Las dos damas

Hay dos damas sobre un escenario que le da la cara al mundo entero. 

Una está sentada, la otra parada a su lado. Si no fuera porque están acostumbradas tendrían que cerrar los ojos, no muchos pueden soportar tantas luces. 

Las dos visten de negro y brillos y la audiencia se conmueve con la fragilidad de la dama mayor de labios rojos que tiembla y que contrasta con la más joven, de pisada segura y musculos inmutables. 

A la señora se la ve contenta y emocionada y también, y no hay dudas, un poco perdida. Se la siente expuesta. ¿También lo sentirá ella? Ojalá que no.

Ese momento presume destino de desastre. Podríamos imaginar el estado de alerta de la producción millonaria del evento, a la otra protagonista enojada por no tener espacio para destacarse como se merece y a la leyenda en silla de ruedas temerosa por no saber bien qué debe hacer justo ahí sobre las tablas, el lugar en donde era indiscutida. 

Pero nada de eso que podría ocurrir ocurre. 

La dama parada le toma la mano, firme. La piel tersa se arruga y la arrugada se tersa en ese nudo de dedos con uñas perfectas. La audiencia respira aliviada mientras ellas aprietan aún más las manos que las sostienen, cada una con lo que tiene para ofrecerle a la otra. 

Cruzan miradas, el centelleo de los ojos no tiene edad, y la menor afirma con un sutil movimiento de cabeza y la invita a arrancar y la mayor confía en la memoria de su talento y vuelve a su eje. Toma las tarjetas que había olvidado que tenía en la otra mano y las lee. 

Cuando se dispersa, la otra la trae de vuelta con una humildad y un respeto tan sutil y amoroso que un poco nos devuelve la esperanza en la humanidad a los espectadores. 

Si alguien no comprendiera el concepto de “sororidad” alcanzaría con que le mostremos estos minutos de video para que se le disipe cualquier duda. 

Sobre el final, con una intimidad delicadísima, escuchamos que la rubia le susurra “Te tengo” y la le morocha responde “Lo sé”. 

Se espejan, lo que fue una, lo que será la otra.

Podríamos todas vernos ahí, en esa caridad.

La dama parada es Lady Gaga, la dama sentada es Liza Minelli y esto ocurrió en la entrega de los Oscar 2022 mientras presentaban, juntas y hermosas, uno de los premios más importantes de la noche: la estatuilla a la Mejor Película. 

Es posible que no hayan visto o que no recuerden esta escena (hice una mini encuesta entre conocidas que confirmó mi sospecha) porque en esa misma noche el escándalo de Will Smith, que le pegó una cachetada a Chris Rock sobre el escenario, se llevó todas las miradas, todas las portadas, todos los posteos y todas las conversaciones de sobremesa.

Muchas veces precisamos, preciso, volver a mirar. 

Para curar lo que quiero guardar en mi memoria, como si eligiera la calidad de mis alimentos. 

Para no perderme lo que hay alrededor, para cambiar de mirador y entender, entonces, la totalidad del paisaje. 

Para sumarle el tiempo que necesitan algunas reflexiones. 

A eso las invito en este espacio. No siempre para encontrar “lo bueno”, hay cuestiones que, lo lamento tanto, simplemente no lo tienen, sino para agrandar nuestro mundo o para conocer otros porque esa es, después de todo, la base de la empatía. 

Volver a mirar para ganarle a la corrida diaria, al tema del momento y para, por ejemplo, no quedarnos solo con la cachetada.

Es que en ese evento, además del sopapo, y con estas dos damas, hubo amor. 

¿Lo vieron?

Volvamos a mirarlo: