
Un pueblo, una adolescente y el deseo que incomoda: Eugenia Ladra habla de Carnada, su primera novela
En "Carnada", la joven escritora uruguaya Eugenia Ladra construye un universo inquietante y poético donde el deseo, la violencia y la superstición se entrelazan en la vida de una adolescente marcada por el estigma.
9 de junio de 2025 • 15:00

Eugenia Ladra, autora de Carnada (criatura editora) - Créditos: Gentileza de Carolina Acosta
En su primera novela, Carnada (Criatura Editora), la escritora uruguaya Eugenia Ladra nos sumerge en Paso Chico, un pueblo ficticio del interior que, con sus calles polvorientas, supersticiones heredadas y silencios densos, se convierte en un personaje más de la historia. Con una prosa contenida pero filosa, Ladra construye un universo donde la violencia –sexual, simbólica y económica– no se denuncia a gritos, sino que se respira, se arrastra, se hereda.
Desde la mirada de Marga, una adolescente marcada por el estigma de la mala suerte, la autora explora los bordes del deseo, la crudeza de los vínculos familiares y la forma en que una comunidad puede moldear –y condenar– a sus habitantes. En esta entrevista, esta joven escritora nos habla de su proceso de escritura, de sus personajes entrañables y complejos, y de cómo la literatura puede ser una forma de nombrar lo que muchas veces se calla.

Carnada (criatura editora), de Eugenia Ladra - Créditos: Prensa criatura editora
- Respecto de Paso Chico, este pueblo del interior de ficción, de pocas cuadras: ¿por qué te interesó un escenario así? ¿Qué notás que se expone con más crudeza en esos sitios?
- Mientras escribía Carnada, a veces imaginaba al pueblo como una gran obra de teatro: las casas de puertas abiertas, las calles sinuosas –por allá un almacén, por allá la cantina–, el río marcando el límite y los personajes moviéndose dentro de esa escena viva. Me gustaba particularmente que fueran pocos elementos. Había una comodidad en la escritura: sentía que conocía mejor mi material. En ese lugar compacto, con elementos y relaciones también compactas, los vínculos aparecían más claros. Y también la violencia. Yo necesitaba de esta claridad, porque Carnada es una novela donde interesa mostrar y no tanto decir.
- ¿Allí sentís que se ve mejor la violencia sexual, simbólica, económica, también?
- Desde el comienzo del proceso busqué mostrar diferentes violencias que, en espacios así, están tan a la vista que se naturalizan. Pero no las quería señalar con el dedo y bautizarlas, decir: esto es lo que yo digo que es. Quería, más bien, poner a andar esa violencia, dejar que los lectores se empaparan de ella al punto que en determinado momento tuvieran la necesidad de nombrarla. Decir en voz alta lo que, en pueblos del interior del Uruguay o de cualquier interior de cualquier país latinoamericano, ocurre todos los días, sin mucho ruido ni mucho inconveniente ni mucha denuncia.
- ¿Por qué decidiste ponerle Carnada?
- Si bien me gustan los títulos largos, acá tuve la necesidad de condensar. Esta palabra apareció en medio del proceso de escritura, a partir de un pequeño monólogo de Marga donde habla de cómo se siente cuando está frente a una jauría de perros que le ladran y le gruñen y le muestran los dientes. Me pareció que describirse como carnada –una palabra natural y cercana al léxico de los personajes–, lograba transmitir esa forma de estar en el pueblo.

Mapa del pueblo ficcional de Paso chico. Autor: Maco. - Créditos: OHLALÁ!
- ¿Cómo fue la construcción de los personajes de Marga y de Recio?
- Fue bastante intuitiva. Marga apareció primero, aunque fue la que más me costó definir. Contaba con el beneficio de tener una experiencia vital parecida a la mía, por criarse en el interior durante ese pasaje entre la niñez y la adolescencia. Pero más allá de eso, me resultaba un misterio. La fui construyendo a partir de quienes la rodean: su abuela, esa suerte de tía que es Olga, su novio Recio, y las ausencias de su madre y su padre. Esos vínculos, a su vez, fueron definiendo su relación con el deseo, con la superstición y la religión, con la violencia que recibe y que no sabe cómo nombrar, y con la violencia que ejerce y que tampoco entiende cómo definir. Entre esos interrogantes fue revelándose Marga. Una niña grande, una adolescente chica, que anda por las mismas calles que habitó en su infancia, con una forma nueva de estar en su propio cuerpo.
Con Recio la cosa fue distinta. Al principio apareció tímido y en el proceso de escritura fue ganando lugar. Le tengo un cariño especial a Recio. Fue el primer protagonista masculino que escribí, y para eso fue clave leer a Selva Almada y la construcción de los varones que logra en sus libros. Quizás lo que me hizo avanzar en la definición de Recio fueron algunas preguntas. Cómo habla, cómo fue su infancia, cómo se relaciona con las mujeres, en qué cree, en qué usa el tiempo. Las respuestas que fueron apareciendo me hicieron sentido, y seguí. Y tomó más espacio. Y se quedó en Paso Chico y en mi cabeza, hasta que dejó de parecer un recién llegado y se empezó a parecer a sí mismo.
Pero quizás el personaje que más me interesó construir fue el pueblo. Ese pozo mal drenado, ese río retirado que dejó una tierra regalada a los pescadores. Ese pueblo fundado sobre el barro, inestable desde el vamos, maltrecho desde el mismísimo día uno. Su Virgen propia, sus perros, el bicherío, la nube de alguaciles, y esos momentos en que todo lo que habita esa tierra se reúne, y las normas creadas a imagen y semejanza de la tierra se afilan: cuando se le da una paliza al recién llegado, cuando llega el circo con su entretenimiento torcido, cuando hay un velorio y toca pensar en la muerte.

