
Cinco bodas y un pincel: la novela que rescata a una artista brillante silenciada por siglos
La periodista y escritora Mariana Guarinoni reconstruye la vida secreta de Lavinia Fontana, la primera gran pintora del Renacimiento, y revela cómo la sororidad, la resiliencia y el deseo pueden cambiar destinos incluso en los tiempos más injustos.
19 de diciembre de 2025 • 09:17

Cinco bodas y un pincel: la novela de Mariana Guarinoni que rescata a una artista brillante silenciada por siglos - Créditos: Gentileza Editorial Urano
En Cinco bodas y un pincel, Mariana Guarinoni, periodista y escritora, vuelve a hacer lo que mejor sabe: iluminar a las mujeres que la historia relegó a las sombras. Esta vez el rescate es para Lavinia Fontana, una pintora extraordinaria del siglo XVI que desafió prohibiciones, pintó en secreto durante años y terminó retratando a nobles, cardenales y hasta al Papa. Pero lo que más fascinó a la autora no fue solo su talento, sino la red de vínculos femeninos que Lavinia creó para sobrevivir en un mundo que no la quería protagonista.
Entre secretos, intrigas y el universo fascinante —y oscuro— de los Médici, la novela mezcla hechos reales con una narrativa cargada de emoción y suspenso. Guarinoni teje así una historia que habla del arte, de la valentía y, sobre todo, de esas alianzas entre mujeres que existieron siempre, aunque pocas veces hayan quedado registradas.
En la charla con OHLALÁ!, la autora de este libro del sello Stefano de Ediciones Urano, revela su proceso, sus hallazgos y el consejo que le daría hoy a cualquier mujer que esté buscando su propio “pincel”.

Cinco bodas y un pincel, de Mariana Guarinoni (Editorial Urano) - Créditos: Gentileza Editorial Urano
—¿En qué momento supiste que la historia de Lavinia merecía profundizarse y contarla? ¿Qué te conmovió de ella?
—Desde que descubrí a Lavinia Fontana, en 2023, sentí que su historia merecía ser contada. Fue una mujer que rompió barreras, salió de la oscuridad donde la obligaban a esconderse. Es un personaje real que se animó a pintar cuando estaba prohibido que las mujeres pintaran y llegó a lo más alto. Y me conmovió mucho su fuerza para ayudar a sus amigas a sobrevivir.
—Lavinia pintó en secreto, sin permiso para firmar. ¿Qué te resonó de esa lucha silenciosa?
—Su capacidad para avanzar a pesar de la prohibición. No se detuvo ante un “no”. Era imposible que una mujer pintara, y Lavinia lo hizo. Pintó en secreto absoluto durante años. Si la descubrían podrían cerrar el taller de Próspero Fontana, su padre. Pero ella no se conformó con la realidad que le tocaba: la cambió. Decidida a vencer cualquier barrera, pintó hasta hacerse notar. Su excelente calidad la puso en la mira de los Médici. Su fama creció. Con el tiempo llegó a ser la pintora del Papa: pasó de pintar escondida a alcanzar el logro máximo para un artista en aquella época. Logró lo imposible.
—En tu novela, las mujeres crean redes para sobrevivir en un mundo que no las quería protagonistas. ¿Qué descubriste investigando esos vínculos femeninos del siglo XVI?
—Descubrí que los vínculos de hermandad y amistad femenina existieron siempre. Las palabras sororitá y sorellanza, que en italiano significan “hermandad entre mujeres”, ya existían en aquella época. En español, la palabra sororidad recién se adoptó a fines del siglo XX, pero mis personajes conocían ese sentimiento. El problema fue que esos vínculos estrechos entre mujeres quedaron registrados pocas veces porque la historia la escribían hombres, y destacaban apenas lo que ellos veían o lo que creían importante. Bianca Cappello, la amante de Francesco de Médici, y Lavinia se ayudaron mutuamente durante años, con varias situaciones que cuento en la novela. Lo que destaco de esos vínculos de sororidad es que las mujeres rescataban la amistad femenina, pero no consideraban al hombre como enemigo, sino como par. Lavinia se apoyó mucho en Zappi, su marido, y en Ludovico Carracci, su colega desde la infancia, para juntar fuerzas y ayudar a otras mujeres.
—¿Qué eco viste entre esas alianzas antiguas y las que vivimos hoy como mujeres?
—El principal dato en común entre las dos épocas es la confianza en la capacidad de otra mujer. La fama de Lavinia como pintora creció entre las damas nobles del Renacimiento y generó una lista de espera por una obra suya. La ayudó la empatía femenina que generaba, el buen clima que lograba, además de su excelencia con el pincel. Las retratadas se sentían cómodas y forjaron lazos de amistad sinceros, algunas la eligieron madrina de sus hijos. Su fama se multiplicó gracias a ellas. Creo que hoy pasa eso: hay una revalorización de la mujer desde las mismas mujeres. Hasta hace unas décadas mucha gente elegía especialistas hombres, en diversos rubros, porque eran eminencias en sus áreas. A las mujeres siempre nos costó más ser valoradas, con pocas excepciones, en todas las profesiones: arquitectas, médicas, periodistas… Esa costumbre patriarcal se fue suavizando. Hoy avanzamos en todos los sectores y ya nadie da por descontado que un hombre hace la misma tarea mejor sólo por su género. Antes sí. Lavinia logró romper esa barrera, como la seguimos rompiendo día a día. Pero su nombre quedó oculto por mucho tiempo después de su muerte. Hoy la rescato.
