
¿Te peleaste con una amiga? Qué hacer cuando una amistad se rompe
Las amistades también duelen. Por qué perder una amiga puede ser tan difícil como una ruptura amorosa y cómo atravesar ese duelo. ¿Qué se nos mueve cuando se rompe una amistad?
14 de julio de 2025 • 11:33

amigas-peleadas-ok.jpg - Créditos: Getty
A los siete, nos damos pulseritas con un corazón a la mitad; a los quince, nos juramos que siempre vamos a estar juntas y ningún chico nos va a separar; a los treinta, prometemos seguir tomando cafecitos a pesar de las mil obligaciones de la vida adulta. Pero la realidad es que, aunque tengamos amigas de toda la vida, muchas veces pasa que nos peleamos.
A veces nos reconciliamos, nos volvemos a encontrar, pero hay otras que no. Y los motivos de la pelea pueden ser miles: diferentes formas de ver el mundo, porque nuestra amiga ya no nos entiende, porque la vida nos llevó por otro camino, porque nos sentimos poco queridas o que fue una “mala amiga”. “La pelea es síntoma de que el vínculo pide revisión: hay algo en lo que no estamos de acuerdo. La pelea no es el problema, es el mensajero”, nos dice Marina Mammoliti, nuestra experta consultada para esta nota. Te invitamos a descubrir qué pasa con los vínculos de amistad, con una mirada compasiva y amorosa.
“Nos desencontramos”
¿Cuántas veces pasa que nos peleamos con una amiga y alguien nos dice: “Bueno, igual tenés otras”? Hay algo de los vínculos de amistad que muchas veces se desmerece. Como explica nuestra experta, las amistades están abajo en la escalera jerárquica de vínculos, porque se jerarquizan los románticos por encima de todos los demás. Entonces, una pelea con una amiga no parece tan importante o es “menos serio” que la ruptura con una pareja.
Pero el tema es que las amistades tienen el mismo peso emocional que cualquier vínculo profundo e íntimo. Incluso muchas veces una amiga sostiene más que una pareja o un familiar: ve tu peor versión y te elige igual. También influye la falsa creencia de que, como tenemos más de un amigo o amiga, uno puede “reemplazar” al otro. Pero cada vínculo es único. Cada persona saca una parte diferente de nosotras. Y perder eso duele.
Muchas veces, asociamos la pérdida de una amiga a una pelea, pero también, a veces, no es algo puntual que nos molestó o hizo la otra persona (o nosotras), sino que se basa en algo más profundo: el desencuentro, que nace de la pérdida silenciosa de sentido compartido, de perspectivas o puntos de vista, de valores, de ideas. Las necesidades dejan de coincidir, los valores se desalinean, los ritmos vitales ya no se acompañan. En el desencuentro desaparece el sentido compartido del vínculo. No hay un “ruido”, sino un “silencio” que crece. Y suele requerir una elaboración de cierre, porque a veces duele más lo que no se dijo que lo que se gritó.
¿Por qué nos peleamos?
Muchas veces, la disonancia aparece cuando tenemos varas distintas de lo que es ser “una buena amiga”. En muchas amistades se rompen cosas no por falta de amor, sino por falta de acuerdo. Porque una cree que la buena amiga es la que llama todos los días. Y la otra cree que lo importante es estar cuando realmente se necesita, no en el día a día. Son modelos diferentes. Ni mejores ni peores.
Porque no existe una vara universal: cada vínculo necesita construir la suya. Cada persona tiene su propia vara y definición de lo que es ser una buena amiga. Para algunas, ser buena amiga es estar siempre. Para otras, es respetar el espacio. Algunas esperan incondicionalidad. Otras, libertad. ¿Y cómo se llega a un encuentro, entonces? Hablando. Es súper importante que cada una ponga sobre la mesa lo que necesita y, desde ahí, ver si pueden seguir caminando juntas. Si no hablamos, aparece la frustración. La decepción. El “yo hubiera hecho otra cosa por vos”. Hablar nos permite poner sobre la mesa las reglas invisibles que cada una trae. Porque la amistad no es simetría perfecta, sino reciprocidad emocional. Amor sin obligación. Cuidado con conciencia.
