, enfrente de la catedral metropolitana y del Palacio Nacional (sede del gobierno). Corazón de la cultura azteca.

La mejor vista: desde el balcón terraza del Gran Hotel, donde uno puede desayunar o comer algo. Lo más rápido: un tour guiado, en trolley , desde la estación Centro Histórico (avenida Juárez 66) hasta el Palacio de Bellas Artes; dura 45 minutos y vale tres dólares por adulto y la mitad por chico. Lo más divertido: perderse a pie por el empedrado que corona callejuelas zigzagueantes, desparejas, pobladas de edificios coloniales y de iglesias antiguas.

El Zócalo se caracteriza por locales en los que se puede conseguir oro a buen precio. Regla fija: regatear. La Zona Rosa, llena de restaurantes, se destaca, a su vez, por locales en los que se puede conseguir plata a buen precio. Igual consejo: jamás aceptar el valor inicial.

Todo depende de los gustos, claro. Tanto por los souvenirs como por los paseos. Símbolo de la historia mexicana es, por ejemplo, el Museo Nacional de Antropología, en el parque de Chapultepec. Requiere medio día para recorrerlo y otro medio día, después de una estupenda sopa de tortilla y de algún platillo con chile (picante), para conocer Polanco, colonia (barrio) cercana en la que abundan los hoteles, las boutiques y los restaurantes.

Enclaves hay por todas partes. Y, en realidad, no existe mejor guía que uno mismo, o la intuición, pero si el día libre es sábado, por ejemplo, la colonia San Angel es famosa, precisamente, por su Bazar Sábado. Es decir, por las pinturas y las esculturas, exhibidas por los autores, en la plaza San Jacinto.

Enfrente hay una galería de artesanías y una feria en la cual uno puede dar con la cháchara (baratija) que siempre quiso y que nunca se atrevió a comprar.

Decisión habitual si uno está fuera de casa: hacerse de cosas con las que después no sabe qué diablos hacer. Hasta que, frente al empleado de la aerolínea, intenta justificar como equipaje la armadura medieval que ocupa más lugar, y que pesa, más que uno.

De San Angel, después de echar un vistazo a la increíble fuente hecha con trozos de cerámica en La Casa del Risco, queda a un paso la colonia Coyoacán, donde está el Museo Frida Kahlo. Era la casa en la que vivía con su marido, el pintor Diego Rivera. Con más tiempo, digamos un día libre, no hay nada más romántico que una vuelta en trajineras (botes) por Xochimilco. Palabra que significa lugar donde crecen las flores. De todos los colores mientras, a babor y estribor, desde mariachis hasta vendedoras de flores y comidas, en sus respectivas balsas, matizan el trayecto. Lento, como los movimientos acompasados del gondolero que jamás abandona la popa.

Correlato posible puede ser el Museo Dolores Olmedo, donde están las obras de Diego Rivera y de Frida Kahlo. Una hacienda fastuosa en la cual pavos reales y perros aztecas (xoloitzcuintle) deambulan con libertad.

Libertad de la que uno puede disponer, también, para ir otro día a las ruinas de Teotihuacán, o al mercado La Ciudadela (de artesanías, en especial), o al Museo Ripley (figuras de cera) o, con chicos, al Parque, el Zoológico y la Feria de Chapultepec, o al Museo Papalote, o la Ciudad de los Niños. Negocio para todos, en definitiva.

De noche, mil restaurantes. Mexicanos y de otras nacionalidades; hasta argentinos. Y, después, un margarita o una sangrita (tequila, jugo de tomate, limón y sal, todo por separado) en El Jorongo, dentro del Sheraton María Isabel, justo enfrente del monumento El Angel de la Independencia, sobre Reforma. Lugar, animado por mariachis, donde es negocio gritar alegrías o, si cuadra, llorar penas. Todo al mismo precio.

MEXICO, D.F.- Le llaman La venganza de Moctezuma y, en realidad, es más incómoda que dolorosa. Es por efecto del agua y, según dicen, de la altura (2400 metros sobre el nivel del mar). Un malestar digestivo, digamos. Que se atenúa con té de manzanilla, consomé de pollo o papaya fresca con limón. Y paciencia, claro.

Lo aconsejable en la ciudad de México es evitar excesos, ya sea de la actividad física o de las bebidas alcohólicas. Sobre todo, los primeros días. Y soslayar las comidas de los puestos ambulantes, y aumentar el consumo de agua mineral y de bebidas no alcohólicas.

Eso es todo, más allá del smog y de la superpoblación (24 millones de habitantes).

En los hoteles, de todos modos, el agua es potable. Ante la duda, bueno, una botella de agua mineral para cepillarse los dientes y tomar una aspirina no modifica demasiado la tarifa.

Cómo llegar: el pasaje aéreo, ida y vuelta, desde Buenos Aires hasta México D.F. cuesta cerca de 1550 dólares, con tasas e impuestos incluidos.

Alojamiento: una habitación doble en un hotel tres estrellas vale desde 60 dólares; en uno de cuatro, entre 100 y 190, y en uno de cinco, hasta 350.

Más información: Casa de Turismo de México, Avda. Santa Fe 920; 4393-7070. Atención: de lunes a viernes, de 9.30 a 13 y de 14.30 a 18.