
Huérfanos por femicidio: el libro de Sonia Almada que visibiliza a las infancias olvidadas tras la violencia de género
En Huérfanos atravesados por el femicidio, la psicóloga y activista Sonia Almada pone el foco en las niñas, niños y adolescentes que sobreviven al asesinato de sus madres y en una herida social que el Estado y la Justicia aún no logran reparar.
15 de diciembre de 2025 • 15:31

Huérfanos por femicidio: el libro de Sonia Almada que visibiliza a las infancias olvidadas tras la violencia de género - Créditos: Prensa
Sonia Almada conoce el territorio del dolor desde adentro. Por eso, cuando decidió investigar la orfandad por femicidio —esa experiencia extrema que afecta a cientos de niñas, niños y adolescentes en la Argentina— eligió empezar por su propia historia. “En la no ficción uno debe explicitar desde dónde habla”, dice. Y ese punto de partida, lejos de ser un gesto narcisista, es para ella una postura ética: nombrar quién es, qué la atraviesa y por qué se compromete con estas infancias es parte del modo en que busca cuidarlas.
En Huérfanos atravesados por el femicidio (Editorial ConTexto), Almada reconstruye escenas, diálogos y silencios de quienes estuvieron allí, a metros del arma, del fuego o del cuchillo. Infancias que vieron —o escucharon— todo. Infancias que cargan el trauma, la desprotección estatal, la revictimización judicial y la pregunta imposible: “¿por qué no pude salvar a mi mamá?”. Con una escritura rigurosa y conmovedora, la autora analiza la violencia de género como una forma extrema de maltrato infantil y propone políticas urgentes para reparar lo irreparable.

Huérfanos por femicidio: el libro de Sonia Almada que visibiliza a las infancias olvidadas tras la violencia de género - Créditos: Prensa
-Huérfanos abre con un fragmento muy íntimo de tu historia. ¿Por qué sentiste necesario comenzar desde allí?
-Siento que en la no ficción es fundamental que quien escribe explicite desde dónde habla y para que lo hace. Elegir un tema, decidir qué historias contar y cuáles no, nunca es un gesto neutro o apolítico. Tampoco la decisión de con qué autores trabajar en un ensayo, es una toma de posición y creo que debe estar muy claro. Especialmente cuando se van a contar historias tan cruentas de dolor, de otra manera siento que sería instrumentalización.
Del mismo modo y en una época donde casi todo es fake, edición, storytelling, IA, me parece ético y necesario asumir la propia ubicación: de dónde vengo, qué me atraviesa y desde qué experiencia decido narrar y estudiar estos hechos. Nombrar ese punto de partida lejos de ser literatura del yo, es para mí una responsabilidad ética con quienes leen y, sobre todo, con quienes sobreviven a estas violencias. Yo no cuento por contar, yo cuento estas historias para lograr cambiar algo.
- ¿Hubo un caso, una escena o una conversación que funcionó como disparador para empezar a escribir este libro?
-Hubo un caso en un diario que me llamó la atención por la marginalidad donde se ubicaba a los hijos de la víctima, y luego un llamado,un pedido de ayuda en plena pandemia, cuando tres niña/os huérfanos necesitaban ayuda psicológica y psiquiátrica y el Estado no podía responder a ese pedido y una conversación con la editora de mi libro anterior, La niña del campanario. Allí pensé en la soledad de los huérfanos atravesados por el femicidio y lo comparé con otras formas de orfandad que también yo asistía clínicamente, y nació la idea.
- Como psicóloga y como sobreviviente, ¿cómo convivieron en este trabajo la autora, la profesional y la mujer que también carga una historia de violencia?
-Me dio una perspectiva única, para escuchar, para investigar y para acompañar. En este tipo de trabajo no se puede hacer preguntas y ya, irse con determinado material. O se puede hacer pero sería solo un ensayo técnico nada más. Aquí se requiere de un compromiso ético y real con la temática. Mi especialidad dentro del psicoanálisis, lo traumático de las violencias lo hacen todo más aprehensible, en el sentido de la comprensión profunda de lo que está sucediendo a quien narra y lo que le va a suceder después de repasar su historia. Yo no cargo con una historia. Viví varias experiencias de terror desde niña que hacen que tenga una posición político ética de activismo acerca de estas temáticas, que a su vez logran dar luz a lo que escribo, a lo que leo y a mi manera de escuchar.