"Perder una amistad requiere un duelo"

Cómo construir vínculos más sinceros: la duda como aliada. - Créditos: Getty
Por Bárbara Abadi, psicóloga especialista en vínculos, autora de El amor en los tiempos del odio.
Estamos más habituados a escuchar sobre rupturas de pareja que de amistades. Sin embargo, sucede con mucha frecuencia y tiene un efecto profundo, genera mucho dolor, angustia, y también requiere un duelo y una elaboración. Es importante pensar la singularidad de ese vínculo: ¿qué significaba esa amiga o ese amigo, en ese momento, para mí? Un vínculo de amistad implica mucha complicidad, confianza. Es un par con quien una vive situaciones, el otro es testigo de la vida, se alegra de las alegrías y acompaña las penas. Más allá de que una amistad no sea perfecta ni haya que idealizarla (puede haber rivalidades, celos, ambivalencias), es un vínculo que tiene mucho que ver con el compartir.
La amistad es una de las formas de vincularnos que más permiten alejar la soledad. Como no requiere exclusividad, a veces existe la idea de que una amiga o un amigo no te dejan por otro, no te abandonan. Puede haber distancia o épocas, pero a veces hay rupturas, abandonos. Eso es lo que suele generar más dolor.
Perder una amistad requiere hacer un duelo, que implica la elaboración de la pérdida. Historizar y significar, preguntarse qué representaba ese otro para mí, qué lugar ocupaba y qué lugar ocupaba una para el otro. Hay algo muy idealizado que supone que la amistad tiene que ser para toda la vida. También esa idea de que cuanto más tiempo lleva esa amistad, es más profunda y valiosa. Pero eso no necesariamente hace un vínculo más profundo, amoroso o satisfactorio.
Como todo en la vida, las situaciones dolorosas son también un desafío. Y también es importante poder rearmar amistades. Es como que hay una idea de que es más fácil hacerse amigos cuando una es joven, y tiende a pasar, pero eso no significa que sea imposible ni que haya que dejar de intentarlo y que no haya encuentros, porque la amistad también es un encuentro y una construcción. Hay que dedicarle tiempo, ganas, apertura al otro. En ese sentido, también hay que estar con ganas de hacerse amigos.
No sos vos, soy yo
Te convertiste en mamá y sentís que ya no es un plan salir a bailar con esa amiga con la que ibas siempre. O empezaste a meditar y de pronto tu amiga que fuma todo el día ya no te resuena tanto. A veces pasa. Como las semillas que vuelan al viento, crecemos hacia distintos lugares, nos corremos de ciertas coordenadas y ya no miramos la vida desde el mismo lugar. Cambiamos, crecemos, evolucionamos. Y muchas veces no hacemos los mismos caminos con esas amistades que sostenemos desde pequeñas. Nos une el cariño de las experiencias compartidas, pero ya no volveríamos a elegir a esa persona como amiga si la conociéramos hoy.
Esto no necesariamente implica “una pelea”, sino aceptar que hay algo que se terminó. Que ya no nos reconocemos en esa otra persona y tampoco nos interesa seguir siendo parte de su vida. Y aunque a veces creamos, por mandato, que deberíamos sostener ciertas amistades “porque es mi amiga de toda la vida”, reconocer que cambiamos y que ya no nos elegimos habla de nuestro crecimiento y nuestra valentía para ser leales con quien estamos siendo hoy.
¿Elijo este vínculo?
Después de la tormenta viene la calma y ahí es el momento de preguntarte: ¿todavía me importa esta amiga? Si la respuesta es sí (si todavía sentís ternura, nostalgia, si te gustaría que las cosas estuvieran bien), entonces vale la pena abrir el canal del diálogo. Es importante buscar un momento para hablar, sin expectativas de que todo vuelva a ser igual, pero con el deseo de crear algo nuevo. Si, en cambio, ya no hay afecto, si solo queda bronca o indiferencia, quizás esa amistad ya haya cumplido su función. Ahí, lo más sano puede ser agradecer y soltar. Porque no todas las relaciones están destinadas a durar para siempre. Aunque todas nos transformen de algún modo.
