
Cuando el poder no escucha: lecciones de Miss Universo México en Tailandia
El caso de Miss Universo México expone cómo se manifiesta el abuso de poder y la violencia simbólica en los ámbitos de competencia y trabajo. Una reflexión sobre los límites, la sororidad y la importancia de transformar las relaciones de poder.
6 de noviembre de 2025 • 15:40

Nawat Itsaragrisil, director del concurso Miss Universo en Tailandia, insultó públicamente a Fátima Bosch, representante de México. - Créditos: Archivo LN
Durante un encuentro previo al certamen, Nawat Itsaragrisil, director del concurso Miss Universo en Tailandia, insultó públicamente a Fátima Bosch, representante de México, porque —según él— no generaba suficiente contenido. Ella intentó defenderse, pero él no le permitió hablar y, cuando se levantó para retirarse, amenazó con expulsar a quien la siguiera.
Poco después, se supo que había instaurado un sistema de votación online cuyo “premio” era una cena privada con él.
Este episodio nos invita a reflexionar sobre los vínculos de poder y cómo, cuando se abusa de ellos, se generan dinámicas autoritarias y violentas.
El poder no es un objeto que se posee, sino algo que se ejerce. Por eso siempre es relacional: depende de los vínculos, de la mirada y de la respuesta de los demás. Nadie tiene poder en soledad. En este caso, Mr. Nawat —como responsable de la organización de Miss Universo 2025— tiene poder sobre todas las concursantes. A su posición se suman otras condiciones que lo refuerzan: los años en la organización, sus contactos, el hecho de ser varón (por las relaciones de género) y su edad. Todo esto incrementa su concentración de poder.
Un insulto de su parte no tiene el mismo peso que el de alguien de su equipo o que el de una compañera. Todos los insultos están mal, pero el suyo es el que más impacto negativo puede generar en quien lo recibe.
Lo que se pone en juego, en el caso de Fátima, es cómo enfrentarse a una situación así. Muchas veces se cuestiona por qué las personas no responden o no ponen límites en el momento. Pero es clave entender que ahí se entrelazan la autoestima, la confianza y la desigualdad de poder entre ambas partes. No siempre existe una posibilidad real de defensa.
Trabajar por una cultura organizacional libre de violencia implica construir entornos donde todas las personas —incluso quienes tienen menos poder— se sientan protegidas, sepan que pueden denunciar una situación que las incomoda y confíen en que la organización actuará para cuidarlas.
Evidentemente, Mr. Nawat consideró que el poder que tenía en ese entorno era suficiente para modificar reglas, maltratar y amenazar sin consecuencias. Todas esas acciones constituyen abusos de poder, basados en una percepción distorsionada de su autoridad.
Lo interesante es que el poder también es contextual y dinámico. Depende de las situaciones. Por ejemplo, una persona puede ser CEO de una empresa y tener poder de decisión, pero al ir al médico, quien tiene poder en ese momento es quien la atiende. En este caso, vimos cómo la relación de poder cambió cuando Fátima Bosch decidió levantarse e irse, y el resto de sus compañeras la acompañaron. En ese instante, el contexto se transformó: al ponerse de pie, dejaron de legitimar su poder.
Por eso es tan importante sensibilizar sobre la violencia laboral y los roles como espectadores: cómo pasar de ser testigos pasivos a actores activos que ayudan a modificar la situación. No existe una sola forma de hacerlo, pero reconocer que tenemos poder para intervenir ya es un primer paso.
Y, como todo poder, puede cambiar de manos. Hoy lo tenés, mañana quizás no. En este caso, las decisiones del presidente de Miss Universo, Raúl Rocha Cantú, fueron claves: no negó ni minimizó lo ocurrido, sino que enfatizó que no se permitirá “que los valores de respeto y dignidad hacia la mujer sean violentados”. Además, activó un protocolo para limitar la participación de Itsaragrisil en el evento, asegurando que su rol será mínimo o nulo.
Este mensaje busca recuperar la confianza de las concursantes y reafirmar, ante los ojos del mundo, que lo sucedido no pasará inadvertido.
Escribo esto y recuerdo el caso de Luis Rubiales y Jenni Hermoso, aquel beso forzado en la entrega de premios del Mundial de fútbol femenino, y el tiempo que le llevó a la FIFA y a la Federación Española tomar cartas en el asunto.
¿Con qué me quedo? Con la esperanza de que este caso sea un signo de avance: que las instituciones empiecen a proteger, que algunas mujeres puedan poner límites y que otras tantas se animen a acompañar. De eso se trata la transformación que buscamos.
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