
Laura Ramos: “Investigando sobre María Luisa descubrí, a mi pesar, mentiras y encubrimientos de muchos de los amigos que nos rodeaban”
La autora revela cómo descubrió que la mujer que la cuidó en su infancia era una agente de la KGB y transforma esa investigación en una historia sobre memoria, secretos familiares y poder femenino.
13 de noviembre de 2025 • 22:01

La niñera espía que marcó a Laura Ramos: lo contó en un libro. - Créditos: Prensa
A veces, la verdad se revela en un momento en que estamos en otra cosa. Para Laura Ramos, esa revelación llegó en forma de una frase casual que le dijo su hermano: “¿Sabías que nuestra niñera era una espía de la KGB?”. La autora no le creyó. Pero los documentos que él le mostró —informes soviéticos desclasificados tras la caída del Muro de Berlín— confirmaron lo impensado: aquella modista española que la había cuidado en Montevideo, afable y generosa, era África de las Heras, una de las agentes más legendarias del siglo XX.
Primero fue una gran conmoción, y eso llevó a Ramos a emprender una investigación que la mantuvo en viaje de Montevideo a Ceuta, de La Habana a Cambridge, pero también hacia adentro, hacia los silencios de su propia familia.
Mi niñera de la KGB es mucho más que una biografía de espionaje: es el retrato de una mujer libre y contradictoria y, al mismo tiempo, el reencuentro de la autora con sus raíces, sus padres —la feminista Faby Carvallo y el historiador Jorge Abelardo Ramos— y los secretos que marcaron a una generación. Esto nos contó en charla con OHLALÁ!

La niñera espía que marcó a Laura Ramos: lo contó en un libro - Créditos: Prensa
—Laura, tu libro parte de una revelación totalmente inesperada: descubrir que aquella mujer entrañable de tu infancia era una espía internacional. ¿Recordás qué fue lo primero que sentiste al enterarte a través de lo que dijo tu hermano?
—No le creí. Recién tuvo que traerme los dos informes de los espías soviéticos que se pasaron a Occidente después de la caída del Muro de Berlín. Ellos publicaron su nombre verdadero, África de las Heras, y sus acciones internacionales (el asesinato de Trotsky) para que empezara a creerle. Aun así, no quería escribir este libro. No quería volver al mundo de mis padres, a sus ideologías, a sus amantes, a su revolución.
—Pero lo hiciste. Mi niñera de la KGB combina investigación, memoria y literatura. ¿Cómo encontraste el equilibrio entre el rigor histórico y la emoción personal?
—El rigor histórico es la línea en la que trabajo desde hace muchos años, cuando hice la biografía de las hermanas Brontë. Y lo sostuve hasta la obsesión con mi libro sobre las vidas de las maestras que trajo Sarmiento a la Argentina. Necesito de ese rigor yo, que soy periodista y no historiadora (que soy una historiadora amateur, una historiadora advenediza), para demostrar ante la Academia que puedo hacer una investigación rigurosa.
En cuanto al “factor sentimental”, ése es el que me faltaba cuando mi hermano llegó con la noticia. Tuve que viajar a Montevideo y hacer los primeros descubrimientos para encontrarme con ese factor sentimental (la historia de mi familia, las mentiras, los secretos) que me impulsó a escribir el libro.
También encontré el factor sentimental de la historia de la espía, clave para mi impulso. Lo encontré cuando entrevisté a dos hermanos que aún hoy están enfrentados entre sí a causa de María Luisa (unos Caín y Abel, enfrentados a muerte porque uno acusa a María Luisa del asesinato de su padre y el otro la defiende). El que la defiende me dijo, en llanto y a los gritos: “¡Ella me dio la vida!”. Y se refería a María Luisa, a quien su hermano acusa de haber mandado asesinar a su padre. Una historia bíblica y actual, porque ambos están vivos. Esos fueron los dos factores sentimentales que me impulsaron a escribir este libro.
—¿Qué te sorprendió más en el recorrido: lo que descubriste sobre África de las Heras o lo que descubriste sobre vos misma y tu familia?
—Descubrir que mientras María Luisa (ese era su nombre-fachada, con el que nos cuidaba) había envenenado a su marido (también espía) en la misma casona en la que nos cuidaba y en el mismo año en el que nos cuidó, fue un golpe mortal. Que las tazas de café con leche que nos daba estuvieran impregnadas del veneno del asesinato fue una estocada fina.
