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Recrudece la violencia digital hacia las mujeres en redes sociales

La directora @BridgeTheGapcom, psicóloga, especialista en diversidad analiza un fenómeno de creciente violencia en las redes, en particular, contra las mujeres. El fenómeno de los haters u odiadores anónimos.


Los ataques a mujeres recrudecen en redes sociales.

Los ataques a mujeres recrudecen en redes sociales. - Créditos: Getty



Quiero empezar esta columna con una frase de Jane Goodall:  "En realidad, no se necesita mucho para ser considerada una mujer difícil. Por eso hay tantas de nosotras".

En los últimos años, recrudece cada vez más la violencia digital hacia las mujeres en redes sociales, ya sea violencia política a mujeres candidatas o expuestas políticamente, y también a activistas, militantes, divulgadoras. “Hate” es el término en inglés que se ha popularizado para describir el fenómeno de odio creciente a figuras en redes sociales. Y digo figuras porque hay una despersonalización en la dinámica del “hate”, que no considera que, al fin y al cabo, se trata de personas encarnando valores y, al deshumanizarlas, concentra todo aquello que se repudia en estas figuras.

 

Muchos estudios sociales que enfrentaron a los haters con las personas reales mostraron que estos no pudieron reproducir cara a cara aquello que habían dicho detrás de los avatares de las redes. La identidad digital se despega de la persona real y cobra otra identidad.

En la política podríamos mencionar casos de mujeres de todos los colores partidarios, pero quiero traer el caso del último Gran Hermano, donde eran en su mayoría mujeres, llamadas “tridente”, adjudicándose una índole maliciosa de “serpientes”. Finalmente, se fueron eliminando una a una, y la final fue entre dos varones. Sin quitar mérito alguno, me gustaría hacer el intento de hacer un análisis que no caiga en simplicidad sexista o victimista. ¿Podremos?

 

Así como en muchos procesos de selección de una entrevista laboral, sobre todo cuando se requiere para posiciones de poder, mágicamente se descartan a las mujeres. No voy a repetir obviedades estadísticas de cómo estamos subrepresentadas las mujeres en los lugares de decisión, pero sí quiero remarcar que se juzga mucho peor a una mujer por “milipili” o “hueca” que a un varón por acosar o sus dichos homofóbicos en un reality. La doble vara es real. No es lo mismo ser un buen jugador, que ser una buena jugadora. La estratega o el estratega van a medirse por diferentes variables y sí, el género importa y mucho.

¿Qué pasa con la figura de la mujer ambiciosa que quiere ganar, ya sea un reality, un puesto de trabajo o notoriedad en la vida pública? Seguimos buscando “humildad” y “bajo perfil” en las mujeres, cuando a los hombres esas mismas características se les atribuyen asertivamente cualidades positivas. ¿Cuál es el costo de trascender y destacar? Una estrategia en la vida o en un reality, está condicionado por los comportamientos esperables al género.

Sesgos de género para revisar

¿Cómo vamos a avanzar si no trabajamos nuestros propios sesgos de género? Proclamarnos feministas es un acto político y personal pero atravesado por sesgos inconscientes. Es un lugar incómodo, que muchas veces no es fácil de sostener. Lo más llamativo es que aun muchos núcleos feministas se caracterizan por ser cerrados y sin diálogo con otros sectores.

Los sesgos son inconscientes y no son una simple charla de una hora para eliminarlos como si fuéramos computadoras. Son parte de nuestro proceso cognitivo, de percepción del mundo. No podemos evidenciarlos simplemente por declararnos feministas. Básicamente, apuntan al hecho de que depende de quién haga una afirmación de ideas, vamos a juzgar en función de quién lo dice y no de qué está diciendo.

Se estima en 7 segundos esta asociación automática entre la persona que enuncia y el sesgo de interpretación a lo que estoy escuchando. Y esto implica que vamos a “acomodar” los argumentos en función de eso. 

 

Nada en las neurociencias ni en lo que se ha investigado sobre sesgos, santifica a las mujeres o las exculpa de errores, ni nos transforma en seres puros y libres de maldad e intereses. Pero las mujeres no estamos socializadas en el poder. Las mujeres, un colectivo diverso y complejo, no hemos crecido recibiendo mensajes positivos sobre posiciones de privilegio y el poder es un privilegio enorme, ya sea poder en una audiencia, en redes sociales, en un sector, no tenemos aprendidas conductas sobre cómo manejarnos en el poder.

Sobran los ejemplos de mujeres que, en posiciones de poder, se vuelven déspotas o bien, puntualmente exigentes con sus pares, esto evidenciado en los entornos laborales. Hay el llamado síndrome de “abeja reina”, el cual dice que una mujer en lugares donde hay pocas mujeres se sienten poderosas y extraordinarias, con el discurso de “si yo llegué acá, pueden todas con total voluntad”, negando privilegios o factores específicos que la han habilitado a esos lugares.

El cambio se da desde los lugares de poder. Incluso en política las mujeres que quieren empujar la agenda feminista buscan alianzas con sectores de poder. Necesitamos perspectiva de género en todos los sectores, en los territorios, en las empresas, en las redes sociales, en las profesiones que atienden a las personas en el sistema de salud. Necesitamos mensajes masivos que puedan comprender todas las personas y no solo las académicas. Necesitamos que nuestras abuelas y madres tengan acceso a temas de género para construir puentes. Y en este sentido todas tenemos habilidades y roles diferenciales.

Los hombres tienen su propia agenda que, demandamos, se hagan cargo. Eso ya lo sabemos, pero hoy quiero hacer una reflexión que no pretende ser ninguna verdad, sobre lo que falta integrar desde los feminismos, porque el cambio no se dará si seguimos reforzando los estereotipos que siguen vivos en nosotras. Para salir del loop eterno, haciendo como que avanzamos y, luego, solo retrocedemos, es necesario instalar estas conversaciones.

El cambio cultural debe ser sistémico y desde diversos ámbitos. No hay posibilidad de cambio en ningún ámbito que no implique diversos actores sociales. Hablar de género es hablar de poder. Necesitamos diversidad de sectores para la diversidad, ya que no se puede lograr la igualdad desde círculos cerrados. Si no reconfiguramos nuestra propia percepción del mismo intragénero, ¿cómo vamos a cambiar el estado actual de las cosas?

Quiero finalizar esta columna con la misma frase de Jane Goodall:  "En realidad, no se necesita mucho para ser considerada una mujer difícil. Por eso hay tantas de nosotras".

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