
Trastornos alimentarios: una enfermedad mental que aún cuesta reconocer
En el Día Mundial de la Salud Mental, una reflexión necesaria sobre por qué seguimos romantizando conductas que esconden dolor, miedo y una lucha silenciosa con la comida y el cuerpo.
10 de octubre de 2025

Trastornos de la Conducta Alimentaria: las causas y los mitos. - Créditos: Getty
Cada 10 de octubre, en el Día Mundial de la Salud Mental, es habitual escuchar hablar con preocupación sobre depresión, ansiedad, estrés e incluso burnout, y que se compartan consejos sobre la importancia de pedir ayuda profesional. Y está perfecto. Pero falta algo fundamental: hablar sobre los trastornos de la conducta alimentaria, ya que también se consideran enfermedades mentales graves, complejas, multifactoriales y, además, están en aumento.
Argentina, en este sentido, es el segundo país del mundo con más casos de trastornos alimentarios, como la anorexia y la bulimia nerviosa o el trastorno por atracón, entre muchos otros. Sin embargo, los TCA siguen siendo un tema tabú.
En números. Según uno de los últimos relevamientos realizados por la Asociación de Lucha Contra la Bulimia y la Anorexia (ALUBA), el 70% de las argentinas no está conforme con su cuerpo y el 60% de las mujeres del país quiere bajar de peso.
¿Por qué? Probablemente porque en nuestra cultura siempre se halagaron los cuerpos perfectos y hegemónicos. Por eso se venden productos para adelgazar, se promocionan dietas y todo lo que sea posible para poder “llegar” al cuerpo que impone la sociedad. En paralelo, existe un alto grado de discriminación hacia las personas con obesidad y sobrepeso, lo que hace que cada vez tengamos más inseguridades en relación con nuestro propio cuerpo.
Antes de seguir, me parece importante destacar que no toda persona que haga dieta o que no esté conforme con su cuerpo va a desarrollar un TCA, ya que para eso hay que tener una predisposición. Nuestra relación con este tipo de trastornos no se reduce a una simple elección; tampoco responden a una etapa ni a un capricho y, mucho menos, a una cuestión de falta de “voluntad”.
A veces se los romantiza, se los confunde con “hábitos saludables” o se los minimiza reafirmando creencias erróneas: “solo quiere estar flaca” o “le gusta cuidarse demasiado”, se escucha habitualmente. Otras veces se culpa a la persona que los padece porque no puede dejar de comer. En realidad, detrás de cada TCA hay sufrimiento, miedo, culpa, aislamiento y una lucha constante contra pensamientos invasivos que consumen cada minuto del día.
Vivimos en una sociedad donde se celebra el control, la delgadez, la productividad y la perfección: todos insumos ideales para “nutrir” los trastornos alimentarios. Por eso, una persona que puede estar profundamente enferma muchas veces recibe halagos por su “fuerza de voluntad” al realizar cierta dieta o ejercicio, o es admirada por su “estilo de vida saludable”. Pero se desconoce que, cuando alguien festeja esos aparentes logros, en realidad está reforzando el síntoma y agravando el cuadro.
Pongo un ejemplo que observo a diario en consulta: se festeja a quienes comen 100% saludable y también a quienes se privan de comer algo que podría engordar, asociando esa decisión a una cuestión de conducta o voluntad. Pero se desconoce que, en muchos casos, esa persona está atravesando lo que se llama ortorexia, que es la obsesión por comer alimentos totalmente “limpios”. Si bien es necesario que la mayor parte de nuestra alimentación contenga alimentos nutritivos, también comemos por placer y para compartir, que es otra forma fundamental de nutrirnos.
Otro punto a resaltar, para evitar malos entendidos: una persona que tiene un TCA no siempre es extremadamente delgada; por el contrario, puede tener cualquier tipo de cuerpo (obesidad, sobrepeso, bajo peso, peso estándar, mucha masa muscular y más). Por eso es muy importante comprender que los trastornos alimentarios no se ven: se sufren. Y mucho. Estas enfermedades se encuentran entre las patologías mentales con tasas de mortalidad más altas, con consecuencias físicas extremas y riesgo de suicidio asociado.
Sin embargo, el sistema de salud sigue sin detectar este tipo de enfermedades a tiempo. Faltan profesionales capacitados, cobertura adecuada y espacios de acompañamiento interdisciplinario. Y, sobre todo, falta empatía y comprensión.
Cuando se padece un trastorno alimentario, además de afectarse la alimentación y la nutrición, se ven vulneradas la identidad, la autoestima, la concentración, el descanso, las relaciones y la vida social. Todo se mide en números y reglas que nunca alcanzan. Por eso, recuperarse implica mucho más que volver a comer: es reconstruir la vida desde cero para poder entender quiénes somos más allá de la enfermedad.
Hay que animarse a habitar el cuerpo sin miedo y a comer con libertad para volver a disfrutar. Todo aquello que la enfermedad tapó a través de la obsesión con la comida y el cuerpo también comienza a resignificarse a través de la palabra. Las emociones que antes fueron anestesiadas ahora tienen lugar para ser expresadas.
El silencio y la negación nunca salvaron a nadie. Se necesita información, prevención, acompañamiento temprano y comprensión, porque detrás de cada persona con trastornos alimentarios hay una historia que merece ser escuchada sin juicio. Para cuidar la salud mental, tenemos que poder hablar de la comida y su relación directa con las emociones, ya que la forma en que comemos, pensamos y sentimos está profundamente relacionada. El cuerpo no es nuestro enemigo: necesita cuidado, descanso y escucha.
Por todo esto, cada 10 de octubre me parece fundamental que, además de hablar de enfermedades mentales como la depresión, la ansiedad y otras patologías que, por supuesto, merecen ser atendidas, se preste atención a lo que está sucediendo con los trastornos alimentarios. Para cuidar la salud de manera integral es necesario hablar de todo aquello que incomoda y que tantas veces la sociedad insiste en mirar de reojo.
Los trastornos alimentarios existen, duelen y necesitan ser tratados como lo que son: una enfermedad mental seria que, si se aborda a tiempo, puede encontrar recuperación y esperanza.
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