También descubrí que mis padres (y sus amigos del círculo de intelectuales que rodeaba a María Luisa) tenían valijas de doble fondo y coberturas y tapaderas similares a las de María Luisa. Quizá ese descubrimiento fue más impactante que los dos asesinatos con los que me topé en Montevideo.
—A lo largo del libro se percibe una reflexión sobre la mentira, el secreto. ¿Qué te interesó explorar de ese “arte del ocultamiento” que atraviesa tanto la vida de la espía como la de los intelectuales de tu entorno familiar?
—Investigando sobre María Luisa descubrí —a mi pesar, sin proponérmelo— mentiras y encubrimientos de muchos de los amigos que nos rodeaban. Aparecieron jugadores compulsivos de casino que viajaban en colectivo desde el barrio de Malvín hasta Carrasco, donde estaba el casino, y volvían en lujosos remises, o viceversa. Montevideo tenía un famoso casino al que iban también argentinos, porque creo que en esa época estaba prohibido el juego aquí.
El tema del dinero (el exceso, la falta) ronda toda la historia. Fue clave que estos artistas e intelectuales fueran pobres; fue el factor que posibilitó que María Luisa pudiera insertarse en sus vidas. Ella se introducía de una manera discreta, pero su presencia con los paquetes de dos kilos de masas de El Oro del Rhin, la confitería más encopetada de Montevideo, no pasaba desapercibida. Su llegada a las cenas y cumpleaños con esos paquetes era esperada y deseada.
Traía también vinos importados, cajas de ravioles de una fábrica de pastas coqueta de Pocitos, y traía su simpatía española y un interés por ayudar a esos amigos jóvenes (nuestros padres y sus amigos) que tenían niños chicos a los que ella se ofrecía desinteresadamente —eso parecía— a cuidar.
—Tu madre, Faby Carvallo, y tu padre, Jorge Abelardo Ramos, aparecen como figuras muy presentes, casi mitológicas. ¿Qué cambió en tu mirada hacia ellos después de este libro?
—La investigación que hice sobre la mujer que fue mi madre en los años de mi infancia en Montevideo me mostró a un ser exquisito, sensible, cultísimo y auténticamente extravagante que deseó transmitir a sus hijos la visión particularísima del mundo que ella tenía.
Si yo deseaba en mi infancia que mi madre fuera como el personaje de la madre del libro Mujercitas, la señora March, ahora entiendo que el deseo se me cumplió. Pero, como se suelen cumplir los deseos, se cumplió algo torcido, algo desviado: más que parecerse a la señora March, la madre, mi mamá se parecía a Jo March, la hija, la heroína de Mujercitas. Y yo, como una hija rebelde de Jo March, salí conservadora hasta tal punto que cuando era chica quería ser monja.
Ahora puedo reírme de esa niña que quería ser monja y agradecer esa educación extraña que me dio mi madre y que me convirtió en escritora. Porque llevé adelante la admonición de un personaje de Franny and Zooey, un libro de Salinger: “Si tuviste una educación extraña, por Dios, úsala”.
—En la forma en que describís la figura de África —una mujer libre, sensual, contradictoria—, ¿creés que este relato interpela la idea de libertad femenina dentro de un sistema político de la época?
—Absolutamente. La idea de la separación del sexo del amor era una idea subversiva entonces y lo sigue siendo ahora, al menos para la mujer. Esas convicciones de política sexual fueron las miguitas de pan que yo fui siguiendo (y que la KGB no se preocupó por ocultar) para descubrir el camino de María Luisa.
—Tus obras anteriores ya venían explorando genealogías femeninas (Las señoritas, Infernales…). ¿Sentís que este libro cierra una trilogía o abre otra etapa en tu escritura?
—No creo que vaya a abandonar la investigación sobre vidas de mujeres del siglo XIX y XX. Es la temática que más me interesa, porque en última instancia me lleva a mis lecturas infantiles y juveniles de Jane Austen, de Dickens, de Louisa May Alcott, de las hermanas Brontë, el mundo de fantasía en el que quiero habitar como resistencia al duro, despiadado y gélido mundo real.
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