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Adicción al celular: por qué nos cuesta soltarlo y cómo empezar a tener una relación más sana con la tecnología

Cada vez pasamos más horas frente a la pantalla y sentimos ansiedad al desconectarnos. Qué nos pasa con el uso del celular, cómo identificar la dependencia y qué estrategias pueden ayudarnos a recuperar el equilibrio digital.


Adicción al celular: por qué nos cuesta soltarlo y cómo empezar a tener una relación más sana con la tecnología

Adicción al celular: por qué nos cuesta soltarlo y cómo empezar a tener una relación más sana con la tecnología - Créditos: Getty



¿Alguna vez saliste de tu casa sin el celu y te sentiste “desnuda” y fuera del sistema? De repente te invade una sensación de estar perdida, porque no sabés qué pasa alrededor, si alguien te está buscando o si te estás quedando afuera de algún plan. Y ahí, en ese instante, seguro te das cuenta de que algo no está bien, porque si estás atravesando esa ansiedad por volver a mirar qué pasó ahí adentro durante tu ausencia, es porque ya sos dependiente de un aparato.

Y sí, por más que la mayoría de las veces lo neguemos o digamos con total seguridad que podemos manejarlo, la realidad es que hoy en día dependemos 100% de un celular. Es nuestra herramienta para comunicarnos, trabajar, sacar turnos médicos, pagar servicios y consumos, recibir información y hasta tenemos los documentos en una app. La vida entera. ¿Qué se esconde detrás de este pequeño móvil al cual llevamos siempre en nuestro bolsillo? 

¿Por qué nos atrapa tanto? 

Los smartphones o teléfonos inteligentes son un tipo de dispositivo de comunicación móvil, son lo que llamamos un metamedio, o sea, un medio de medios. Esto quiere decir que contienen dentro de sí una multiplicidad de medios digitales en los cuales gestionamos la infraestructura de lo cotidiano. Es decir, en ellos se llevan adelante formas de comunicación que nos permiten sostener las relaciones, los trabajos, trámites de salud, de educación, las formas de cuidado, nuestras formas de expresión y de participación política. Todo lo que hacemos vinculado con Internet y las redes sociales, que son espacios donde vivimos nuestras vidas, está mediado por estos dispositivos. Entonces, ¿somos adictas o es una necesidad? 

A partir de la pandemia, se produjo una aceleración total de la idea de que podemos vivir en el entorno digital: se puede tomar una clase, ir al médico o hacer yoga a través de una pantalla. Lo empezamos a sostener como algo posible en la vida cotidiana y todo eso nos llevó a que nuestros familiares, parejas, padres o hijos nos pidan que estemos ahí, siempre disponibles. 

Además, gracias a la llegada de las redes sociales, hoy todas estamos atravesadas por un modo de ser que está muy deseoso de mostrarse allí donde están sucediendo las cosas. Vamos a lugares y estamos pendientes de sacar una buena foto para mostrar en Instagram, ponemos el nombre de los eventos a los que asistimos y, si de trabajo se trata, no podemos olvidarnos de hacer una publicación en LinkedIn. Estas acciones son casi obligatorias en la sociedad actual. 

Todo esto junto produce una combinación tremenda de variables que hacen que sea muy atractivo y que te llame mucho la atención ese objeto. Pensemos que, además, es un aparato que está siempre encendido, porque cuesta mucho apagarlo. De hecho, la plataforma principal de uso en Argentina es WhatsApp, una aplicación que no tiene un botón de apagado y está siempre encendida por default. El celular, entonces, se convierte en un objeto cuasi mágico, con poderes que nos llaman, nos convocan y, también, nos preocupan. 

Un diseño encantador 

Hay distintas dimensiones del diseño de estos dispositivos que los tornan más atractivos, de manera tal que reducen la autonomía de los individuos. Y ahí se pueden mencionar distintos factores como el scroll infinito de algunas redes sociales que genera una sensación de apego mayor. Los colores que se utilizan están pensados para atraparnos más y, de hecho, ya hay experimentaciones para volver a los celulares en blanco y negro y quitarles, así, su nivel de atractivo. Las notificaciones también son un punto de atención que te termina volviendo dependiente. Si bien las podés desactivar o reducir, paradójicamente, se demostró que hay gente que, al sacarlas, terminó estando mucho más pendiente del teléfono porque lo revisaba todo el tiempo con tal de no perderse nada. Por otro lado, se puede experimentar con apps que restringen el uso de otras apps, utilizando configuraciones técnicas para que la pantalla no brille o no se active sola. 

