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Del amor a las marcas al brandom: cuando la pasión se convierte en refugio

En tiempos en los que las marcas ya no solo venden productos, los brandoms se imponen como comunidades de pertenencia y emoción. En Argentina, este fenómeno crece: consumidores que buscan identidad, refugio y conexión a través de las marcas que aman y defienden.


Del amor a las marcas al brandom: cuando la pasión se convierte en refugio

Del amor a las marcas al brandom: cuando la pasión se convierte en refugio - Créditos: Prensa



En el consumo contemporáneo, ya no alcanza con que las marcas sean queridas: el verdadero diferencial está en convertirse en objeto de pasión. El paso del “amor a las marcas” hacia los brandoms –esas comunidades de fans que viven, defienden y amplifican una marca como si fuese parte de su identidad– marca un cambio profundo en la cultura de consumo. 

Lo vemos con nitidez en fenómenos globales como Taylor Swift, donde la figura de la artista trasciende la música para convertirse en un universo cultural y emocional compartido por millones. Pero también lo vemos en lo local: el fanatismo por clubes de fútbol que divide lealtades de por vida, o algo tan cotidiano como la eterna discusión sobre cuál es “la mejor marca de alfajor”, que despierta pasiones regionales y alimenta rituales colectivos. En todos los casos, hablamos de marcas que trascienden su categoría y se transforman en banderas culturales que dicen algo de quienes las consumen. 

En Argentina, este fenómeno encuentra terreno fértil. La emocionalidad está en el centro de la identidad del consumidor argentino, que vive su relación con las marcas desde lo afectivo, más allá de la lógica costo/beneficio. Más allá de que el consumidor busque precio (8 de cada 10 declaran hacerlo, según los datos de nuestro último TREND LAB), aquí las marcas pueden funcionar como refugios simbólicos: espacios de estabilidad, pertenencia y continuidad. Un fernet compartido en Córdoba, la camiseta del club heredada de un abuelo o una cerveza Quilmes en un Mundial son mucho más que productos: son rituales de resistencia cultural y de pertenencia simbólica. 

 

A esto se suma la tensión entre orgullo local y aspiración global. Los argentinos valoran profundamente aquello que los representa –desde el mate hasta el diseño emergente–, pero también desean estar conectados con tendencias internacionales. Esa dualidad potencia la dinámica del brandom: lo propio se convierte en orgullo colectivo y lo global en aspiración de pertenencia. En nuestro último estudio, encontramos que mientras que el 72% declara preferir marcas nacionales, el 39% tiene el aspiracional de lo importado para sentirse “parte del mundo”. 

Si a todo esto le sumamos lo digital, el impacto de amplificación es exponencial. Las comunidades online no solo consumen, sino que producen contenido, discuten, viralizan y crean códigos propios alrededor de las marcas (para bien y para mal: todo lo que genera amor en unos puede generar “odio” en otros). Como compensación de tanto mundo digital y tanto estímulo, las marcas tienen el desafío de generar experiencias significativas on y offline para impactar la emocionalidad del consumidor. 

Porque, en definitiva, el brandom no se trata de marketing, sino de cultura. Es el resultado de marcas que logran convertirse en símbolos compartidos, capaces de ofrecer pertenencia, propósito y hasta refugio. En un mundo marcado por la fragmentación, los consumidores buscan en ellas algo que no es accesorio, sino esencial: la posibilidad de sentirse parte de una comunidad apasionada que los representa. 

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