—La relación entre Lavinia y Bianca es uno de los ejes más potentes. ¿Cómo trabajaste la complejidad de esa mujer que fue amante, madre, noble, estratega y profundamente humana?
—La creación de todos los personajes es un proceso largo e intenso. Investigué mucho la vida de Bianca para llegar a entender sus motivos, sus anhelos y sus logros. Así descubrí esa relación de amistad sincera entre mujeres, que les permitió empoderarse mutuamente. Se ayudaron en todo: en la carrera de una, en el ascenso a la corte de la otra, y hasta en salvarse la vida.
—Contás que no querías una biografía, sino algo más vibrante. ¿Cómo encontraste el equilibrio entre fidelidad histórica y emoción narrativa?
—La fidelidad de los hechos históricos para mí es inamovible. Es algo que tengo grabado en mi interior desde mis comienzos como periodista: la realidad hay que contarla tal como sucedió. Por eso en mis novelas investigo los hechos, busco y rebusco hasta encontrar todas las fichas del rompecabezas. Me sumergí durante un año en la vida de Lavinia, hasta armar la imagen en mi cabeza. Es una historia real, a la que agregué emoción a través de la ficción para atrapar al lector. Elegí el suspenso para revelar la red de amistad que estas mujeres crearon para sobrevivir porque la sensación de incertidumbre y miedo era parte de sus vidas.
—¿Qué parte del universo Médici te resultó más fascinante?
—¡Todo! Desde la falta de escrúpulos, la obsesión por el poder y la riqueza, su estrategia para alcanzar la cima política y convertirse en nobleza. La historia del clan es fascinante para una novela, y a la vez admiro su pasión por el arte. Promovían todo tipo de conocimientos, invertían en pinturas, esculturas, porcelanas, alquimia o invenciones mecánicas. Financiaron hasta la creación de bombas de agua. Todo eso hay que rescatarlo. Además, el XVI es el siglo de más poder de los Médici. La literatura y el cine suelen enfocarse más en Lorenzo el magnífico o en Catalina, que son anteriores y más conocidos, y no se habla tanto del gran duque Francesco y el cardenal Ferdinando. Me gustó revelar la verdadera cara de estos hermanos.
—¿Hubo algún descubrimiento histórico que cambió por completo el rumbo de la novela?
—Sí, dos. Uno me marcó el rumbo desde antes de empezar. Lo descubrí en la investigación y lo cuento en las palabras finales del libro: una segunda autopsia realizada a Francesco de Medici en 2007, 400 años después de su muerte, cambió un hecho histórico y me permitió armar esta trama. No puedo revelar más por respeto a quienes todavía no la leyeron. Se comprende bien al final. Y el otro hecho que me impactó mucho también fue la muerte de dos princesas Médici en la misma semana, asesinadas cada una por su marido, del mismo modo, con aprobación del jefe del clan familiar. ¿Por qué ocurrió? Porque imitaron lo mismo que él hacía: tener amantes. Esa vara desigual me enojó tanto que decidí incluirlo en la novela. Eran personajes secundarios y no quise alejarme mucho de la trama central, pero me pareció importante mostrar esa valoración escasa de la vida de la mujer. Si no obedecían, las mataban.
—Mencionás que tu alma periodística fue la que encendió la búsqueda. ¿Cómo conviven la cronista y la narradora en tu proceso creativo?
—Están las dos dentro de mí y se dan la mano siempre. La investigadora marca el rumbo. La escritora vuela, pero siempre dentro de los límites de la historia real. Soy las dos a la vez.
—Me gustó mucho el árbol genealógico que decidieron incluir en la edición al inicio y la gacetilla-carta con la que te comunicas con el lector. ¿Cuál fue el propósito de ambas acciones?
—El árbol nació de manera espontánea. Lo dibujé a mano en un cuaderno mientras investigaba, para ir ubicando a los personajes y armar la historia. Estaba lleno de flechas de colores, anotaciones y tachaduras. Después de terminar se lo ofrecí a la editora y le gustó la idea. Es una forma más para invitar al lector a entrar a la novela. Lo mismo que la carta, que fue una acción para presentarlo. Una invitación a descubrir esta historia diferente.
—¿Qué le dirías a una mujer joven –lectora de Ohlalá- que hoy está buscando su propio “pincel” o una herramienta que la conecte con su deseo?
—Que busque mucho, que no baje los brazos ante un “no”. Y que busque primero en su interior, para ver qué es lo que quiere; que encuentre su propio motor. De allí puede sacar la fuerza para hacer un camino propio. Aunque a veces la realidad canse y haga sentir que es imposible, la fuerza para dar pasos que dejen huella tiene que venir desde adentro de una. Como hizo Lavinia.
Por Andrea Albertano, gentileza para OHLALÁ! @andreaalbertano
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