Toda crisis vincular es una oportunidad para hacer ajustes, cambiar patrones, practicar una comunicación más real. La oportunidad perfecta para conocernos más. Para revisar qué dolió, por qué, qué necesitamos. La ruptura con una amiga nos da la posibilidad de mirar de frente lo no dicho. Las peleas son momentos de revelación: ahí aparece lo que veníamos callando, lo que nos cuesta nombrar, lo que no supimos pedir. Quizá nos callábamos para no incomodar, y esta pelea nos empujó, por fin, a decir lo que sentíamos. O ver que no sabemos pedir perdón, y que tal vez es hora de aprender. O notar que nos cuesta poner límites, pero que esta vez los pusimos... y el mundo no se cayó. Si nos animamos a transitar ese campo minado con conciencia, podemos salir más fuertes. Más auténticas. Más honestas. A veces hay que romper para reconstruir. Otras veces hay que romper para descubrir que ya no hay cimientos. Ambas cosas enseñan.
“Mis amigas se pelearon... y yo quedé en el medio”
¿Te pasó de estar en un grupo de amigas y que dos de ellas se pelearan? ¿Qué pasa si una te habla mal de la otra? ¿Qué hacemos cuando quedamos en el medio?
Si es para encontrar contención, si se hace desde un lugar honesto y respetuoso, puede ser sano prestar la oreja a esa amiga enojada. El límite está en no usar a las otras personas como armas. Si la conversación busca alivio, sentido, perspectiva, puede ser sanadora. Si busca manipular o castigar, puede destruir. Cada grupo tiene una ecología afectiva. Cuidarla es también cuidar lo que se dice, cómo se dice y con qué intención se comparte. No es lo mismo contarle a otra amiga: “Estoy mal, me dolió mucho la pelea con ella. No quiero que tomes partido, pero necesitaba hablarlo con alguien”, que decir: “¿Viste cómo es? Siempre hace lo mismo. ¿A vos también te lo hizo?”.
Estar en el medio suele ser muy incómodo. Implica caminar una cuerda floja entre la lealtad, el silencio y el cuidado de una misma. La clave, como dice nuestra experta, está en no convertirse en mensajera ni en cómplice de ataques solapados. Poder poner límites con amor: “Las quiero a las dos, y por eso no voy a meterme. Si alguna necesita hablar de lo que siente, estoy. Pero no voy a ser intermediaria”.
A veces creemos que tomar partido es ser buena amiga, pero no. Ser buena amiga es también cuidar la posibilidad de reencuentro futuro, no echar más leña al fuego. Y eso implica una ética de la palabra. Y del silencio.
Claves para reencontrarse
- Reconocer el dolor. No minimizarlo porque “no fue una pareja” o porque “tenés otros amigos”. Si te duele, es porque fue importante.
- Hacer lugar para lo que sentís. Permitirte llorar, enojarte, escribir una carta que no vas a enviar. Pero no silenciar.
- Hablar desde la vulnerabilidad, no desde la defensa. Volver a conectarte solo si hay deseo, no por obligación. Escuchá. Repará. No minimices el dolor de la otra. Y si hay ternura todavía, usala como puente.
- Cambiar la pregunta. En vez de “¿quién tiene razón?”, preguntarnos: “¿qué nos pasó?” o “¿qué necesitaba cada una que no se dio?”. Entender que no existe algo así como la verdad objetiva. Y, por ende, no hay alguien que sí tiene razón y otro que no. No miramos la vida como es, la vemos como somos. A través de nuestros lentes conformados por las propias experiencias.
- Saber que no hay villanas ni heroínas. Hay dos perspectivas legítimas, dos heridas que se tocaron. La salida no es discutir más fuerte. Es bajar la guardia y preguntarse: ¿qué me dolió? ¿Qué necesitaba de la otra y no recibí?
