
Laura Ferrero: “Los astronautas es la novela que necesitaba escribir para entender lo que no se dijo en mi familia”
En esta entrevista, la autora española Laura Ferrero habla sobre la escritura como acto de reparación, la maternidad como forma de memoria y la necesidad de contar lo que fue silenciado. Una conversación sobre ausencias, fotos que faltan y el poder de la ficción para decir lo indecible.
24 de julio de 2025

Laura Ferrero, autora de la novela Los astronautas (Random House) - Créditos: Gentileza de Carmen Carrasco
La escritora española Laura Ferrero es autora de una obra profundamente íntima y poética. En Los astronautas (Random House), su novela más reciente, bucea en las aguas poco transparentes del pasado familiar para reconstruir, desde la ficción, aquello que la realidad le negó: certezas, imágenes, relatos verdaderos. Con una mirada lúcida y sensible, la escritora y periodista transforma la ausencia, el silencio y el dolor en literatura.
En esta entrevista con OHLALÁ!, en un café en Buenos Aires, donde vino a presentar su libro, Ferrero reflexiona sobre el origen de esta novela basada en hechos reales, el rol de las fotos familiares, la infancia como territorio narrativo y la escritura como forma de comprensión. Habla también de su experiencia como hija y madre, del poder de las metáforas —como la del astronauta— y del impulso inevitable de escribir para entender lo que no se dijo.

ferrero-libro-portada.jpg - Créditos: Gentileza
—Leí palabras tuyas en las que decías que si no escribías esta novela no hubieras podido seguir con otros proyectos literarios. ¿Por qué escribir Los astronautas?
—Pues es como una novela que yo siento que estuve escribiendo toda la vida. La historia de cómo empieza la escritura es tal cual, o sea, es 100 % autobiográfica. La historia de que hace casi seis años me encuentro en casa de mi tío con una foto en la que aparecen mi madre, mi padre y yo siendo una niña. Entonces, esa foto a mí me impacta muchísimo porque yo nunca había visto ninguna foto de mis padres conmigo.
Entonces ahí me pregunto: “Hombre, si yo llevo toda la vida escribiendo sobre familia en general, ¿por qué nunca lo había hecho sobre la mía?”. Y ahí empiezan todas esas pesquisas que me llevan a querer saber qué ha pasado, por qué mis padres se separaron más allá de la versión oficial, que yo sí conocía, cuáles fueron los detalles que hicieron que todo hubiera sido un tabú hasta mis 36 años y que todas las fotos, por ejemplo, hubieran desaparecido.
Esa idea de “¿qué ha pasado?” es la que me pone en marcha para escribir. Hago entrevistas a mis padres, a sus parejas, a mis tíos, pero ellos no me cuentan lo que yo creo que es la verdad, sino que cada uno mira hacia otro lado y siguen repitiéndome unas versiones que son completamente contradictorias.
Entonces paro la novela, hago otro libro de relatos y, cuando termino ese libro, digo: “Bueno, tengo que volver a la novela, pero quizás desde la ficción”. Desde armar esa estructura de los astronautas para decir sin decir, para encontrar una metáfora que me permita abordar todo aquello para lo que no tengo palabras. Esta es un poco la historia, el marco general de la novela.

Laura Ferrero estuvo en Buenos Aires para presentar su última novela: Los astronautas. - Créditos: Gentileza de Jordi Bernado
—Los astronautas están muy presentes, sobre todo hay un episodio muy potente en la infancia de la niña cuando ella dibuja a su padre. ¿Podrías contarme cómo surge eso?
—La idea de que la niña dibuja para el Día del Padre a un padre que es un astronauta no es real. El tema es que esa niña... tenemos que irnos a los años 80 en España, con todo lo que ocurría con los divorcios, que era medio tabú. Yo no sé cómo fue aquí: el peso de la religión, era un país muy tradicional, con lo cual yo era la única niña de mi clase —bueno, junto a otro— cuyos padres estaban separados.
Entonces, el tema es que tú puedes, de alguna manera, ampararte en ese relato y ser la niña triste a la que su padre no la va a buscar al colegio, o puedes sacar una ventaja de ahí. Entonces, no es que tu padre no te venga a buscar, sino que de repente tú te imaginas, te inventas una historia en la que tu padre es un astronauta que vive en Houston y que es obvio que no puede venir a buscarte porque tiene cosas más importantes que hacer. Es el ejemplo de que, desde niños, ya nos adueñamos de nuestros relatos, ¿sabés? Es lo que hacemos en mayor o menor medida a lo largo de la vida. Muchas veces, cuando a ti te deja tu novio, no dices “me dejaron”, sino “nos dimos un tiempo”. Es como ir modulando el relato para encontrar el que te hace sentir mejor. Y eso es lo que hace la niña.
