Homenaje a mi hijo que no nació
Debbie reflexiona sobre un tema súper íntimo, la pérdida de su bebé. "Si mi hijo hubiera nacido en fecha, hoy 11 de mayo estaría cumpliendo un año. Pero mi hijo no nació y aunque su ausencia duele hoy aprovecho para agradecerle por haberme habitado".
11 de mayo de 2023
Debie, en pleno embarazo. - Créditos: Gentileza Deborah Maniowicz
Me encanta llamar a la Fecha Probable de Parto (FPP) “Fecha Improbable de Parto”, porque siento que condiciona nuestra ansiedad durante el último trimestre y lo cierto es que sólo un 4% de los bebés nacen según ese indicador. La gran mayoría, en cambio, lo hace entre dos semanas antes y dos semanas después. Entonces, la FPP es solo eso, una probabilidad. Y por cierto, bastante baja.
Sin embargo, si mi hijo hubiera nacido en fecha, hoy 11 de mayo estaría cumpliendo un año. Yo estaría colapsada decorando el salón, terminando la torta y rezando que duerma siesta para que esté de buen humor.
Pero mi hijo no nació y aunque su ausencia duele hoy aprovecho para agradecerle por haberme habitado y seguir acompañándome desde otro plano.
Poca gente habla de muerte gestacional o perinatal. Es un tema que tiene mala prensa y quienes la transitan la viven en silencio o no se sienten comprendidas por su entorno. Es que a nadie le gusta hablar de sexo, muerte y fracaso o piensan, como en mi caso, que “al menos tenés otros hijos sanos”, “por suerte fue ahora y no más avanzado el embarazo” o que simplemente “no tenía que ser”.
Sin embargo, para mi este hijo que no nació representa todo lo contrario: amor, vida y permanencia.
El embarazo se detuvo cuando el embrión tenía 11 semanas y media y me acompañó durante veinticinco días más, hasta que en un quirófano logré despedirme. Era un varón y según la anatomía patológica y el ADN fetal estaba sano. No sabemos por qué murió, “misterios de la vida”, me dijo el obstetra en ese entonces.
Hoy su paso cobró un nuevo significado: me gusta pensar que gracias a que se detuvo existe Amanda, que nació el 22 de enero pasado. Ella sólo existe porque él no nació. Planificamos tener tres hijos y si él hubiera nacido Amanda no existiría. Se me cierra el pecho de solo pensarlo.
Se dice que la placenta es un órgano altruista porque nace para dar vida -oxígeno y nutrientes al bebé- y luego del parto se expulsa y muere. A mi me gusta pensar a este embrión como un hijo altruista que vino para habilitar muchos temas en casa (nunca hablamos tan abiertamente de la muerte con nuestros hijos como cuando se detuvo el embarazo) y dar paso a su hermana.
Amanda tiene casi cuatro meses, una risa muy hermosa y se le ilumina la mirada cuando llegan sus hermanos. Yo la tengo tatuada en mi cuerpo, compartimos caminatas, rutinas y sueños. Y aunque parezca extraño por el corto plazo no me imagino la vida sin ella.
Mi hijo vive dentro de mi. En mi útero guardo células fetales, partículas de ADN de los cuatro hijos que me habitaron. Las células de todos ellos están desparramadas por todo mi cuerpo y van a permanecer en distintos órganos por décadas -el nombre científico de esto se conoce como “microquimerismo fetal”-.
Me gusta pensar que durante los nueve meses que gesté a Amanda ella también convivió con las células de su hermano.
Creo que la misión de algunos es darle paso a otros y Amanda como tantos hijos es consecuencia de que antes alguien no nació. Por eso hoy 11 de mayo elijo honrarlo, festejar su no-cumpleaños y agradecerle su corto paso.
*Este texto está dedicado a todos los hijos e hijas no nacidos.