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Franco Verdoia y los animales en escena: cómo se volvió una marca en su dramaturgia

En esta entrevista, el dramaturgo y director Franco Verdoia repasa los momentos que marcaron su sensibilidad artística: la infancia entre tías y títeres, la tensión con su pueblo natal en Córdoba, la migración a Buenos Aires y el cruce entre biografía y ficción que atraviesa toda su obra.


Franco Verdoia, director, dramaturgo

El dramaturgo y director Franco Verdoia, en esta entrevista, rememora los momentos que marcaron su sensibilidad artística: - Créditos: Gentileza Inés Tanoira



La escena podría parecer simple, pero es reveladora: un teatrino de títeres, una caja de cartón, un niño desilusionado que, sin saberlo, empieza a entrenarse en el arte de entretener para sanar la decepción. En Teatro animal, su reciente libro publicado en Corregidor, el dramaturgo y director Franco Verdoia recupera esa imagen de la infancia como un punto de inflexión vital. A partir de este libro, desplegamos una conversación íntima en la que repasa sus influencias, sus territorios emocionales y esa tensión permanente entre el origen y el deseo: el pueblo que lo vio nacer en Córdoba y la vida que eligió construir en Buenos Aires.

Dueño de una sensibilidad cargada de humor y profundamente narrativa, Verdoia comparte en esta entrevista cómo el universo femenino de sus tías, los relatos en piamontés, los objetos domésticos y hasta los animales que pueblan sus títulos fueron dejando marcas en su imaginario. Con la biografía siempre cerca, sus respuestas trazan un mapa de emociones, estética y memoria. Un recorrido donde la ficción no es evasión, sino una forma de regresar al lugar donde todo empezó.

Teatro animal, su reciente libro publicado en Corregidor, el dramaturgo y director Franco Verdoia

El dramaturgo y director Franco Verdoia publcó el libro Teatro animal (Corregidor) - Créditos: Prensa Corregidor

- Franco, en función del episodio del teatro de títeres del Billiken que comentás en tu libro Teatro animal: ¿qué creés que surgio ahi en vos? 

- A veces creo que la síntesis de mi vida entera está condensada en esa anécdota. Por un lado, la idea de la realidad como un inevitable tropiezo con la decepción… una realidad que siempre parece estar muy lejos de lo que se proyecta en mi mente. Un enorme teatro de títeres reducido a una cajita de cartón… La ilusión desarmada por la cachetada de lo innegable. Pero, al mismo tiempo, la oportunidad de hacer algo con eso, revertir la decepción provocando un fenómeno creativo que me entretenga, que me devuelva a ese territorio sin bordes. En esa escena veo un punto de giro vital, un aprendizaje. Generar proyectos desde la autogestión es un poco soñar con el resplandor de una luz brillante que luego hay que representar con la opacidad del cartón, provocando la ilusión de aquel fulgor imaginado. Hacer mucho con poco. Ese espejo, sobre la cómoda del cuarto de mis padres, era a la vez escenario y platea, me reflejaba en ese espejo siendo el artífice de ese teatrito de títeres, fue mi primer entrenamiento en el oficio de entretener. Tenía que entretenerme yo para poder luego entretener a los demás. Cada vez que hoy doy sala, con cada una de mis obras, en la penumbra de algún teatro, inevitablemente regreso a esa escena.  

- ¿Qué importancia le das en tu formación emocional a tus tías? 

- Toda. Es el cobijo. Crecer entre costuras. Ser mirado desde la ternura sin temor al juicio. Algo que incluso trasciende lo materno. Mucho del material sensible que aparece en mis relatos, las texturas, los objetos, los colores, la forma en la que incide la luz, viene de allí. De esas meriendas sobre repasadores bordados, de esa cocina revestida de azulejos celestes y vapor de olla, de esas rondas de mate escuchando chismes de pueblo relatados en piamontés. Mis tías son el recuerdo en el que quisiera vivir para siempre. Tal vez escribir teatro es una forma de regresar a esa sensación. 

El elenco de Matar a un elefante, una obra de Franco Verdoia

El elenco de Matar a un elefante, una obra de Franco Verdoia con gran éxito en Buenos Aires, fue publicada en "Teatro animal".

- Sobre el ser de un pueblo ("el pueblo nos traga", dice un personaje tuyo), y en particular uno de Córdoba: ¿cómo impactó e impacta en tu obra? 