—Y luego lo fuiste intercalando en toda la novela, porque en la novela incluso hasta el final...
—Claro, porque también es la manera de suplir la falta de datos. Yo no los tenía porque mi familia no quiso hablar conmigo. Entonces, ¿cómo contás sin contar? Pues te imaginas toda esa metáfora de los astronautas. Los astronautas, al final, fueron hombres y mujeres que se fueron lo más lejos que cabía irse para contar aquello que tenían muy cerca. Creo que ese es el trabajo de la literatura, ¿no? Muchas veces es el rodeo, es armar una metáfora que te permita entrar donde no tienes la llave. Por eso a mí me sirvió. Hay muchos datos que yo sigo sin saber de mis padres, pero los astronautas, de alguna manera, sus historias me van contando lo que yo no logro alcanzar.
—Y también esta cuestión de los sentimientos de ellos, lo que les pasó cuando volvieron...
—Claro. Al final es como decir: ¿qué te pasa? Yo no sé exactamente por qué se separaron mis padres, ni qué les pasó, ni cómo fue todo ese proceso. Pero me puedo imaginar que la soledad que sintió el último cosmonauta ruso, perdido en el espacio durante 300 días, se puede equiparar perfectamente con lo que siente una mujer cuando se entera de que su marido está con otra. ¿Sabes?
—Vos sos periodista también y sabés lo que es hacer una pesquisa, hacer periodismo. ¿Lo intentaste con tu familia y no funcionó?
—Yo todas las novelas que he escrito parten de una investigación, igual que los relatos. A mí me gusta mucho estudiar. Entonces, como en mi novela anterior, traté de explicar una familia a partir de la metáfora de las islas, de lo que es una isla, de lo que no. En esta novela está toda esa investigación de lo espacial, pero que viene a suplir una falta de la realidad. A mí me hubiera gustado que esta novela, en vez de llamarse Los astronautas, se llamara Mis padres. Y como esta no es una novela sobre mis padres, se tiene que llamar Los astronautas.
—El tema de las fotos es muy importante en tu novela. Uno vuelve, por ejemplo, a la portada del libro, a esas caras...
—Esa foto de la tapa del libro no es una foto, es una ilustración hiperrealista. A mí me hubiera encantado poner aquí la foto de la que sale toda la historia, pero mis padres no me dejaron. Con lo cual, tuve que buscar la manera de suplantar eso. Entonces, encontramos una foto en internet que tenía esta misma estructura: una niña con un padre y una madre, se supone. Y buscamos actores —o sea, gente que lo pudiera representar—. Ella es muy parecida a mí, está inspirada en una foto mía cuando tenía cinco años. Y él está inspirado en Neil Armstrong cuando era joven. Y ella en Sally Field, quien mi madre se parecía muchísimo cuando era joven. Eso es un poco el engaño, ¿no? Termina la novela y lo que hay es esta manera de decir: "Voy a darme una familia también en una imagen". Esto es un intento por escribir un relato, pero también un intento por escoger una familia.
—El tema del álbum familiar está muy presente en tu novela: ¿Qué sentís que vienen a decir esas fotos o su ausencia?
—Piensa que las fotos son como la prueba definitiva de que existimos. Está esa idea de que una imagen vale más que mil palabras, y en realidad es así, porque cuando tú recuerdas tu pasado, muchas veces ni siquiera recuerdas tu pasado: recuerdas las fotos. Y adornas lo que hay alrededor. Entonces, yo qué sé, yo tengo un álbum familiar de cuando nací en el que no hay hombres en las fotos, solo estamos mi madre y yo. Es un álbum... es un álbum trucado. Pero con los años te das cuenta de que cuando vuelves a ver fotos, no son una verdad, sino un relato. Porque las fotos también las ordena alguien. Entonces, a mí me resultan muy interesantes las investigaciones en torno al álbum familiar y cómo se cuentan las historias a través de las fotos. Es interesantísimo para mí mi propio álbum familiar. Porque es un álbum lleno de carencias y lleno de esa necesidad de que la historia sea otra.