- Darse tiempo. Pedir perdón, si hace falta. Nombrar lo que dolió sin atacar. Escuchar sin interrumpir. No ir a la conversación para convencer: ir para entender. El foco no es acusar, sino mostrar lo que sentimos. En vez de decir: “Vos nunca estás para mí”, podés decir: “Me sentí sola el otro día cuando te escribí y no me respondiste. Necesitaba sentir que te importaba”.
- Reconocer que ambas hicieron lo que pudieron con lo que tenían. Que quizá no se trató de maldad, sino de heridas no nombradas. Y, sobre todo, llegar sin escudos. Con el corazón en la mano. Porque, para reencontrarse, hay que estar dispuesta a que algo se transforme.
- Agradecer el camino compartido. Incluso si terminó mal. Incluso si ya no se hablan. Agradecer lo que esa persona te permitió ver de vos.
- Cuidarte. Nutrirte con vínculos nuevos o antiguos, con rutinas sanadoras, con pequeños gestos de amabilidad hacia vos misma.
3 pasos para dialogar mejor
- Nombrar lo que esperamos. No desde la exigencia, sino desde el deseo. “A veces me gustaría que me escribieras más seguido. No porque te lo exija, sino porque, cuando lo hacés, me siento querida”. “Para mí es importante sentir que estás cuando me pasa algo lindo o algo feo. No sé si lo sabías, pero te lo quería contar”. “Te extraño. Me dan ganas de que nos veamos más, aunque sea para tomar un café de vez en cuando”.
- Escuchar lo que la otra puede dar. Y ver si eso es suficiente para vos. “Te escucho y entiendo que estás en una etapa en la que necesitás más espacio. Lo valoro... y me doy cuenta de que a mí a veces me cuesta no sentirme desplazada”. “¿Sabés qué? Entiendo que no podés estar todo el tiempo, y no te lo reclamo. Solo necesitaba saber si seguís queriendo este vínculo”. “Gracias por contarme cómo lo vivís vos. No sé bien qué hacer con lo que siento todavía, pero me sirve entenderte”.
- Negociar nuevas formas. Tal vez haya un punto medio. Tal vez no. Pero se puede intentar. “¿Qué te parece si no hablamos todos los días, pero nos ponemos una videollamada fija por semana para ponernos al día tranqui?”. “Capaz no tenés tiempo para largas charlas, pero si me mandás un audio de dos minutos de vez en cuando, yo ya me siento cerca. Te escucho cuando puedo y te voy respondiendo”. “Si siento que me pasa algo importante, ¿puedo contarte y vos me decís si estás disponible para hablarlo? Y vos hacé lo mismo conmigo”.
Experta consultada: Marina Mammoliti, psicóloga y creadora de Psicología al desnudo. @psimammoliti. web: www.psimammoliti.com.
Para seguir explorando
“Amistades saludables”, en Psicología al desnudo. En Spotify
Hay amistades que suman a nuestras vidas y nos nutren, y otras que nos abruman y nos restan salud mental. En el episodio 69, se analizan cuáles son las características de las relaciones sanas.
Amistad, de Jacobo Bergareche y Mariano Sigman. (Libros del Asteroide)
¿Cómo se hace un amigo? ¿Puede la amistad sobrevivir en la distancia? ¿Cuándo y por qué se acaba? Los autores, neurocientífico y escritor, acudieron a la ciencia y la filosofía para explorar esas preguntas.
La habitación de al lado. Película. En Netflix
¿Hasta dónde llega una amistad? Ingrid y Martha fueron muy amigas, pero se distanciaron. Hasta que un giro del destino las vuelve a unir: Martha tiene un cáncer terminal e Ingrid deja todo para acompañarla.
SEGUIR LEYENDO


Cómo encontrar un par: claves para construir vínculos con sintonía emocional
por Lucila Cornejo

Cómo el el proceso emocional que vivimos cuando perdemos a alguien
por Nathalie Jarast

'Gym bro': ¿por qué este es el estereotipo de hombre del que huyen muchas mujeres?
por Redacción OHLALÁ!

La moda "no kids" en hoteles y bares: por qué genera polémica
por Redacción OHLALÁ!
