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Mandatos que duelen: el peso de “tener que juntarse” en las fiestas

Las fiestas suelen ser un momento que nos exige revisar de manera sincera dónde y con quiénes queremos estar. Pero los mandatos, muchas veces, nos desvian del propio deseo. ¿Qué querés hacer realmente este 31 de diciembre?


Espumantes ideales para brindar a fin de año

Espumantes ideales para brindar a fin de año - Créditos: Getty



Para muchas personas las fiestas son un momento esperado para encontrarse y compartir la mesa. Para otras, en cambio, representan momentos más difíciles porque traen tristeza, nostalgia, y hasta sensaciones raras que no siempre se pueden nombrar.  

No todos la viven de la misma manera y no solo por lo que pasa en el presente, sino también por las escenas que cada uno trae del pasado: con quiénes pasó otras fiestas, en qué casas, alrededor de qué mesas. Algunas de esas escenas se repiten casi sin notarlo; otras se buscan, se evitan o se discuten durante años.

Pero no se trata solo de la infancia ni de la historia, sino de qué hace cada uno con eso hoy: cómo llega a ese día, qué espera, qué puede tolerar, qué está dispuesto a compartir —aunque sea por unas horas— y qué no.

Hay quienes pasan las fiestas con su familia de siempre, otros con amigos y también están quienes deciden pasarla solos. Y no es lo mismo estar solo porque uno lo elige que estar solo porque se identifica como el que “no encaja” en la familia. Tampoco es lo mismo estar rodeado de gente que sentirse acompañado. Por eso, en las fiestas es muy importante estar a gusto con quiénes compartimos la mesa, evaluar si llegamos ahí obligados o realmente pudimos elegir.  

El peso de las redes sociales

Hoy se suma algo más: las redes sociales. Imágenes de mesas largas, familias sonrientes y brindis sin conflictos aparecen todo el tiempo en las redes sociales, potenciando la exigencia de un “fin de año perfecto”.

Y entonces aparece una pregunta que no tiene una respuesta fácil: ¿Estamos eligiendo qué hacer? Una vez un paciente me dijo algo que me quedó resonando. Tenía ganas de pasar Año Nuevo solo por primera vez, fantaseaba con cocinarse algo rico, quedarse en su casa, que fuera un día más. Sin embargo, había algo que no lo dejaba tranquilo. Pensaba en “las doce”. En ese momento exacto en el que todos estarían brindando con alguien, en el que todos aparecerían —en su imaginación— formando parte de un mismo ritual del que él iba a quedar afuera.

No era la soledad lo que le pesaba, sino esa representación: la idea de no estar en ese gesto compartido de contar los segundos y decir “felicidades”. Miraba la hora, la anticipaba, la pensaba antes de que pasara. Y entonces, en lugar de quedarse solo como había imaginado, terminó por ir a lo de su familia porque no podía soportar la sensación de quedar excluido de ese momento que, para él, funcionaba como marca de pertenencia.

 

¿Qué pesa más en ese momento, el deseo propio o el miedo a quedar afuera de un lazo que, aun siendo ambivalente o molesto, sostiene algo del estar con otros?

Tal vez por eso las fiestas funcionan tantas veces como un punto sensible: concentran pertenencias, lealtades, exclusiones, identificaciones, culpas y elecciones, todo junto y al mismo tiempo. Y no siempre lo que se pone en juego ahí es liviano.

Quizás por eso no hay una forma correcta de vivirlas y lo único que realmente importa es aprender a escucharnos un poco más, registrar qué nos pasa con estas fechas sin obligarnos a sentir lo que no sentimos ni a cumplir lo que no podemos cumplir.

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