—Sí, y cómo después le buscás la trastienda a las fotos que tenés también... porque esto de quién sacó la foto, la mirada, ¿no?, de alguien... Ahí surge una historia, la de la amiga del padre.
—Claro, esa es una historia que también es inventada. Quiero decir que este libro es muchísima ficción. Está basado en hechos reales, o sea, hay una historia, hay una parte de una idea mía de “quiero escribir sobre mi familia”, me encontré una foto de mi familia... pero no hay nada más. Hay muchas cosas que son invención, pero de alguna manera vienen a rellenar lo mismo que el relato de Los astronautas: la idea de la falta y la ausencia.
Yo recuerdo que el padre no estaba. El relato que armaban siempre con respecto al padre tenía que ver con el misterio. Con una desaparición. Con el “de eso no se habla”. El tema tabú. Que es muy pernicioso para los niños, porque los niños necesitan certezas. Al final, este libro viene a contrastar el relato que nos dieron de niños, que es un relato inventado para nosotros. Es decir, cuando recuerdas tu infancia, no es algo que has vivido, sino algo que te contaron. Y llega un momento en el que dicess: “Bueno, voy a intentar ver qué hay de cierto en todo esto”.
—Andrés Neuman, que escribió un díptico a su hijo y justamente deja sentados los primeros vocablos, dice: ‘En realidad, es un homenaje a mi hijo, y también algo para que él tenga’, porque, claro, es fundamental lo que empezamos a decir cuando empezamos a hablar, y no nos acordamos. Ese registro que no tenemos es, tal vez, lo que esa hija intenta reconstruir…
—Yo tengo una hija ahora. Tiene un año y medio. Y lo que estoy haciendo es un poco lo que hace Neuman. Todos los hitos de ella los guardo. Dice una palabra, hace esto, tal... es como para que luego ella tenga, para que no tenga que reconstruir, para que se pueda acordar. Hago su álbum. Es como: en esta época está diciendo esas palabras. Ahora duerme así, pone la mano así... Es como para que ella lo recuerde. O la primera vez que dio un paso...
—¿Y cómo lo vas escribiendo? ¿Te lo imaginás en formato libro después?
—No, es una cosa para ella. Igual me gustaría también coger fotos de ella e ir armando un álbum, pero también responde a mi necesidad de cosas que yo no tuve. Que ella no tenga que preguntarse nada fundamental. A mí me encantaría regalarle una infancia en la que no haya esas grandes preguntas que yo me he tenido que ir haciendo estos años.
—En tu novela hay algo sobre las primeras palabras. Me interesó eso de la hermana, que dice: "La hermana dijo 'no', es lo primero que dijo".
—Es muy interesante, porque yo recuerdo a nivel personal que a mi hermana le costó mucho hablar. Y no dijo las palabras típicas. Ya hay algo casi psicoanalítico, que tu primera palabra sea “no”, y no “papá” o “mamá”, es como que ya te pones un límite desde el inicio, ¿no? Y eso me interesa mucho, para ver cómo se desarrolla una personalidad. A mí me encanta buscarle sentido a todo, entonces me gusta pensar que como éramos de bebés, de niños, ahí está el germen de lo que fuimos siendo de mayores. Y ahora que tengo una hija veo claramente que hay una relación superfuerte entre cómo nacemos y cómo somos.
—En tu novela también está esto de frases fuertes, como las que dicen los tíos, o incluso la culpa que va sintiendo la niña respecto del padre... da la sensación en la novela de que ahí se forja la identidad de la niña...
—Bueno. La identidad de la niña y la manera en que se relaciona la niña. Si tú entiendes siempre que el amor es una conquista, es algo que tú tienes que hacer... Es decir, si tú no tienes seguros los vínculos con tu familia, entiendes que hay algo mal en ti, y que tienes que ir haciendo cosas para que te quieran, ¿no? Entonces, es algo que se mantiene a lo largo de la vida. Tienes que aprender chino, ser guapa y ser divertida para que tu padre te quiera, o eso entiendes tú. Y cuando busques una pareja, vas a hacer algo parecido. Porque vas a creer que el amor no es algo que tú tienes, sino algo que tú tienes que ganar. Entonces, a mí lo que me interesa mucho es cómo nos cambia el relato, cómo nos cambia la manera de ser, ¿sabes? Lo que vivimos en la infancia, de los 0 a los 7 años, siempre dicen que ahí está todo lo que nos va a suceder a lo largo de la vida. No es que crea en el destino como algo de lo que no se puede salir, pero sí que, viendo lo que te ha ocurrido de los 0 a los 7 años, podés entender cómo te desarrollas después.
