
Alimentos procesados vs. ultraprocesados: cómo reconocer la diferencia según una experta
Qué diferencia a los alimentos procesados de los ultraprocesados, por qué no todo lo industrial es dañino y cómo aprender a leer las etiquetas para comer mejor, según la licenciada en Nutrición Andrea González.
15 de diciembre de 2025 • 16:31

Alimentos procesados, ultraprocesados y saludables: ¿cómo distinguirlos? - Créditos: Getty
En medio de la conversación sobre lo que es sano o no, la licenciada en Nutrición Andrea González explica por qué procesar un alimento no lo vuelve dañino, cómo distinguir un alimento procesado de uno ultraprocesado y por qué educar al consumidor es más importante que asustarlo.
La diferencia entre alimentos procesados y ultraprocesados genera debate entre expertos, profesionales de la salud y la industria. Entender qué lugar ocupa cada uno es clave para tomar decisiones más conscientes sobre lo que llevamos a la mesa. No se trata de evitar todo lo que tenga una etiqueta, sino de saber interpretarla. Porque entre la ciencia, la regulación y el sentido común hay un punto de equilibrio posible: comer con conciencia, sin miedo y con información, evitando dietas de exclusión innecesarias.
No todo lo industrial es sinónimo de artificial ni todo lo casero garantiza salud. La licenciada en Nutrición, doctora en Ciencias de la Salud, Andrea Fabiana González explica por qué procesar no es necesariamente empeorar y cómo entender el verdadero sentido del procesamiento puede ayudarnos a elegir mejor.
“Procesar un alimento no es sinónimo de hacerlo poco sano. El procesamiento es parte de la cadena alimentaria y permite que los alimentos sean seguros, nutritivos y duraderos. Sin él, no podríamos conservar ni garantizar la inocuidad de muchos alimentos esenciales. Un ejemplo claro es la pasteurización de la leche y los alimentos que entran en su cadena de producción, como el yogur, que es casi el único alimento fermentado que seguimos llevando a la mesa, con una matriz versátil que favorece la salud digestiva, fortalece los huesos por su alto contenido de calcio y aporta proteínas de alta calidad”, señala González.
La experta en nutrición digestiva sostiene que el mayor error de comunicación de los últimos años fue poner en la misma categoría a todos los alimentos que pasan por una planta industrial. “Hay un prejuicio instalado contra lo procesado cuando, en realidad, sin ese paso tecnológico muchos productos serían inviables o incluso peligrosos”, explica.
“El problema aparece cuando los procesos son tan complejos que el alimento pierde su identidad original”, agrega. “Pero reducir todo a una sola etiqueta no ayuda: necesitamos diferenciar, no demonizar”.
Procesar no siempre significa empeorar
Cuando entramos a un supermercado, todo parece simple: un envase, una etiqueta, un color. Pero detrás de cada producto hay una historia que no se ve. Desde una leche pasteurizada hasta un pan integral, casi todo lo que llega a la mesa fue procesado de algún modo para mejorar su calidad y su inocuidad.
La Clasificación NOVA, desarrollada por la Universidad de São Paulo, define cuatro grupos de alimentos según su grado de procesamiento: los mínimamente procesados (como frutas, granos o leche), los ingredientes culinarios, los procesados (como el pan o el queso) y los ultraprocesados, elaborados con mezclas de componentes industriales, aditivos y saborizantes.
González insiste en que la tecnología alimentaria no es el enemigo, sino una herramienta que puede proteger la salud y mejorar la calidad nutricional. “La ciencia y la tecnología alimentaria permiten que los alimentos lleguen en condiciones óptimas y que se mantengan sus nutrientes”, dice.
También marca una diferencia clave en la comunicación: “No es lo mismo una leche pasteurizada que una bebida vegetal sabor a leche”.
El dilema en la mesa familiar
La confusión se acentúa cuando se trata de la alimentación infantil. Madres y padres buscan opciones sanas, preparan galletitas caseras o reemplazan snacks, pero muchas veces sin advertir la cantidad de azúcar o grasa que agregan sin querer. Por eso, distinguir entre lo que es un alimento procesado saludable y lo que es ultraprocesado resulta clave.
“A veces creemos que porque algo es casero automáticamente es bueno, y no siempre es así. Muchas preparaciones caseras o de venta libre tienen exceso de azúcares, grasas de mala calidad, sal y están basadas en harinas refinadas. Lo que define la calidad nutricional no es dónde se hizo, sino con qué y para qué se hizo”, aclara González.
La especialista enfatiza: “Entiendo que los lácteos han sido demonizados; sin embargo, son parte importante de las guías de alimentación saludable. Hoy existen yogures sin sellos y con excelente perfil nutricional. Eso demuestra que la industria también puede evolucionar hacia fórmulas más saludables. Ese error de comunicación genera miedo y desinformación”.
En los últimos años, muchas empresas reformularon sus productos para reducir azúcares y eliminar sellos de advertencia. El cambio responde tanto a nuevas normativas como a un consumidor cada vez más informado.
Educar, no asustar
La experta en nutrición digestiva insiste en que la educación alimentaria es la herramienta más poderosa para mejorar la salud pública.
“Lo importante es que la gente aprenda a interpretar la etiqueta. Si reconocés la mayoría de los ingredientes, probablemente sea una buena opción. Si la lista parece un laboratorio, mejor buscar otra alternativa”.
También plantea una cuestión ética en el discurso sanitario: “No podemos poner en la misma categoría un yogur natural, un paquete de galletitas y una gaseosa. Hay una diferencia científica: no todo es lo mismo”.
Y concluye con una mirada integradora, más cercana a la vida real que a las teorías alimentarias perfectas: “El equilibrio existe. Se trata de comer con conciencia, sin miedo y sin exclusiones innecesarias. Adultos responsables en las elecciones alimentarias, autoridades sensibles ante la equidad alimentaria e industrias comprometidas con los cambios. Se trata de juntarnos todos los actores para lograr un bien mayor”, cierra.
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