- La idea de un pueblo que te traga tiene más que ver con responder a la pregunta de qué me hubiera pasado a mí de no haber seguido el instinto de una vocación. En este momento estoy respondiendo estas preguntas sentado a la mesa del comedor de la casa de mis padres, en el pueblo… que ya no es pueblo sino ciudad… Una parte de mi se siente segura en esta casa. Sin embargo, creo que esa seguridad está atada a la idea de haber podido desarrollar una profesión muy lejos de aquí. Esa tensión constante que se arma entre los extremos, es el material a partir del cual escribo. Mirar desde aquí todo lo que hubiera querido ser. Mirar desde allí, todo lo que sería de mí de no haber podido. Ir y venir en ese tiempo y esa distancia como tratando de unir algo imposible. 

- ¿Sentís alguna conexión con el universo de Manuel Puig en tu recorrido? 

- Toda la literatura de Puig, así como la obra de Tennessee Williams son referentes innegables en mi narrativa. La forma en que sus biografías irrumpen en los imaginarios que construyen, los lugares al cual retornan cuando escriben, el barro al cual echan mano para provocar una imagen o una sensación en el lector-espectador. Me inquieta en particular el cruce entre esa narrativa interior y personal que se desprende de lo vivido y hacer carne en la ficción. Si uno superpone la línea de tiempo vital con la obra de cada autor, puede ver ahí residuos constantes de esas experiencias personales transformadas en personajes, diálogos, imágenes… Leí toda la obra de Puig y de Williams hace más de veinte años y nunca más volví a ella, salvo buscando algún que otro pasaje particular… pero el cuerpo quedó muy sacudido por esa literatura, por esa dramaturgia… como maestros inolvidables que todo el tiempo me recuerdan qué vine a hacer al mundo. 

Late el corazón de un perro

Late el corazón de un perro, una obra encantadora, que refleja el mundo de Franco Verdoia, también está en el libro de Corregidor.

- ¿Cómo y cuándo fue que decidiste dejar el pueblo para desarrollarte en Buenos Aires? ¿Con qué sueños?  

- Fui un caso serio… A los seis o siete años ya tenía claro que mi vida iba a transcurrir en Buenos Aires. Crecí con esa determinación. Había decidido, siendo muy chico, que apenas termine el colegio secundario iba a migrar a Buenos Aires a hacer algo de todo eso que veía en el cine y en la tele desde el pueblo. Miraba “Atreverse” y me imaginaba actuando en esos programas, escribiendo esas historias, rozándome con esos artistas que admiraba… Nunca quise otra cosa. Siempre eso. La ficción. Los artistas. Las actrices. Los textos dramáticos. Los ojos vidriosos y conmovidos. Tuve la suerte de contar con padres que vencieron el miedo y creyeron en esa determinación. No es para nada menor avanzar en la vida con el cobijo de una familia que confía en tus sueños. Este libro, Teatro Animal, de alguna forma pone una marca a los 30 años transcurridos desde que migré a Buenos Aires. Una forma de revisar esa línea de tiempo y poner a la par biografía y ficción.  

- ¿Cómo surgen las referencias a los animales en tu obra? Late el corazón de un perro, Matar a un elefante, Nido de lagarto... pero, también, la película La chancha, pensando ya más allá del teatro.  

- Confieso que fue muy tarde cuando me anoticié que los animales se reiteraban en los títulos de mis obras. Fue un periodista el que iluminó eso que era evidente pero que yo ignoraba. Con Nido de lagarto me hice cargo de ese berretín y avancé en la escritura obligándome a incorporar a un animal en la trama. Creo que los animales acaban siendo extensiones poéticas del conflicto, formas bestiales y no humanas de representar la fibra más sutil que se mueve en cada relato… un dolor, un misterio, una herida que no cierra, un miedo que no se va. 

- ¿Qué sentís que te permite tu arte, qué te enseñó y te enseña sobre vos? 

- Me gusta pensar que los materiales son oportunidades para descubrir algo sobre nosotros que ignoramos. También creo que somos canal y que eso que tenemos que contar nos elige, para poder manifestarse de alguna forma y abrirse paso en el mundo. Hay que estar sensible a eso. Disponible. Alejados de la certeza de que somos capaces de tener ideas brillantes, para abrazar la incertidumbre de provocar algo menos controlado y más misterioso. Mientras más escribo más me desconozco… Y esa sensación de extrañamiento me gusta. Volver a mirarme al espejo de la cómoda del cuarto de mis padres para ver qué cosas cambiaron de ese niño que esta ahí, practicando, con la vida por delante. 

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Verónica Dema

Verónica Dema Editora de Actualidad en OHLALÁ! Licenciada en Ciencias de la Comunicación, Especialista en Prácticas Redaccionales. Tiene un Máster en Periodismo por LN/Universidad Torcuato Di Tella. Dedicada a temas de géneros, cultura y sociedad.


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