
Perla Suez, autora de La entrega: “La violencia está instalada en todas las clases sociales”
Con una prosa poética y una mirada crítica sobre la familia, el poder y el deseo de posesión, Perla Suez construye una novela que interpela de modo íntimo y social. En esta conversación con OHLALÁ!, la autora reflexiona sobre la trata, la violencia y el rol de la ficción como espacio de resistencia.
11 de julio de 2025

Perla Suez publicó la novela La entrega (Edhasa). - Créditos: Prensa
En su nueva novela, La entrega (Edhasa), Perla Suez vuelve a demostrar que la ficción puede ser una herramienta poderosa para explorar las zonas más oscuras de la realidad. Inspirada por una imagen fugaz —una niña escapando por un matorral—, la escritora construye una historia que va mucho más allá del tema de la trata: se adentra en los vínculos familiares, en la violencia silenciosa, en las grietas que se abren cuando el deseo de “tener” lo consume todo.
En esta entrevista con OHLALÁ!, la ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2015 y del Rómulo Gallegos en 2020, reflexiona sobre la violencia, "que está instalada en todas las clases sociales" y sobre el poder de la literatura para interpelar, incomodar y mirar más allá de lo evidente.

Perla Suez publicó la novela La entrega (Edhasa). - Créditos: Prensa
—¿Cómo surge esta idea de trabajar el tema de la trata en una novela?
—La primera pregunta que le hago al lector es si realmente la novela trata sobre el tema de la trata, o al menos si trata únicamente de eso. Porque, en realidad, la primera imagen que tuve fue la de una niña escapando por un matorral, y un guardia que la veía... como en una pampa verde. Ese guardia disparaba un tiro, se había caído, y había una casa vieja, cerrada. Y dije: “Acá hay un burdel”. O sea, la idea arranca con una niña de 14 años que escapa de un burdel.
Esa fue la primera imagen. A partir de ahí, empecé a preguntarme cómo evitar caer en lugares comunes, en lo que ya sabemos, en lo que escuchamos todos los días: desapariciones, violencia... desde el caso de Marita Verón, a Loan. Todos los días se invisibiliza a un montón de niñas, mujeres, incluso niños. Entonces, me empecé a preguntar: ¿de dónde viene esta nena? Ahí empecé a construir el espacio, el lugar. Pensé en Villaguay, porque me crie en esa zona. Después, a los 15 años, me vine a Córdoba. Pero esa es la tierra que amacé de niña, ¿viste? Es la tierra que conozco, conozco a su gente. Me sentía muy cómoda con el río. Siempre en mis novelas el río está presente, porque representa la infancia también. Entonces, era como sentirme segura caminando por esas calles.
Ubicada la historia en Villaguay, me pregunté: “¿Y esta niña con su familia? ¿Será una familia pobre que vende a sus hijos?”. No, no quería caer en eso.
Entonces, me planteé una familia de clase media, más bien alta, aparentemente armoniosa. Una familia donde el padre es muy bueno, la madre también. Hay un cierto equilibrio en las relaciones. Y de pronto, el padre, con ese aserradero, se funde. Ahí arrancan no solo las dificultades económicas —algo muy argentino—, sino también la violencia y la ruptura de los vínculos familiares, que se van cayendo a pedazos.
Cuando tomé conciencia de eso, dije: “La primera parte de la historia tiene que contar cómo se va rompiendo ese vínculo y qué le pasa a este hombre cuando toma contacto con ese personaje siniestro”. No quiero adelantar la historia, pero no puedo dejar de mencionarlo. Ahí empezó mi preocupación, que era básicamente un problema social, de violencia. Estamos cayendo todos en un mundo casi inexplicable... pero que en la ficción puede encontrar una explicación.
Por lo menos, traté de buscarla en la ficción, porque es la única que me permite ahondar en el conocimiento de esos personajes y entender por qué hablan y actúan así. Aunque hay cosas que son inentendibles. Como, por ejemplo, cómo un padre tan bueno, como Fabre, termina haciendo lo que hace con su hija. Entonces, arranqué sin alardes, tratando de plantear interrogantes en el lector. Yo ya tenía claro el sentido de la trama que buscaba. Porque la literatura no necesita ser comprobada, sino interpretada.