Eugenia Ladra, autora de Carnada (criatura editora) - Créditos: Gentileza de Catalina Torres
- La superstición, la idea de una persona como Marga con el estigma de yeta: ¿por qué te interesó sumarlo en la trama?
- Esta idea de que hay personas que son portadoras de la mala suerte –así como también brujas o curanderas–, refleja experiencias que poco tienen que ver con lo masculino y sirven, muchas veces, para señalar lo diferente o justificar ciertas violencias.
Esta forma de señalamiento –y ensañamiento– siempre me recordó a esto que el feminismo viene diciendo hace muchísimo tiempo: a las mujeres nos pasan cosas solo por el hecho de ser mujeres. En Carnada, la ecuación no cambia mucho: porque es yeta, a Marga le pasan cosas de yeta. Esa forma simple y terrible de ver su existencia me resultaba una buena metáfora para construir a la protagonista desde el momento de su nacimiento, cuando el pueblo estampa el estigma sobre la recién nacida, sin que haya lugar a duda o discusión.
El gesto del pueblo hacia el personaje me pareció una buena manera de retratar a la comunidad: la creencia de Paso Chico de que Marga es portadora de mala suerte termina hablando más del pueblo que de Marga.
- En la novela circula el deseo de un modo extraño: Marga con su novio, con el viejo ciego, con los animales... esa especie de baile sexuado entre pescadores borrachos: ¿qué podés contarme del deseo en tu novela?
- El deseo estuvo presente desde el momento en que elegí trabajar con una protagonista adolescente que atraviesa su despertar sexual. Pero más allá del caso particular de Marga, lo que más me interesaba era abordar los bordes del deseo: cuando empieza a salirse de sí mismo y se roza con ciertas violencias.
En Carnada, el deseo siempre está atado a un vínculo de poder. Y así como el poder va cambiando de lugar, el deseo va rotando en sus formas. Hay algo animal, también. Un deseo ambiguo que no tiene reglas claras, un empuje, una cosa deforme, cruda e instintiva que va trepando en los personajes a lo largo de la novela.
En este sentido también se vuelve clave la ausencia de una educación sexual en esta niña de trece años. O que esa falta esté ocupada por lo que enseña la telenovela que ve Marga en la tele, que viene a mostrar un mundo lejano al de ella con el que se genera un extraño correlato.
Con respecto al baile que mencionás, había algo que me permitía retratar un estar en el pueblo, una forma de relacionarse entre sus habitantes, oculto, secreto, tapado. Pero, como bien sabemos, que no se vea, no significa que no pase. Y que no se nombre, no significa que no exista.

Eugenia Ladra, autora de Carnada (criatura editora) - Créditos: Gentileza Carolina Acosta
- La llegada de lo foráneo es fuerte en tu novela: alguien que llega al que se asigna el cuidado de la Virgen, la irrupción del circo, que pone en evidencia una semana extraordinaria en la vida de un pueblo, la aparición de los barcos. ¿Qué te interesó de lo extranjero?
- Creo que la llegada de lo extranjero –y la reacción del pueblo hacia lo extranjero– es también una forma de describir el universo de la novela. Durante el verano que se relata, Paso Chico sufre tres irrupciones: Recio, los barcos y el circo. Cada uno de esos elementos viene a traer algo de movimiento a un pueblo que no tiene alteraciones.
Cuando llega Recio, no importa tanto él, sino lo que les pasa a los locales con su llegada. Vemos la aparición del foráneo desde el punto de vista de los pescadores y de las veteranas, con sus versiones opuestas de cómo ingresó y qué vino a hacer allí. Después están los barcos –con contenedores y bagayo–, que traen la sustancia principal que alimenta al pueblo, lo que ellos llaman agüita de arroz, y que viene a ser un destilado que altera la realidad de los pescadores ya adictos. Y por último está el circo. El camión cae al pueblo, donde lo estrafalario y lo diferente tiene el lugar del entretenimiento, de la burla, de lo señalado.
Esas tres irrupciones muestran la relación conflictiva con todo lo que no pertenece a ese suelo: lo que desconocen y rechazan, pero no pueden dejar de mirar.
- ¿Qué idea de familia circula en la novela?
- En Carnada, la idea de familia se construye a partir de las ausencias. La madre de Marga fallece en el parto y padre no se le conoce, por lo que la crianza queda destinada a la abuela –madre de su madre–, y también, en segunda línea, al personaje de Olga.
Olga es un vínculo extrafamiliar que se vuelve esencial en la vida de la protagonista, pero también en la dinámica del pueblo. Es quien se encarga de los partos, los velorios, los abortos. Una suerte de comadrona, consejera, guía. Una autoridad distinta, por fuera del poder masculino, asentada en una sabiduría que le fue transmitida y en un cruce extraño entre la vida y la muerte, entre lo aceptado y lo secreto. En un pueblo fundado sobre el fango, donde la salida no es imposible, pero sí resbalosa, un personaje como Olga es necesario: aparece como un lugar seguro entre tanta trampa.

Verónica Dema Editora de Actualidad en OHLALÁ! Licenciada en Ciencias de la Comunicación, Especialista en Prácticas Redaccionales. Tiene un Máster en Periodismo por LN/Universidad Torcuato Di Tella. Dedicada a temas de géneros, cultura y sociedad.
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