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“Zona libre de niños” en aviones: cuando el problema no es el ruido sino la mirada sobre las infancias

La decisión de una aerolínea de ofrecer asientos “libres de niños” volvió a poner sobre la mesa un tema que incomoda: cómo el adultocentrismo moldea nuestra idea de bienestar y de convivencia.


Las infancias no son una interrupción del viaje: son parte del viaje.

Las infancias no son una interrupción del viaje: son parte del viaje.  - Créditos: Getty



En los últimos días circuló la noticia de una aerolínea que ofrecerá una zona exclusiva para personas adultas, sin presencia de niños. No es la primera en hacerlo: algunas compañías ya habían probado antes este modelo de “espacios tranquilos” dirigidos a quienes buscan volar sin interrupciones. Pero esta vez la propuesta encendió un debate más amplio, y eso es una buena noticia, porque necesitamos revisar qué nos pasa cuando la idea de descanso o confort se construye sobre la exclusión de otros.

Decir “libre de niños” suena parecido a decir “libre de humo”. Como si la infancia fuera una molestia de la que hay que protegerse, una incomodidad a evitar. Pero los niños no contaminan el aire ni interrumpen la vida social: la llenan de sentido cuando estamos dispuestos a intercambiar con ellos, sin idolatrarlos ni reducirlos a personas molestas solo por el hecho de ser niños.


El adultocentrismo tiene que ver justamente con eso. Es una forma de mirar el mundo donde las personas adultas son la medida de todas las cosas. La vida cotidiana se organiza en función de sus tiempos, sus necesidades y sus prioridades, mientras las infancias y adolescencias deben adaptarse, acomodarse o esperar. A veces se nota en grandes decisiones políticas, pero muchas otras se manifiesta en gestos cotidianos: en la forma en que planificamos los tiempos, en cómo diseñamos los espacios o en cómo suponemos que la infancia debe adaptarse al mundo adulto, y no al revés.

El adultocentrismo opera de manera silenciosa hasta que aprendemos a verlo. Aparece cuando los espacios públicos se piensan solo para adultos, cuando la vitalidad infantil se traduce como ruido o molestia, cuando lo diferente que trae la infancia y la adolescencia se interpreta como desorden. Todo eso también habla de una cultura que privilegia el bienestar adulto por encima del derecho de niñas, niños y adolescentes a participar del mundo en igualdad de condiciones.

 

Reconocer el adultocentrismo cotidiano no es una moda ni una corrección política. Es una manera de ampliar la sensibilidad y entender que la convivencia no se trata de separar, sino de incluir. Que el bienestar no se alcanza apartando cuerpos, sino tejiendo vínculos.

Las infancias no son una interrupción del viaje: son parte del viaje. Y si algo deberían tener los espacios que habitamos, no es la etiqueta de “libres de niños”, sino la certeza de ser libres de indiferencia.

Para seguir ampliando estas ideas sobre adultocentrismo y otros temas que atraviesan la crianza y el modo en que entendemos la infancia, escribimos junto a Julieta Schulkin Crianza en debate (Galerna).


Por Evangelina Cueto, IG: eva_pediatra. Gentileza para OHLALÁ!

 

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