
Un alumno se disfrazó de “mujer violada”: cuando la falta de empatía se vuelve una forma de violencia
El caso del adolescente que eligió como disfraz la figura de una mujer violada es el reflejo de una falla colectiva. Una muestra de lo que ocurre cuando la educación emocional y la ESI están ausentes, y el respeto deja de ser parte del aprendizaje cotidiano.
17 de octubre de 2025 • 11:20

Un alumno se disfrazó de “mujer violada”: repudio y reflexión. - Créditos: Captura de pantalla
Estos días circuló un video de un adolescente que eligió como disfraz el de una "mujer violada". Cuesta encontrar las palabras. No se trata solo de un error o de una broma de mal gusto. Hacer de una situación tan dolorosa, tan grave y tan criminal como una violación un motivo de risa es banalizar la violencia, y al hacerlo, también promoverla.
Pero más allá del acto en sí, hay algo aún más preocupante: que un grupo de adolescentes haya considerado aceptable hacerlo. Eso habla de una falta de sensibilidad social enorme. Y esa falta no surge de la nada. Es la ausencia en todos los espacios donde aprendemos a vivir en sociedad: la familia, la escuela, los clubes, las redes, los grupos de pertenencia.
En cada uno de esos lugares se enseña (o no) el respeto, la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Esta materia, claramente, estuvo ausente en la formación de estos chicos.
Los chicos escribieron una carta de disculpas, donde aclaran: ‘somos adolescentes’. Todos tienen entre 17 y 18 años. Esa edad ya no es excusa. Se supone que a esa altura deberían hacer un juicio moral, entender el impacto de sus actos. Que pidan disculpas puede estar bien, pero no sirve si se desvinculan de su responsabilidad. Porque si no, terminamos diciendo: ‘fue la edad’, ‘no sabían’, ‘era una broma’. No: ya había grado de comprensión para saber que lo que hicieron estaba mal.
Cuando los adultos decimos “no nos representan”, lo entiendo. Pero también me queda corto. Porque algo hicimos mal. Si un joven puede disfrazarse así y sentir que tiene permiso para hacerlo, es porque no fue lo suficientemente sensibilizado. Y entonces, la pregunta que deberíamos hacernos como personas adultas no es solo qué castigo merecen, sino dónde fallamos, como familias, como escuelas, como clubes, como comunidad.
Leí comentarios que decían: “lo peor es que una mujer se rió”. Y no, no es lo peor. Está mal, sí. Pero lo peor es el disfraz. La idea. El acto. Quién se ríe —como también muchos hombres lo hicieron— forma parte de un grupo que comparte una misma falta de sensibilidad social. No pidamos que las mujeres estén siempre más sensibilizadas que los hombres: no es justo, ni realista.
No tengo respuestas simples ni soluciones inmediatas. Pero sí una convicción: esto pone en evidencia, una vez más, el impacto que tiene en la sociedad la falta de implementación real y sostenida de la Educación Sexual Integral (ESI). Esa ESI que enseña sobre respeto, cuidado, empatía y vínculos.
La ESI no puede ser una clase aislada una vez al año, ni un contenido que se “tacha” del programa. Tiene que estar en todas las materias, todos los días, en cada conversación. Porque cuando la ESI falta, no solo faltan contenidos: falta humanidad.
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