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Citas fallidas: de cuando tuve sexo en una oficina y terminé desnuda en el balcón

El mundo de las citas es tan frenético que, realmente, cualquier historia puede convertirse en serie de televisión. Pero si les cuento de cuando tuve sexo en una oficina y terminé desnuda en un balcón, ¿me creen?


Citas fallidas: qué pasa cuando te llevan a la casa familiar y aparece el hermano.

Citas fallidas: qué pasa cuando te llevan a la casa familiar y aparece el hermano. - Créditos: Getty



Cuando una es joven a veces no piensa con mucha claridad. ¿NOCIERTO? Seguro que en algunas oportunidades es por falta de experiencia y otras porque somos medio ingenuas. A ver, con honestidad: ¿nunca te pasó de recordar algo que hiciste cuando eras chica y pensar “¡Ah, pero qué boludonga que fui”?

 

Bueno, a mí sí...

 

y un montón de veces.

 

Así que para introducirlos en mis recorridos amorosos, decidí primero traerles una anécdota del pasado. Compartirles una de esas historias que perfectamente podrían ser el capítulo estelar de un libro llamado: "Citas de mierda".

Viajecito al pasado: cuando todo sale mal

Yo tenía unos 23 años (¡Sí! RE pendex) y recién salía de una relación de 6 años. ¿La posta? Me sentía en mi mejor momento; me comía el mundo. Y cuando me gustaba un chico, se lo hacía saber de la manera que fuera necesaria. “Hola, me gustás. ¿Garchamos?” Y sí amiga… venía de una relación larga, necesitaba explorar nuevos campos y la verdad no me arrepiento de nada. Bueno, en realidad de casi nada. Porque a veces salía bien, y otras no tan bien. Bueno, salía re mal.

Así que cuando apenas arranqué la facultad y empecé a militar en una agrupación política en donde conocí mucha gente, me crucé con José (le ponemos José porque vamos a cuidarlo un toKe). José era lindo, alto, tenía una barba medio de vikingo y una forma de ser súper serio y reservado que me atraía un montón. El dato de color es que José, además, era nieto de un expresidente argentino. ¿Me sienten? Una persona importante, con mucha presencia dentro de este grupo de militancia y -para qué mentirles- eso también incrementaba mis ganas de estar con él.

Con José compartimos muchos encuentros con el grupo y siempre que nos veíamos había miradas, gestos, que a mi me invitaban a pensar que yo le gustaba.  Un día nos fuimos a un congreso en Junín, y yo ahí recuerdo haberle dejado súper en claro que me gustaba. Pero no había forma, el pibe no accionaba.

Un par de semanas después, ya de vuelta a Bs As, coincidimos en un boliche un viernes por la noche. OBVIAMENTE ¿qué fue lo que hice? Exacto, encararlo. Para mi sorpresa (y alegría) me dio bola. Finalmente me lo chapé. A los pocos minutos la cosa fue levantando temperatura, por lo que José me propuso irnos del boliche a un lugar más tranquilo.

Bueno.

Acá es ese momento en donde miro para atrás y pienso: “Vale, ¿por qué? ¿Por qué dijiste que sí?” *inserte sticker de la Barbie hecha moco*.

Cuando salimos del boliche (en plena costanera norte) José frenó un taxi y me hizo subir sin decirme a dónde íbamos. Pero yo pensé: “Bueno, es José *Apellido reconocido*… ¿qué puede salir mal?”. Le pregunté como tres veces a dónde íbamos y su respuetas eran: "Shh, tranquila” o me clavaba una mirada haciéndose el interesante. Si amiga, malísimo. Ahí me empecé a sentir incómoda, pero eran tantas las ganas de estar con él que me tranquilicé y me propuse pasarla bien.

Al ratito llegamos a la calle Guido, casi esquina Callao. Pleno Recoleta, una zona linda que me dejó bastante tranquila. Nos bajamos en la puerta de un edificio bastante pituco y fuimos al ascensor. José marcó el piso 3. Cuando llegamos abrió las puertas directamente en el hall del departamento. Sí, yo también pensé “qué nivel”. Yo todavía sin saber dónde estábamos exactamente, nos dirigimos por un pasillo hacia la puerta de una habitación. Abre y me hace pasar. Era el mismísimo despacho del expresidente, ¡Su abuelo!.

Yo me quedé en shock y le pregunté “¿qué onda este lugar?” y al fin me dijo “Es la casa de mi familia, así que intentemos hacer silencio”. O sea, ¡¿K-É?! El flaco me llevó a la casa de su familia, con sus viejos durmiendo en el mismo lugar.

Así que puerta del despacho cerrada, con fotos del abuelo apuntando hacia nosotros, nos desvestimos y empezamos la acción. Bueno… “acción”. Mi performance fue impecable debo decir, le puse muchísima onda. Muchísima. Pero José, se ve que había tomado varios tragos de más y su amigo decidió dejarlo en banda. Intenté de todo amiga, te lo juro. Hasta que en un momento Josesito se despertó y yo decidí tomar las riendas de la situación, así que me puse arriba de él para ver qué podíamos lograr.

Ahora necesito que me prestes atención amiga, y te te ubiques mentalmente en esta situación para entender lo bizarro del momento: yo en tarlipes sentada encima de él en un sillón tipo Chesterfield de un cuero poco silencioso, cara a cara, buscando conectarme con mi lado más sensual para poder mantener erguido a Josesito, mientras intentaba no distraerme mirando las fotos con grandes personalidades que tenía su abuelo cubriendo las paredes de ese despacho, despacho que no tenía luces tenues sino que eran las luces más brillosas que podía haber en ese momento. De repente, me frena agarrándome de los hombros y poniendo una cara como de si algo terrible hubiera pasado. Tres segundos congelados. Me saca de arriba suyo, y corre hacia la puerta del despacho. Se asoma al pasillo. Mira atento, se da vuelta y me hace una seña mientras modula “¡Salí al balcón!” Mi cara de perdida debe haber sido notoria, porque me lo volvió a repetir exagerando un poco más el gestito con la mano de: “¡Salí!”.

Yo, como bien tonta que fui, ¿qué hice? Sí amiga, salí en tarlipes a esconderme en el balcón, tapándome con mis manitas mis partes para que los vecinos del edificio de enfrente no me vieran. Mi dignidad debió haber quedado adentro del despacho, junto con mi vestido y bombacha. Pasaron dos minutos que para mi fueron eternos te podrás imaginar. Se asoma por el balcón y me dice vení. Ahí me cuenta que lo que pasó es que el hermano había llegado y que teníamos que cortar el momento. “Tranqui” le digo, y en mi mente pensaba: “Menos mal, ya no sabía qué más inventar para levantar el momento”.

Me visto rápidamente, él también y vamos al ascensor. Ninguno de los dos hablaba. Me acompañó hasta la esquina y nos mantuvimos los dos en silencio hasta que apareció un taxi salvador. Lo paro, abro la puerta y ahí es cuando tuve que hacer mucha fuerza para no reirme. José me mira y me dice “Vale, de esto no le cuentes a nadie… Porque ya sabés, mi apellido y eso…” Lo miré y le dije “No te preocupes, no pensaba contarle a nadie.” Cerré la puerta del taxi y me fui para mi casa, agarrándome la cara y pensando “¡qué fiasco!”.

¿Mi consejo? Amiga, cuando algo te vibra mal desde el principio, apagá la estufa y arrancá con otro plan.

Con amor,

La chica de las citas.

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