
Maternidark: cuando la maternidad se vuelve real (y no perfecta)
La maternidad también tiene un lado oscuro, caótico y humano. Psicólogas, autoras y mamás reflexionan sobre la culpa, las exigencias y la necesidad de desromantizar la crianza.
15 de octubre de 2025 • 15:00

Mamá dark: el lado oscuro y desprolijo de ser madre. - Créditos: Getty
La maternidad tiene muchas postales: los abrazos que derriten cualquier cansancio, los besos babosos de chocolatada y galletitas, los “te amo, mami” antes de dormir. Pero también existe otro costado, menos glamoroso y mucho más común de lo que parece: la maternidark. Es esa cara B de la experiencia de ser mamá, donde conviven las ojeras, las dudas, el desorden, la ambivalencia y la sensación de no estar nunca a la altura.
En la maternidark no hay filtros ni ediciones. Hay noches en vela que parecen eternas, berrinches que estallan en el lugar menos oportuno, manchas imposibles de sacar y una casa que nunca termina de ordenarse. Está esa soledad que duele cuando nos comparamos con la maternidad “perfecta” que muestran las redes, y esa mochila emocional que cargamos entre culpa, miedos y cansancio.
Nombrarlo es un alivio. Porque no se trata de fallar, sino de reconocer que criar también es caótico, contradictorio y agotador. Compartirlo nos recuerda que no estamos solas y que, en esa oscuridad, también late un amor inmenso y una fuerza que, a veces, olvidamos.
Expectativas vs. realidad
La maternidad es un territorio constante de expectativas vs. realidad, donde la culpa y la autoexigencia juegan al escondite. Como señala Natalia Liguori, nuestra experta consultada, las altas expectativas asociadas a la maternidad, la idealización y sacralización de este período se constituyen como uno de los principales factores de vulnerabilidad para la salud mental materna. Por eso, es fundamental desromantizar la maternidad, que ha sido históricamente enaltecida.
“Las expectativas desajustadas nos alienan de la experiencia, nos desconectan de nuestro propio deseo, de los valores personales que nos guían, del momento presente tal y como es. La experiencia real y la socialmente idealizada (que solemos internalizar), por definición, no coinciden. La distancia entre una y otra está tan acentuada en la maternidad que ese choque entre ambas, esa caída libre, suele sumirnos en una sensación de inadecuación casi constante, de culpa omnipresente y de mucha frustración”, asegura Liguori.
¿Por qué nos pasa?
En 1973, la antropóloga estadounidense Dana Raphael acuñó el término “matrescencia” para describir el proceso de transformación física, psicológica y social que atraviesan las mujeres al convertirse en madres. Se produce una reconfiguración identitaria enorme y una reorganización vincular que conmueven todas las estructuras.
Y si bien convertirse en madre nos abre a un amor inimaginado (aunque no siempre instantáneo, ¡no caigamos en otro mandato!), también puede activar emociones intensas como irritación y agotamiento. Porque ya bastante energía nos lleva mantenernos a nosotras en pie, cuidar de otro ser humanito es una tarea titánica.
Criar en el siglo XXI
Hoy la maternidad se vive en un terreno híbrido, con un pie en la tradición y otro en la posmodernidad. Como explica la antropóloga Marcela Lagarde, estamos en un “sincretismo de género”: atrapadas entre el mandato de cuidar como lo hacían las mujeres de antes y la expectativa de brillar en el mundo profesional, como se les exige a las mujeres de ahora.
Así pasamos los días malabareando dobles y triples jornadas, intentando correr carreras de obstáculos sin redes de apoyo reales, sin políticas públicas que pongan los cuidados en el centro y sin una distribución equitativa de las tareas dentro de casa. Avanzamos en lo público, sí, pero en lo privado seguimos chocando con la falta de partenaires para compartir el peso cotidiano.
El resultado es que terminamos trabajando como si no tuviéramos hijos y criando como si no tuviéramos otra vida. Queremos estar presentes, ofrecer tiempo de calidad, estimular, acompañar, regular emociones..., pero muchas veces lo hacemos agotadas por la carga mental y con la sensación de que nunca alcanza.
Nadie me contó
A todo esto se suma el ruido de la era hiperconectada: manuales, talleres, cursos y expertos que parecen dictarnos cómo hacerlo todo “bien”. Preparar comida real y casera (adiós, ultraprocesados), evitar pantallas a toda costa, postergar la escolarización, prevenir la “herida primal”, mantenernos siempre reguladas y pacientes y disfrutar cada instante como si la maternidad fuera una sucesión de escenas de publicidad. El mantra “mamá feliz, bebé feliz” se instala como exigencia silenciosa: no alcanza con criar, además hay que hacerlo con sonrisa y sin quejas.
Y como si no bastara, conviven estos nuevos mandatos con los viejos de siempre: la presión por “recuperar la figura”, disimular ojeras, arreglarnos aunque estemos muertas de cansancio, no mostrar grietas. Como si la maternidad nos volviera defectuosas y hubiera que “arreglarnos” para volver a ser.