Almada fue una de las expertas convocadas en el Senado de la Nación para promover la creación de organismos que documenten y reparen los daños causados en infancias a causa de las violencias. - Créditos: Prensa
-Hablás de la “historización de la violencia contra la mujer”. ¿Qué elementos de esa historia siguen vigentes hoy de forma más cruda?
-En 1872 un hombre asesinó de un disparo a Felicitas Guerrero en Barracas, de la misma forma moría Melisa Kumber en 2019 en manos de otro hombre con un arma. La historia se repite de manera aterradora. Antes las mujeres eran quemadas en hogueras públicas, hoy las incineran sus parejas o exparejas, como a Wanda Taddei o Vanesa Celma. Monzón arrojó al vacío a Alicia Muñiz en 1988, en 2020 Ramiro Ponce asesinó a patadas a Eliana Mendilaharzu en su casa también. O. J. Simpson asesinó a Nicole Brown Simpson en 1994 en Los ángeles a puñaladas, igual que fue asesinada Sabrina Ovalle en 2020 en Ituzaingó por César Diaz. La violencia contra las mujeres fue visibilizada por los movimientos feministas pero todo este trabajo y este impetu no han logrado terminar con los asesinatos. Logramos ponerle nombre, en casi todo el mundo: Femicidios/Feminicidios, logramos legislación y penas que antes no existían, pero no podemos detener la violencia sexual, la psicológica, la laboral, la financiera, la vicaria, y la más extrema, los asesinatos. En esta época, además, se suma un retroceso en estas conquistas, la agenda ha puesto en circulación discursos machistas extremos, que vuelven ubicar a la infancia, las mujeres y las disidencias en un lugar de despojo, minoritizado, a decir de Segato. Las mujeres y los niños dentro de la casa, una vez más. La violencia vuelve convertirse en un asunto doméstico no político, esto último regresa al terreno del privilegio.
- ¿Cuáles creés que son los principales aspectos culturales o mandatos —transmitidos en la infancia— que siguen alimentando estas violencias?
-Los roles de género: las mujeres pasivas, trad wife, para complacer a los varones, los varones a conquistar el mundo. La domesticación de las niñas comienza desde los colores con que se elige identificarlas, los juegos y juguetes, y los deseos y aspiraciones; a los varones, en cambio, se les pide fuerza, brutalidad y violencia del mismo modo. Desde “pareces una machona“ a “no seas maricón“ se despliega el repertoria de lo que cada género deberá sostener como estandarte según su sexo. Desde allí, una infinita catarata de violencia se construye para niñas y niños. Por eso el primer lugar donde pega el patriarcado es en la infancia, como estructura de poder y control.
-El libro reconstruye femicidios pero desde una perspectiva muy particular: la de los hijos e hijas. ¿Qué cambia cuando miramos estos crímenes desde las infancias que los sobreviven?
-Amplía derechos. Las infancias siempre fueron relegadas al olvido. Lloyd de Mouse, cuando intentó hacer una investigación histórica acerca de los vínculos entre padres e hijos, se encontró con que los niños estaban borrados de la historia, confinados a los ámbitos hogareños y escolares no se decía nada de ellos. Los derechos humanos, a pesar de la convención de los derechos del niño, siguen retrasados o subsidiarios de los derechos de los adultos. Una especie de teoría del derrame, si ayudo al padre o madre estaré ayudando al niño. En las violencias esto se recrudece, en el caso de las víctimas de femicidio se ubica la atención entera a la víctima principal, la mujer asesinada, pero pocas veces se piensa en los hijos e hijas, que no solo sobrevivieron al asesinato sino a la antesala, la violencia de género.
