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5 señales de que estás por colapsar y cómo salir de ahí

5 señales de que estás por colapsar —y no deberías seguir ignorándolas—. Porque antes de que el cuerpo y la mente digan “basta”, siempre mandan avisos que solemos minimizar, hasta que un día ya no podemos seguir.


5 señales de que estás por colapsar y cómo salir de ahí

5 señales de que estás por colapsar y cómo salir de ahí - Créditos: Getty



La primera vez que la vi, llegó impecable. Transmitía esa imagen de mujer que tiene todo resuelto: exitosa, funcional, fuerte. Apenas empezó nuestro primer encuentro, soltó, casi en un suspiro: “Yo no soy de necesitar terapia. Pero el otro día me largué a llorar en el estacionamiento del supermercado, así, de la nada… y ahí entendí que algo no andaba bien”.

Estaba sola en el auto, con las bolsas en el asiento de atrás y el celular explotado de mensajes. Desde afuera, todo parecía estar en orden: un trabajo que le gusta, una pareja, hijos, amigas. Nada “grave” que explicara ese llanto. Sin embargo, sentía que, si alguien más le pedía algo, aunque fuera mínimo, iba a estallar.

Esa es la antesala del colapso emocional que tantas mujeres atraviesan en silencio, mientras el mundo sigue creyendo que están bien.

 

Antes del colapso emocional, el cuerpo y la mente avisan. Pero nosotras estamos entrenadas para hacer como si nada. Nos decimos “ya se me va a pasar”, “es solo una etapa” o creemos resolverlo con “una lloradita y a seguir”. El problema no es llorar, sino creer que solo tenemos permiso para hacerlo cinco minutos y enseguida volver a funcionar, sin detenernos a mirar qué nos quiere decir ese llanto. Nos empujamos así, una y otra vez, hasta que un día simplemente ya no podemos más.

En el consultorio, esas señales aparecen todo el tiempo. Al principio se disfrazan de cosas mínimas: cansancio, mal humor, ganas de desaparecer un rato. Una se convence de que “no es para tanto” y sigue, aunque el verdadero cambio podría empezar el día que decida tomarse en serio lo que siente y buscar un ritmo que también la tenga en cuenta.

5 señales de que estás por colapsar

Te comparto cinco de esas 5 señales que veo todo el tiempo en el consultorio y que conviene no seguir pasando por alto.

1 - Dormís, pero no descansás

Hacés todo lo que hay que hacer: te acostás a tiempo, dejás el celular lejos y dormís ocho horas, pero te levantás con el cuerpo pesado, como si no hubieras dormido en toda la noche. No es casual: aunque el cuerpo esté quieto, la cabeza sigue activa.

Tu mente no corta; sigue resolviendo, anticipando, revisando. Cuando el sistema nervioso no encuentra una pausa real, el sueño se convierte en una pausa mecánica: el cuerpo duerme, pero vos no aflojás, y por eso el descanso no llega.

2 - Estallás por pavadas

Una pregunta inocente, un comentario sin mala intención, un mail más fuera de horario, y sentís que algo adentro se tensa al máximo; quedás al borde de explotar. Reaccionás con bronca, con cansancio, con una angustia que ni siquiera sabés bien de dónde salió.

Pero esa “pavada” no es el problema, es la gota que rebalsó todo lo que venías conteniendo para sostener la armonía de todos. Detrás de ese estallido están los días de exigencia, el cansancio acumulado, los “no importa, yo me encargo”, los “después me ocupo” que se apilan uno sobre otro. El enojo aparece cuando ya no queda otra forma de decir basta.

3 - Todo se vuelve un poco gris

Tenés una vida que, en otro momento, te hubiera llenado de emoción. Planes, proyectos, pequeños rituales que antes te encendían hoy ya no te mueven igual. Los proyectos te aburren, las charlas se sienten repetidas, las salidas pierden sentido y, de a poco, todo empieza a perder color. No sabés si estás triste, si estás cansada, si simplemente cambiaste.

En el fondo, lo que pasa es que algo dentro tuyo se fue desconectando del deseo. Estás tan ocupada en responder a lo de afuera que lo de adentro quedó en pausa; y cuando el deseo se apaga, la vida empieza a sentirse lejana, incluso cuando, desde afuera, pareciera que estás en el centro de todo.

4 - Te empezás a aislar

Antes disfrutabas estar con otros: organizar un encuentro, salir a caminar, charlar sin apuro. Ahora todo eso te cuesta.

Los mensajes te pesan, las invitaciones te incomodan y hasta lo que solía darte placer se transforma en una carga. No es que no quieras a la gente que te rodea, es que hay días en los que no tenés energía ni para estar con vos misma.

Cuando el cansancio llega a ese punto, el aislamiento deja de ser una elección y se convierte en una forma de resguardo.

5 - Sentís que tu cabeza no responde como antes

Te cuesta concentrarte, dudás de cosas simples, te olvidás de lo que acabás de leer o decir. Sentís que tu mente está más lenta.

No es un problema de memoria ni de inteligencia: es saturación. Tu mente está ocupada en sostener mil cosas a la vez. Cuando pasás demasiado tiempo en estado de alerta, el pensamiento se fragmenta y se agota. No es que estés fallando, es que estás agotada, y el colapso emocional también se nota en cómo pensás.

 

Cuando ves estas señales una por una, quizás te parecen poco importantes, pero cuando las mirás juntas cuentan otra historia: no son un error ni un defecto, son tu forma interna de decir “así, ya no”.

Hablan del esfuerzo constante de sostener, de resolver, de estar para todo y para todos, y de cómo, en medio de esa entrega, empezás a desaparecer de tu propia vida. A veces no es que no podés frenar, es que no te animás a hacerlo. Porque cuando frenás aparece el silencio, y en ese silencio puede asomar lo que venís tapando con ocupación: tristeza, enojo, cansancio, ganas de llorar sin motivo. Eso incomoda, pero lo que no se escucha igual pesa.

Empezar a cuidarte no siempre se ve como algo grande. A veces empieza con una pregunta simple y honesta: ¿qué necesito hoy? Autocuidarte no es hacer menos: es dejar de exigirte como si no sintieras, empezar a hablarte distinto, dejar de tratarte mal y, en lugar de exigirte rendir, empezar a acompañarte en lo que te pasa.

Si estás leyendo esto con un nudo en la garganta, si sentís que algo de todo esto te toca, tal vez no sea casual. Quizás no se trate de hacer un cambio enorme; quizá alcance con un gesto mucho más simple: escucharte sin miedo, hablarte con compasión, abrazarte como tantas veces abrazaste a otros y empezar a volver a vos, sin apuro y sin exigencia, como quien vuelve a habitar un lugar que nunca dejó de ser suyo.

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