Perla Suez publicó la novela La entrega (Edhasa). - Créditos: Prensa
—Pensaba en esto que decís sobre la mirada hacia la familia. Una familia que parece muy normal, y a la que le ocurre algo trágico. Y después nos enteramos de que tenía sus imperfecciones. ¿Qué planteo de familia, qué mirada de familia querés dar en la novela?
—Y claro, cuando se rompe lo económico... eso es muy argentino, ¿no? Cuando se rompe la situación económica en una clase media, más bien alta, puede pasar esto. Esa desesperación del padre por salir del ahogo económico lo lleva a ver a un prestamista. Y en ese vínculo con el prestamista se va endeudando, endeudando, endeudando... hasta que estalla. Ahí estalla la problemática.
La pregunta que me hacía era: ¿yo, como padre o madre, entregaría a una hija a cambio de un auto, por ejemplo? Bueno... capaz que puede pasar. Entonces empecé a trabajar esa relación de él con el prestamista, ese personaje siniestro que después en la novela no aparece más. Queda como un telón de fondo oscuro. Todo lo que deja eso, y la actitud de él con su propia familia, la tribulación, el tratar de esconder que él tenía que ver con todo, hasta cómo se va desarrollando la historia.
Y la madre, en la búsqueda de su hija, como verdadera madre, termina descubriendo la verdad a través de quien fue su amante. Todo se va desarrollando de tal manera que llega a la verdad, a lo que pasó con su hija. Y ahí viene el momento en que ella va a buscarla, con toda la esperanza de encontrarla. Y todas las cosas se van atando, todos los cabos sueltos que traté de que no quedaran. Cuando vuelve, regresa... y ahí viene: se compra un arbolito en un vivero. Se compra una planta, porque lo necesita después de lo que vivió. Terrible. Volvió sin su hija, pero recién ahí está por pasar algo.
—Y mencionabas el tema del “tener” como valor, ¿no? Esa idea de que la hija pueda ser moneda de cambio. ¿Cómo lo trabajaste?
—Fijate que la novela la situé más o menos en 2001, pero en realidad es lo que estamos viviendo, y cada vez peor. Porque la violencia está instalada en todas las clases sociales. Es un mundo en una vorágine que nos va tragando, nos arrastra a todos a un consumismo infernal que no sirve para nada. Te lleva al vacío. O bien, el que no tiene, hace cualquier cosa por tener. Por querer tener. En el caso de él, hasta sueña con darle al prestamista un campo de soja que inventa. Cualquier cosa. Pero cuando el otro le hace esa propuesta concreta, se le cae toda la fortaleza de buen padre. Se le rompe. Y hace lo que hace.
—Perla, me interesaba ver algo que ya conocemos de otras historias de trata, pero ¿cómo pensaste vos la complicidad entre policías, políticos, los ricos?
—Me cuidé mucho de no meter explícitamente eso. A lo largo de la novela no hay policías, no hay detectives. No es una novela policial donde aparece el interrogatorio. Quise apartarme del género policial y centrarme más en la ruptura de los vínculos, en lo social.
— Sin embargo, la madre no se anima a ir a la policía a hacer la denuncia...
— Porque el marido la frena, le dice —más o menos— que hay que esperar 24 horas, que no se puede hacer nada todavía. Y después hace toda una simulación de búsqueda, como si fuera el gran padre. A mí me generaba una angustia horrible, porque iba pensando cómo lo iba a resolver. Y cuando encontré cómo resolverlo, tuve que salir a tomar aire. Porque quien escribe también tiene un compromiso visceral con lo que cuenta, y pretende que el lector lo interprete, no que lo lea linealmente. Entonces, ahí trabajás en cómo resolverlo... a través de los diálogos, cómo lo cuenta el narrador...
—También te valiste de la poesía en la novela, ¿no? El texto es poético. Pero también están los epígrafes. Tener a Louise Glück con el poema “Olmos” me pareció fundamental, introduce tremendamente en la historia...
—La poesía me parecía fundamental. Y también la frase de Herta Müller. Pensando en la niña, pero también en esa mujer que se siente muy sola en la búsqueda. Y en algún punto, presa de esa sociedad, de esa gente que no la ayuda. La dejan sola.