Cuando solo nos guiamos por lo que muestran las películas, las revistas o las redes, sentimos que nos faltaron “medidas anticipatorias”. Y sí: la maternidad es una experiencia imposible de dimensionar hasta que se transita. Aun acompañando de cerca a otras, cada vivencia es irrepetible. Incluso en una misma mujer, cada hijo mueve piezas distintas, toca fibras nuevas, activa recursos y vulnerabilidades diferentes. Hay algo de lo intransferible, de lo intransmisible, que solo se comprende en carne propia.
La salud mental en la maternidad
“Nuestra soledad es un bullicio eterno, es no estar en nuestra cabeza sino en el afuera, en el qué dirán, en el deber ser”, escribe Flor Freijo en Solas (aun acompañadas). Y muchas veces esa es la sensación: no habitarnos del todo porque seguimos representando un papel. La buena madre, la mujer maravilla, la que todo lo puede. En el intento de encajar en esos moldes, nos cuesta mostrar el lado más íntimo, con sus luces y sus sombras.
Esa soledad también se alimenta de lo estructural: la desigual distribución de tareas, la carga mental que aplasta, la falta de acompañamiento real. Estamos rodeadas de gente, pero solas en lo esencial: pocas veces aparece alguien que sostenga a quien sostiene, que sea relevo más allá de lo extraordinario.
Por suerte, hay cosas que podemos hacer para cuidar nuestra salud mental. Prestar atención a lo básico (descanso, buena alimentación, momentos de movimiento y recreación) es clave, aunque suene obvio. El humor cambia cuando dormimos poco, la paciencia se esfuma cuando entramos en modo “ahorro de energía”, y aun así solemos ignorar nuestras propias necesidades porque estamos entrenadas para poner a otros primero.
También es vital no encerrarnos: salir al aire libre, caminar, conectarnos con la naturaleza y cortar con la rutina. Cuando quedamos atrapadas entre cuatro paredes, la sobrecarga se multiplica: aparece el multitasking infinito, el scroll sin fin y la intoxicación de información. Por eso, tan importante como elegir qué comemos o cómo descansamos es filtrar qué consumimos en redes. No todo contenido nutre; algunos solo agrandan la brecha entre lo que somos y lo que creemos que deberíamos ser.
Criar en el siglo XXI es intenso, contradictorio y agotador. Pero también es la oportunidad de resignificar la maternidad, de buscar nuevas formas de sostenernos y de recordar que no hay manual perfecto ni recetas infalibles: hay caminos únicos, con luces y sombras, que transitamos mejor cuando nos animamos a compartirlos.
5 momentos típicos de la maternidark
1) “Mi bebé no duerme”. Tu bebé confunde la madrugada con el prime time. Dormiste dos horas y, de pronto, estás meciéndolo a las 3 de la mañana mientras tu cerebro empieza a tirar asociaciones delirantes: desde si pagaste el seguro del auto hasta si tu hijo tendrá cólicos o simplemente jet lag.
¿Cómo nos sentimos? En un estado raro entre el amor más tierno y la desesperación absoluta. Todo con las ojeras como souvenir permanente.
¿Qué podemos hacer? Recordar que no somos las únicas, que la maternidad insomne es una especie de tribu silenciosa que existe en cada ventana iluminada a esa hora. Además, “hoy no es siempre”. Y si nada funciona, sabé que el café de la mañana tendrá un sabor épico.
2) “Cuando salimos hace una escena”. Sucede lo inevitable: tu hija decide que llevarse ese paquete de papitas de tubo no es negociable, justo en medio del súper. Lágrimas, gritos, pataleta en estéreo y, de fondo, las miradas que parecen juzgar tu capacidad de liderazgo.
¿Cómo nos sentimos? Como si estuviéramos dando un examen de maternidad frente a un jurado implacable. Spoiler: nadie aprueba siempre.
¿Qué podemos hacer? Respirar profundo, abrazar la escena con humor (aunque sea por dentro) y recordar que un berrinche no define tu calidad como madre. Con el tiempo, estas escenas se convierten en anécdotas que contamos con risa nerviosa.
3) “Mi casa parece Kosovo”. La casa parece un set de rodaje del caos: juguetes en cada rincón, manchas imposibles en los sillones y restos de comida en lugares donde ni siquiera sabías que se podía comer. Y sí, ese puré en tu pelo confirma que la domesticidad Pinterest es ciencia ficción.
¿Cómo nos sentimos? Abrumadas, a veces culpables por no poder con todo, a veces resignadas al modo supervivencia.
¿Qué podemos hacer? Cambiar la vara de perfección. No hace falta tener la casa impecable: basta con un espacio donde respirar y una mesa más o menos despejada para tomar ese café (aunque esté frío). La infancia es desorden, y eso también significa vida.
4) “Me siento sola”. Abrís Instagram y ves mamás que parecen recién salidas de un editorial de moda: bebés sonrientes, desayunos dignos de hotel cinco estrellas y casas sin una sola mancha. En tu realidad, todavía ni te pudiste lavar los dientes, los pañales vuelan y llevás el rodete de la supervivencia.
¿Cómo nos sentimos? Solas, comparándonos con un ideal imposible, con la sensación de que nadie más vive este lado oscuro de la maternidad.