Sin embargo, estas estrategias terminan siendo un poco precarias, porque, si no te querés perder de nada, no podés solamente hacer un gesto de desconexión voluntaria, tenés que hacer algún otro que contrarreste eso que hiciste. Por ejemplo, alguien que se va de Instagram por un tiempo prolongado tiende a empezar a consumir otros medios o a pedirles ayuda a sus familiares o amigos para saber qué está pasando. En resumen, si te desconectás digitalmente y no te querés quedar afuera, tenés que hacer pasos extra. Es todo un esfuerzo. 

El lujo de desconectarnos 

Es muy común que cuando las personas apagan el teléfono tengan que avisarle a su círculo primario que por x cantidad de horas van a estar sin celular, para que no se asusten, porque también hay mucho miedo cuando una persona se “desconecta”. Vivimos en una era en la que asumimos que cada persona está constantemente disponible en todo momento y lugar. Y lo que nos parece raro o nos da miedo es cuando eso se rompe. De hecho, quienes están a cargo del cuidado de otras personas (mayores, sobre todo) tienen tendencia a no apagarlo nunca y a estar mucho más pendientes por la noche. Cuando alguien siente que tiene que velar por la seguridad de la salud de otro, se vuelve mucho más importante la relación con el dispositivo y no se puede dar el “lujo” de olvidarse de él. Sube mucho el costo de desconectarse. 

Sin embargo, hay muchos usuarios que buscan esta desintoxicación, para volver a lo primario y salir del scroll sin límite. Para ellos hay talleres de bienestar digital, que ayudan a recomponer la relación con los celulares y encontrar un punto de equilibrio. Hay retiros de desconexión (incluso retiros de yoga) que muchas veces incorporan la idea de desconexión de los móviles. Google, por ejemplo, ofrece un curso de bienestar digital online, en el que te brindan herramientas para mantener hábitos tecnológicos saludables. 

También las propias tecnologías mainstream de comunicación como Meta ofrecen dentro de sus plataformas una suite de posibilidades de desconexión que les permite a sus usuarios administrar su presencia online de manera más eficiente y, en algunos casos, reducir la sobreexposición digital. 

La clave para que estas herramientas sean útiles es que el deseo surja por voluntad propia y no sea una obligación, porque, en ese caso, seguramente vas a reaccionar y querer que te devuelvan el teléfono, te vas a enojar y frustrar. 

Tiempo en pantalla 

Si llegaste hasta acá buscando un número que te sirva de referencia, tenemos que decirte que no podemos ayudarte. ¿Por qué? Porque no existe un número mágico de tiempo en pantalla y de horas de celular para saber si estamos dentro de lo esperado o no. Está muy definido por cómo se evalúa la satisfacción del uso. Es decir, si estás contenta o pensás que lo que estás haciendo ahí es valorable, cuenta mucho más que un número objetivo. 

Por lo general, las personas evalúan su tiempo en pantalla de acuerdo a cómo está compuesto, o sea, no es lo mismo que la mayor parte de su tiempo lo hayan gastado scrolleando vídeos verticales infinitamente que sentir que lo usaron para hacer una videollamada con seres queridos que están en otro lugar del mundo o que consumieron un vídeo de YouTube en el cual aprendieron algo. 

Actualmente, se valora mucho la idea de extraer un valor o aprender algo nuevo de su experiencia en las redes sociales y poder entender que eso fue algo cualitativamente bueno. En cambio, lo que molesta mucho es cuando notamos que el uso en pantalla se fue en cosas que no pueden señalar, como estar dos horas en Instagram sin una búsqueda concreta. La primera reacción que aparece ante estos promedios es la sensación de vergüenza. Hay una tendencia generalizada de no querer mirar, abrirlo o decirlo. Eso sucede porque sentimos que estamos muy solas en estos temas, cuando, en realidad, es una cuestión colectiva. Tendemos a echarnos la culpa, a pensar que somos las únicas responsables, que estamos perdiendo el tiempo, que no gestionamos bien nuestra vida. Al ser un tema poco debatido, se termina hablando mucho en términos de adicción, y lo que hace la adicción es individualizar el problema. En cambio, no se piensa tanto en la dimensión colectiva del tema. 

Las personas valoran muchísimo el poder controlar lo que hacen en el entorno digital, y esta pérdida de autonomía las pone mal, las angustia, por eso aparece la vergüenza. Es importante abrir el concepto de tiempo en pantalla para conocer de que está compuesto y hablarlo con otros, sacarlo de la esfera individual y ponerlo en diálogo, en debate. 