Los huérfanos por femicidio tienen una participación y una mirada sobre los hechos porque estuvieron allí a metros de las balas, del fuego o el cuchillo matador, siempre olvidados en las escenas del crimen o atendidos de manera tardía. Son sobrevivientes y, como tales, deben ser asistidos. Pensar en los huérfanos amplía la categoría del femicidio como un crimen político, social y estructural. No se asesina a una mujer en la privacidad de una habitación, se asesina a una familia y a una posibilidad de crecer con la mamá.

La licenciada en psicología Sonia Almada es magíster en Violencia contra Niñas, Niños y Adolescentes. - Créditos: Prensa
-En varias historias aparece la idea de que algunos/as de esos/as niñas/os “vieron todo” o estaban allí. ¿Qué implica para un niño ser testigo directo del crimen?
-La escena del femicidio es una escena de devastación total. Ser sobrevivientes de un crimen de estas características los hunde en un amargo dolor donde se sienten culpables por no haber podido ayudar a su mamá o detener al femicida. Las vivencias, en forma de backlash, aparecen en ellos como ensueños. El psiquismo infantil intenta defenderse de lo que experimentó escindiéndose con alto costo para la salud no solo mental sino integral.
-Planteás que la violencia de género es también maltrato infantil. ¿Qué falta para que esto sea comprendido por el Estado y por la Justicia?
-Lo que falta es decisión política. Incorporar de manera explícita en leyes, protocolos, medidas cautelares y políticas públicas que toda violencia contra una mujer es, de manera automática, maltrato infantil. Hasta que ese cambio estructural —legal, cultural y clínico— no ocurra, la infancia seguirá atrapada en la misma lógica que permitió la violencia inicial.
-¿Por qué siguen siendo tan invisibles las violencias previas al femicidio? ¿Qué falla en la detección temprana?
-No hay políticas de salvaguarda para la infancia. Una política de esta índole podría, en un instante, alertar al sistema que hay un niño o niña en riesgo de violencia de género, es decir, maltrato infantil. Si una mujer hace una denuncia por violencia inmediatamente se debe pensar en salvaguardar al niño. Si un niño expresa en la escuela síntomas consistentes con estas vulneraciones inmediatamente, debe prenderse un protocolo específico de actuación tanto para la madre como para el hijo. Falla también trabajar en la desmentida social, no creer en lo que está pasando y no pensar que lo que está sucediendo escala y puede ser letal.
-Caso Wanda Taddei: un antes y un después. La familia dijo: “El juicio fue contra nosotros, no contra Vázquez”. ¿Qué te reveló esa frase sobre la justicia y sobre cómo una sociedad procesa el femicidio?
-Esa frase revela, con una crudeza absoluta, la ausencia de una justicia con perspectiva de género. Denuncia un patrón estructural: el foco se desplaza de la violencia del perpetrador hacia la vida, el cuerpo, las decisiones y la moral de la víctima y de quienes la amaban.
Lo vimos en el caso Taddei, pero también en el modo en que los medios y parte del sistema judicial trataron a familias como las de Candela Sol Rodríguez, a su mamá Carola Labrador y a su papá Alfredo. La revictimización es brutal: se las interroga, se las sospecha, se las degrada, se las responsabiliza de lo que padecieron, de sus vidas y de sus acciones. Cuando una sociedad procesa un femicidio de este modo, muchas veces lo que muestra es que la violencia no termina con el crimen: continúa en la investigación, en el tratamiento mediático y en el juicio.
- ¿Qué te gustaría que suceda en una familia, una escuela o una institución después de leer este libro?
-Que nadie pueda decir “no sabía”, “no me di cuenta”. Me gustaría que en cada familia, escuela e institución se comience a romper la renegación. La violencia de género es un problema de salud pública y debe tratarse como tal, como lo es la violencia sexual y el maltrato infantil.
No es un conflicto privado sino un daño estructural que atraviesa a las infancias y deja marcas para siempre. Me gustaría que este libro provoque un movimiento ético, un despertar, que incomode, que haga pensar, que obligue a mirar lo que se suele evitar.
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