¿Qué podemos hacer? Apagar el scroll cuando pesa demasiado y buscar redes reales: esa amiga que entiende, ese chat de mamás donde todas comparten memes confesionales. Porque la verdadera maternidad no tiene filtros, y compartirla alivia.
5) “Soy mala madre”. Tu día empieza con culpa por no haber cosido el disfraz para el cole. Sigue con miedo de enfermarte (ya estás sintiendo la garganta rasposa), porque quién los va a cuidar. Continúa con agotamiento y gritos mientras desbordan la bañera. Y termina con una carga mental de las tareas del día siguiente que no descansa ni en sueños. Todo esto en simultáneo, como si estuviéramos en un reality de resistencia.
¿Cómo nos sentimos? Exhaustas, con la sensación de no estar a la altura, arrastrando una mochila invisible que nunca se vacía.
¿Qué podemos hacer? Aflojar las exigencias internas, pedir ayuda sin culpa y permitirnos vulnerabilidad. Procurar hacer una pausa, con los recursos que estén a mano, aunque no sea más que salir al balcón unos minutos. Y nunca olvidar que, aunque hayas tenido menos paciencia de la que desearías: un mal día no te convierte en una mala madre.
Las exigencias de la maternidad, por Florencia Sichel (*)
No sé en qué momento criar se volvió algo tan debatible, opinable y enseñable. Cuando me convertí en madre, me di cuenta de que existía un mundo desconocido con infinidad de cursos, tips aleccionadores y mandatos listos para consumir, digerir y poner en práctica.
Llego a mi casa de trabajar, estoy cansada, y recuerdo ese consejo no pedido que se inmiscuyó a primera hora de la mañana en mi mente a través de un video que decía que a mis hijas tenía que darles opciones. Le dije entonces a la mayor que podía elegir si ir a bañarse con los juguetes de Peppa Pig o con las bolitas de colores. Ella gritó que no quería ir a bañarse. Respiré, conté hasta diez y le volví a preguntar. Me pegó. Volví a respirar y me acordé del bailecito que hacía esa mamá recomendando abrazar a los hijos cuando están desbordados. Eso hice: la abracé. Fue peor: se tiró al piso y lloró a los gritos. Le hablé con amor y ella siguió gritando. “Basta ya. Te vas a bañar o saco todos tus juguetes a la calle”, dije. Me di cuenta de que acababa de tirar toda la pedagogía amorosa a la basura.
¿Soy la peor madre del mundo? Sé que no; sin embargo, con la maternidad desbloqueé un nivel de inseguridad muy fuerte en el que someto a evaluación cada decisión que tomo. ¿Por qué no alcanza con los cursos, posteos de Instagram o libros que podamos leer? ¿Por qué es tan difícil criar?
Ayuda contar con la cantidad de información que encontramos quienes cuidamos, aunque por lo general está teñida de cierta moral, y eso puede volverse un mandato más del que es muy difícil escapar (¡sin sentir culpa!). Hay una fantasía de pretender certezas o garantías allí donde no las hay. Entender que no hay certezas en la crianza no tendría que ser percibido como desesperanzador; por el contrario, nos pone frente a la posibilidad de entender que la vida de nuestros hijos está dotada por la propia singularidad de cada uno y de la relación que ellos y ellas forjan también con el mundo en el que viven.
Un hijo pone a prueba nuestra relación con la ignorancia. Nos hace reconocer que hay muchas cosas que no sabemos y qué vamos a seguir sin saber. La maternidad exige tiempo; y eso vale mucho más que cualquier imperativo o mandato.
Quizás, además de todo lo que podamos hacer las madres, también necesitemos de esa red de cuidados-tribu-contención que haga de nuestras maternidades algo más compartido (y liviano). No hay tips, no hay recetas: hay práctica, y mejor no hacerlo todo solas.
(*) filósofa, autora de Todas las exigencias del mundo (Planeta, 2025) y divulgadora.
Grupos de crianza
Los llantos y las risas, si son compartidos, mejor. En la maternidad necesitamos tribu y hay varios espacios que propician estos encuentros entre mujeres:
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Mamam: liderados por psicólogos, tienen grupos para embarazadas, madres recientes, madres de múltiples, migrantes y más. @mamam.grupos.
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Alma del Parque: desde el yoga, brindan espacio para que embarazadas y puérperas se conecten con su cuerpo y con ellas. También hay talleres especiales para mamás con hijos mayores. @almadelparque.
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Red de crianza: desde la crianza respetuosa, buscan acompañar a las familias en la crianza de sus hijos e hijas. @reddecrianza.
Para seguir pensando
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Workin’ Moms: madres modernas que intentan equilibrar todo y sobreviven entre risas, lágrimas y vino. En Netflix.
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Maternidades imperfectas: un pódcast que acompaña, empodera e inspira a las madres a vivir su maternidad, por fuera de los mandatos. En Spotify.
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Maternidad real: el libro de la pediatra Carla Orsini explora aquellos temas con los que nos encontramos a la hora de criar a nuestros hijos en la sociedad actual.
Experta consultada: Natalia Liguori, psicóloga perinatal. @psinliguori.
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