—Claro. Nora, la amiga de la hija, le da vuelta la cara, ¿no?
—Sí. Y eso pasa en un pueblo o en una gran ciudad. Por distintas razones. A mí me inspiraron mucho los escritores que construyeron un condado donde pasan cosas. Para mí, Entre Ríos es un poco eso. Donde me crie de niña. Donde juntaba bichitos de luz. No pasaba nada. Era la hija de un médico muy querido. Otro mundo. Otro mundo totalmente distinto. Y digo: “Bueno, lo agarro ahora como contraste”. Puse esa foto del Camino de los Gatos. Si lo habré hecho en bicicleta...
—¿Ese es un lugar conocido por vos?
—Claro. No solo conocido. Era el camino obligatorio a la casa de mis amigos. Tenía que cruzar las vías. Al costado pasaba el tren que iba a Paraguay. Cuando escribí Furia de invierno, es ese tren el que pasaba por ahí.
—Claro, está todo ligado.
—Sí, claro. Tiene que ver con la construcción de un mundo que, de alguna manera, es autobiográfico. Aunque ninguno de los personajes sea real ni tenga nada que ver. Pero sí, hay una parte del autor siempre. Aunque el narrador se separe mucho del autor, yo creo que el autor siempre está detrás, en su mirada del mundo, es el que maneja los hilos, y después lo construye el narrador, pero detrás está el autor con su impronta.
— Perla, pensando en vos y en el río... El río está siempre presente. ¿Qué cosas lleva, trae, limpia? ¿Cómo vivís el río?
—Es que eso que estás diciendo es exactamente lo que yo siempre siento. Criada en Entre Ríos, el río para mí es como la ficción. Corre, lleva, arrastra, trae... También puede contener cosas tremendas, pero en general es como el río con sus dos orillas. Porque, si repaso lo que hice con la escritura a lo largo de mis días hasta ahora, siempre ha sido cruzar de una orilla a la otra. Siempre digo: desde la literatura para adultos a la literatura para niños, que no tienen nada que ver en cuanto a la construcción del lenguaje, al registro... pero siempre necesito que fluya. Como si me parara en medio de un puente y viera correr la ficción. Y ahí, o nado, o dejo que los personajes fluyan. También ahí se mueren, pero también ahí Evelyn —la niña— se purifica cuando entra al río y se baña. O sea, el río puede tener muchas posibilidades. En Furia de invierno, por ejemplo, el personaje —un nene— se queda mirando cómo se ahoga otro niño en el río... y no hace nada. Lo deja. Lo mira nomás. Entonces, el río siempre aparece como un lugar de salvación, de purificación, o como un elemento que tapa, que arrastra, que se lleva todo con la corriente.
—Y simbólicamente, Perla, vos mencionabas a la niña Evelyn. Las mujeres que le ponen el cuerpo son muy fuertes en tu novela. Evelyn, obviamente, la madre —que está muy sola—, las amigas, las putas, las vecinas que también la buscan en algún punto. Esa red que tejemos las mujeres muchas veces. ¿Eso lo hiciste especialmente?
—Sí, lo hice especialmente. Son muy visibles las mujeres. Y, por el polo opuesto, están esos hombres, todos vinculados a cosas feas. Yo creo que, evidentemente, en mi inconsciente trabajó una idea del feminismo que ya está instalado en nosotras, sobre todo en las mujeres. Está instalado eso de que nos cuidamos unas a otras. Cuando salimos, nos avisamos cuando llegamos, por cualquier cosa. Vas caminando por la calle, pasa un auto despacito, y se te pone la piel de gallina pensando que te van a levantar. Aunque sea un hombre que está parado, estamos pendientes de todo lo que pasa.
No actuamos como los hombres. Tenemos otra sensibilidad, porque tenemos conciencia de lo que está pasando. Por todas las luchas que ha habido también.
Entonces, pensé en estas mujeres tan castigadas, con una vida tan dura... Las putas de Rosario. Cuando Evelyn duerme en el suelo, podrían haberla dejado ahí. Pero no: la entran, la cuidan. Hay contradicciones entre ellas, entre Mariela y la otra, pero son preocupaciones propias de los miedos que tienen. Porque ellas también pueden desaparecer.