—Además de la ausencia del padre se avizora una ausencia de la madre, ¿no?
—Esta es una novela que se basa en la noción del desaparecido y el ausente. Las ausencias son muy interesantes, porque te resuelven mucho la vida. Les podés echar todas las culpas que quieras. A ti te pasan cosas... bueno, porque el padre se ha ido. Y el padre no va a contestar, porque no está. Entonces, bueno, yo sentí que durante una etapa muy larga de mi vida todo se contaba porque había un padre que se había marchado. Pero, de repente, hay cosas que no las soluciona una ausencia, sino una presencia. ¿Quién estuvo allí? ¿Quién vio las cosas o quién no las vio? Era una madre. No era un padre, porque el padre no estaba. El padre tiene la responsabilidad de haberse marchado, sí, pero en el no estar no podía participar de la cotidianidad. Entonces, ahí también aparece el tema del relato. ¿Cómo nos contaron nuestra vida? “Bueno, es que el padre se fue, entonces ocurrió esto”. Bueno, ¿y la madre qué hizo? ¿Dónde estaba esa madre? Entonces, es como cambiar el foco de atención. Uno encuentra lo que va buscando. Entonces, ¿por qué no dejas de buscar y ves qué hay? Es interesante ese cambio de perspectiva para entenderse mejor.
—¿Qué es lo que conforma una familia?
—Yo creo que cada uno tiene una respuesta a eso. No creo que haya una sola forma de armar una familia, porque si no sería como una receta. Yo creo que encontrar la familia en la madurez pasa por renunciar a la idea de familia que tenías preconcebida: lo que tenía que ser, lo que tenías que hacer. En España durante mucho tiempo fue esa familia tipo: padre, madre, hijos. Entonces, creo que pasa por renunciar a eso. A mí me liberó mucho dejar de sentir esa obligación de decir: “Tengo que tener pareja, tengo que tener hijos...”. No. Podés tener hijos sin pareja. Creo que una familia es un lugar al que podés volver. Me resulta muy interesante, porque al final, a lo largo de esta novela, pensé qué era una familia para mí.
Este mirar al pasado me sirvió para poder mirar al futuro, que creo que es para lo que sirve escribir una novela. No para quedarte toda la vida dándole vueltas a la herida. A mí no me resulta interesante lo que hace la víctima, no creo que salga nada bueno de ahí. Hay un primer momento en que decís: “Me pasó esto, estuvo mal, lo entiendo, lo puedo atravesar”, pero es para ir a otro lugar, no para quedarte ahí. No creo que ese sea un lugar fructífero.
—¿Y qué te pasó ahora que ya viste tu novela materializada en un libro y que la estás presentando?
—Para mí es como un álbum de fotos, ¿sabes? Yo nunca tuve un álbum de fotos, y este libro es lo que más se parece al relato que me hubiera gustado tener. Yo a mi hija no le podré decir: “Mira, estos son tus abuelos”, pero le diré: “Mira, esto es lo que yo escribí sobre mi familia”. Y tal vez ella me preguntará: “¿Y esto es verdad?” Y yo le diré: “Es verdad para mí”. Quizás para vos no sea verdad. Pero vos tendrás que buscar tu manera de armar el rompecabezas. Supongo que lo más importante es salir del silencio, si necesitás salir del silencio. Porque hay gente a la que no le conviene saber, no le interesa, y está bien. Pero si realmente lo necesitás, hay que hacer algo.
—¿Tu familia leyó el libro?
—Mi madre lo leyó, y me dijo que todo estaba bien, que hubiera preferido que no lo escribiera, pero que entendía la necesidad de hacerlo. Mi padre no lo quiso leer. Entonces, bueno, hay que respetar. Al final, todo esto es como una carta de amor de una niña a lo que no entiende. Es decir: bueno, quizás ahora, desde el futuro, puedo decir “ojalá las cosas hubieran sido de otra manera”, pero como esto es lo que hay, es con lo que te tienes que quedar y hacer las paces. Porque no sé si se puede estar toda la vida a la contra de lo que te pasó. Bueno, esta es mi manera. Y escribirlo fue mi manera de poder comprenderlo un poco. Para mí, esta es una forma de darle sentido a una vida.
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