
La maternidad no se transita sola: el poder de las amigas en los momentos más difíciles
En la maternidad, contar con una amiga que escuche, acompañe y sostenga puede ser tan importante como cualquier otra red de apoyo. Estos vínculos íntimos y genuinos son un factor clave para la salud mental.
16 de julio de 2025 • 16:21

¿Cómo pueden acompañarte tus amigas en la maternidad? - Créditos: Getty
“Sin vos no hubiera podido”. Esa frase, que tantas veces se escucha en voz de mujeres madres, no siempre está dirigida a la pareja, ni a la propia madre, ni al pediatra. Suele estar dedicada a una amiga. A la amiga que escuchó los audios de madrugada cuando el bebé no dormía, que dijo “yo te acompaño” cuando hubo que ir a un control posparto o pediátrico, o que simplemente mandó un mensaje, hizo una pregunta o compartió ese meme justo cuando el día pesaba.
La maternidad, tan idealizada como solitaria, es también muchas veces, es un portal que transforma los vínculos. Algunas amistades se tensan o se enfrían. Pero, al mismo tiempo, otras se encienden. Nacen redes nuevas, inesperadas, muchas veces tejidas en la sala de espera de una ecografía, en un grupo de crianza, en el chat del jardín, o con esa amiga con la que no había tanta afinidad, pero transitar el mismo momento vital resignifica el vínculo y las une. Mujeres que sabían poco o nada unas de otras, pero que comparten desvelos, culpas, dudas, cansancio y risas. Porque en esa intimidad que genera la crianza se abre algo genuino, y también profundamente aliviador.
Contar con una "otra" empática, alguien que también está transitando la maternidad, supone un factor protector clave para la salud mental. Aunque cada maternidad es distinta, existen códigos tácitos compartidos, gestos silenciosos de comprensión, aprendizajes conjuntos y validaciones que alivian. No es solo compañía: es salud mental en acción, en la forma más simple y poderosa.
La trampa de la "tribu ideal"
En los últimos años se ha instalado fuertemente la idea de la importancia de tener una "tribu" que acompañe la crianza. Se repite como un mantra: "se necesita una tribu para criar". Sin embargo, esta expectativa también puede volverse una fuente de angustia. No todas las mujeres tienen acceso a una gran red, ni siempre desean compartir la maternidad en grupo. Y eso está bien.
Para muchas, la "tribu" puede ser una amiga, dos, o una prima con la que antes no había tanta profundidad pero que, a partir de la experiencia de lo materno, se transforma en un vínculo íntimo y contenedor. Porque lo que importa no es la cantidad, sino la calidad del lazo, la posibilidad de sentirse acompañada sin juicio, con empatía y sostén. La verdadera red no responde a la imagen idealizada de los encuentros grupales siempre armoniosos, sino a esos vínculos cotidianos que sostienen lo real: la falta de sueño, las dudas, el cansancio, la risa espontánea y el abrazo que salva el día.
Las amigas de crianza son las que conocen el cansancio acumulado y las contradicciones sin necesidad de explicar nada. Las que pueden reírse del caos, acompañar un berrinche o simplemente estar ahí cuando necesitamos un mate o un mensaje a las once de la noche diciendo: “No estás sola”. Esos pequeños gestos cotidianos son, muchas veces, el anclaje que permite sostenerse cuando la marea del día a día parece desbordar.
Una red no es sólo logística, es emocional
Tener con quién llorar el cansancio, a quién mandar una foto del pañal sospechoso o a quién decirle “me siento mala madre” sin miedo a ser juzgada es muy importante. Porque la maternidad, aunque muchas veces se transite en pareja o en familia, tiene momentos de soledad estructural. Y ahí, las amigas, las de siempre y las nuevas, pueden ser un espejo compasivo que nos devuelve una palabra que calma, que ayuda a desarmar miedos o a validar sensaciones.
Una amistad genuina en tiempos de puerperio puede funcionar como un dispositivo psíquico de cuidado. Una suerte de espacio transicional donde no hay exigencia, pero sí presencia; códigos compartidos de mamá a mamá, y un sostén identitario que se vuelve no solo red externa, sino refugio interno.
Amistades que se vuelven familia
Con el tiempo, esas amigas se integran al relato familiar: “la tía del alma”, “la amiga de la plaza”, “la que me bancó cuando lloraba por todo”. Porque no solo cuidan a nuestros hijos: nos cuidan a nosotras mientras cuidamos, y eso tiene un valor inmenso.
Son amistades donde no hay exigencias, donde los mensajes se contestan con delay, pero siempre prima la necesidad de estar. Aunque la charla esté interrumpida y sea difícil profundizar, los gestos, las miradas, los abrazos, un mensaje breve o una simple presencia sostienen.
Y quizá ahí esté la belleza de estas amistades: son vínculos nacidos desde la vulnerabilidad pero fortalecidos en la cotidianeidad. Amistades que, sin importar la frecuencia o la formalidad, sostienen en los momentos más sensibles. Porque la maternidad puede ser un viaje solitario, pero con una amiga al lado, siempre se vuelve más habitable, más amable, más humana.
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