Qié es el phubbing 

Este término es una combinación de las palabras en inglés phone (“teléfono”) y snubbing (“desprecio” o “desatención”) y hace referencia al acto de ignorar a una persona que está en el mismo espacio físico por estar prestándole atención a un dispositivo móvil. 

El fenómeno nos habla de la convivencia de distintas presencias digitales y no digitales en nuestra vida cotidiana a partir de la ocupación móvil. Cuando se lanzó el smartphone, empezamos a mantener contacto con diversos vínculos que están tanto en persona como digitalmente con nosotros. Eso comenzó a coexistir y nuestra presencia se multiplicó, entramos en lo que se llama presencia conectada, o sea, la idea de que estamos presentes en otros entornos digitales sin estar con nuestro cuerpo físico. De repente, estamos en un montón de lugares al mismo tiempo y manteniendo lazos y conexiones en múltiples espacios. Eso genera cierta colisión con lo que son nuestros vínculos copresentes. 

¿Soy adicta al celular o no?: ejercicio para comprobarlo

Te compartimos algunas preguntas a modo de guía. Si las respondés sinceramente, te van a dar una pista sobre si sos adicta o no al celular: 

-        ¿Te sentís enojada si te sacan el celular? 

-        ¿Dormís con el celu al lado y es lo primero que mirás al despertar? 

-        ¿Lo agarrás varias veces, aunque no haya sonado, chequeando que no se te esté pasando ninguna notificación? 

-        ¿Lo usás en tu actividad diaria (mientras cocinás, te bañás, te maquillás, etc.)? 

En caso de querer disminuir su uso, hay varias herramientas que te pueden ayudar: por ejemplo, poné horarios límite para que te escriban desde el trabajo, hacé juegos del tipo “dejar el celular en una canasta” al comenzar una reunión para evitar la distracción o configurá tu celu para no poder entrar a las redes sociales después de cenar.   

Experta consultada: Mora Matassi. Ph.D. y directora de la Licenciatura en Comunicación de la Universidad de San Andrés. @moramatassi.  

Durmiendo con el enemigo (lumínico), por Diego Golombek

Durante años, se nos dijo que la clave para dormir bien era evitar el café a la tarde, cenar liviano, apagar las preocupaciones. Pero hoy tenemos un enemigo nuevo –o no tan nuevo– metido en la cama: el celular. Ese pequeño objeto brillante que dejamos en la mesa de luz “por si acaso”, como si alguien fuera a llamarnos desde Estocolmo a las tres de la mañana para decirnos que ganamos el Nobel. Spoiler: no va a pasar. 

Lo que sí pasa, cada noche, es que nos exponemos a una contaminación silenciosa pero constante: la contaminación lumínica nocturna, especialmente la que emiten las pantallas LED. Celulares, tablets, televisores y computadoras portátiles brillan con una intensidad que nuestro cerebro interpreta como si fuera pleno mediodía. Y eso tiene consecuencias. 

La luz azul que emiten estos dispositivos inhibe la producción de melatonina, la hormona que regula nuestro sueño. Es decir: cuando deberíamos estar relajándonos y preparándonos para dormir, nuestros cuerpos reciben el mensaje opuesto: “¡Es de día! ¡Seguimos activos!”. El resultado es que tardamos más en dormirnos, dormimos menos y peor. 

Pero no es solo una cuestión de luz. También está el contenido: leer mails del trabajo a las 23:47, scrollear noticias ansiosas o comparar nuestras vidas con las vacaciones perfectas de otras personas en Instagram. Todo eso activa nuestro sistema nervioso y nos lleva al estado contrario al descanso. Y sí, hay consecuencias. Dormimos menos, peor, más fragmentado. 

Y eso no se traduce solo en bostezos: estudios recientes vinculan la exposición excesiva a luz artificial por la noche con alteraciones metabólicas. Traducción: engorda. Así que ya tenemos a quién culpar además del asado, los ravioles y ese antojo nocturno de dulce de leche. 

¿La solución? Menos glow, más slow. Intentá exiliar las pantallas del dormitorio o, al menos limitarlas lo más posible. Usá luz cálida y tenue. Leé un libro, escuchá música suave, volvé al ritual de apagarse de a poco. Porque si hay algo que necesitamos más que notificaciones, es descanso. 

En definitiva, la recomendación es simple: una o dos horas antes de dormir, apagá las pantallas. Dejá que tu cerebro vuelva a su ritmo natural. Y sí, poné el celular lejos de la cama. Estocolmo puede esperar. 

(@diego.golombek). 
Universidad de San Andrés, CONICET. 

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