Y bueno, el desarrollo que intenté es que entre todas formen un cuerpo, un escudo protector. Evelyn corre desesperada por llegar a su casa, por volver a ver a su padre. Paralelamente, se va contando toda esa historia que el lector ya sabe. Y ella, en su desesperación, se pregunta: “¿Dónde está papá?”. Le dicen que está en Brasil, pero ella ya empieza a pensar cómo lo va a buscar. Y ahí es cuando yo quería que doliera, porque a mí me dolía.
Cuando algo me conmueve como escritora, ahí me tengo que cuidar mucho para no aflojar. Podría haberle buscado una solución más dulce a la situación, pero cuando aparece lo dulce, digo: “No. No puedo aflojar. Porque lo que pasó fue tremendo”.
—El tema de la madre... A mí me gusta ese momento en que se pregunta cuál es su casa, ¿no? Como que está siempre arriba de un auto, buscando a su hija. Y me preguntaba: ¿será que nuestros afectos son la casa de uno?
—Sí. Es el nido para nosotros. Yo creo que la mujer tiene como una... no sé si es una confirmación, pero es una interpretación que no escapa a la novela.
Desde que nacemos, nuestra primera casa es el útero de nuestra madre. Ese vínculo es la primera casa. Después, la cuna, el Moisés, lo que sea... también es una pequeña casa. Luego se agranda a la habitación, a la pieza que vas reconociendo. Y después, tu casa. La casa es un lugar de protección. Un lugar al que salís y querés volver. Nos pasa siempre. Estás de viaje, pero hay un día en que extrañás la almohada.
Yo estuve becada en Francia, y después de dos años y medio —que me podría haber quedado a trabajar— extrañaba... qué sé yo, las sierras de Córdoba, la peatonal, una calle, mi casa. Que ya no era mi casa, porque al volver me tenía que mudar. Pero no importa. Entonces, creo que el sueño de ella de volver a la casa es reencontrarse con los vínculos familiares. Volver a ser ella.
—Pero no se vuelve a ser uno después de todo eso, imagino.
—No. No se vuelve. Por eso no podía aflojar.
—Pensaba también, Perla, en la importancia de escribir. Escribir para esa madre, que la acerca un poco a su hija con esas cartas. Y también para la hija, que con ese cuaderno parece recordar y curar. ¿Algo así pensaste?
—Sí, tal cual. Es hermoso lo que decís. Porque el final es terrible para la madre, después de todo lo que hizo, cómo termina... Yo decidí que, después de unos años, Evelyn no hubiera vuelto a caer presa de la trata. Entonces, la imaginé escribiendo, ya más adulta, protegiendo a Mara. Porque si la dejaba suelta, solo con esa línea que dice: “Mara está aquí, te manda cariño”, no alcanzaba. Pero con eso, Mara está contenida. No cayó en la trata.
En realidad, el sueño de volver, de que todo esté bien, de saber cómo está papá... ese es el deseo de ella. Que le sigue escribiendo, que le dice que se quede tranquila, que están bien, que ya se van a ver. Me costó un horror encontrar ese final. Pero cuando lo encontré, te juro que se me caían las lágrimas. Me decía: “No puede ser que pase tanto”. Yo misma me lo preguntaba. Pero en realidad, la búsqueda de uno también pretende que el lector haga su propia búsqueda, su propia interpretación.
—Para terminar, te pregunto por el título: ¿cómo te decidiste por La entrega?
—Aunque de alguna manera anticipa lo que está en la primera parte: la entrega. Sí. Bueno, ¿entrega de qué? Ahí te das cuenta cuando él habla con el prestamista. Esa amistad que lo lleva a entregarla. Pero cuando arranca, parece un golpe: La entrega. ¿Entrega de qué? ¿De un auto? ¿De una persona? No se dice “secuestro”, ¿no? Entonces, aunque es contundente y de alguna manera ya sabés, cuando arranca la historia, que algo terrible pasó —ese padre la entregó—, la historia recién empieza ahí. Por eso me quedé con ese título.
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