
"Amor seco": Francisco Moulia y la historia de un amor que se vuelve tóxico
En "Amor seco", el autor combina vivencias personales y ficción para retratar una relación que muta y revela las zonas más frágiles del amor.
25 de noviembre de 2025 • 17:10

"Amor seco", la última novela de Francisco Moulia, una historia de un amor que se vuelve una historia atrapante. - Créditos: Gentileza Francisco Moulia
La novela Amor seco (Factotum Ediciones) es una historia de amor que se transforma. Lo que empieza como un vínculo profundo evoluciona hacia una relación que, según define su autor, Francisco Moulia, adquiere una toxicidad que vuelve imposible seguir adelante. Esa mutación —ese desplazamiento de lo amoroso hacia un territorio donde la distancia se vuelve necesaria— es el eje que mueve el relato.
El epígrafe que el autor elige para abrir la novela anticipa el tono emocional del libro: “No hay dolor más grande que recordar nuestros tiempos de alegría en la miseria”, escribió Dante Alighieri en La Divina Comedia. Esa cita funciona como una clave de lectura y marca el pulso de la ruptura amorosa con una mujer italiana, un vínculo que en la novela late aún cuando ya no encuentra su forma. El uso creciente de sustancias, que cruza la historia, va dando algunas pistas de que ese consumo arrasará con todo.
“Hace casi dos años dejé la ciudad y me vine a vivir al monte”, es la primera línea de Amor seco. Esa frase también espeja un gesto del propio Moulia, que hoy vive en las sierras de Córdoba, donde encontró un espacio que define como su refugio para escribir. Las respuestas para esta entrevista con OHLALÁ! llegan desde allá. El autor de novelas como Delfines en Venecia (2020), Los infieles (2019), entre otras, dice: “El ritmo y el estilo de vida que tengo acá potenciaron todo lo que más me gustaba de mi vida, y entre esas cosas, escribir”. Responde a través de audios de WhatsApp; detrás se oye una música de pájaros.

"Amor seco", de Francisco Moulia (Factotum Ediciones) - Créditos: Gentileza Francisco Moulia
—¿Por qué decidiste escribir Amor seco, por qué contar esta historia de desamor?
—En principio decidí escribir este libro fundamentalmente por una pulsión de escritura. Creo que se me haría más fácil decir por qué no empecé a escribir este libro; es decir, no fue ni por una instancia de expiación, ni de reconciliación con un recuerdo, ni de rencor ni nada por el estilo. Estuvo más que nada motivado por una pulsión de escritura, por hacer lo que hago, por hacer lo que me gusta y entender que en algunos hechos biográficos tenía una materia prima que, potenciada con la ficción, podía llevarme a un lugar de escritura que me interesaba explorar. Así que, por ese lado, eso fue fundamentalmente lo que me motivó a escribir el libro.
Yo no la llamaría una historia de desamor. En realidad, las formas del amor pueden ir mutando hasta llegar a esa instancia de necesitar separarse de una persona o tomar una distancia concreta. Y, en definitiva, creo que la novela un poco explora eso, ¿no? La dificultad de poner distancia con una persona por la cual todavía sentís un montón de cosas, pero al mismo tiempo llegás a la conclusión de que no es sano ese vínculo o que ya pasó a una instancia de toxicidad o de algo contraproducente. Y entonces creo que la novela aborda un poco más esa transmutación del amor en algo más abstracto o en algo más distante, pero que ese vínculo existió y sigue reverberando a su manera, y que hay una necesidad de transformarlo, de cambiarle la forma para poder avanzar. Y, así y todo, creo que todas las historias abordan un poco —de una forma más o menos directa— el amor, porque básicamente termina siendo un centro de gravedad de cualquier vínculo humano. Y en ese sentido, la novela me parece bastante humana en la transparencia, en la visceralidad y en que en ningún momento se desvincula de la responsabilidad del amor, independientemente de la forma que vaya adoptando con el transcurso de los hechos.
—¿Se trata de una historia autobiográfica? Si es así, ¿cómo lograste distanciarte para ponerlo en palabras?
—Con respecto al carácter autobiográfico de la novela, en principio podría decir que está basada en algunos hechos reales, cosas que sí me pasaron, pero que apenas tomé como plataforma de construcción ficcional. Es decir, utilicé esos hechos como materia prima para después construir un texto que para mí tuviera valor literario. No soy muy amante de lo autobiográfico en el sentido estricto, de un autor o una autora detallando partes de su vida de una manera tan fidedigna, porque básicamente me da la sensación de que es un recurso desaprovechado. La ficción creo que vuelve cualquier historia más potente, más interesante, más profunda, y que alguien me cuente su vida en un libro me parece un poco desaprovechar esa potencialidad que da la ficción. Entonces, ¿es autobiográfica? No sé cuál sería el porcentaje que me diría cuán autobiográfica es. Está basada en algunos hechos reales, sí; para mí no alcanza para ser autobiográfica. Pero, bueno, eso queda más a criterio de quien lo quiera juzgar.

Francisco Moulia, Debret Viana, Lala Sosa y Federico Jeanmaire (de der. a iz.), en la presentación de "Amor seco" en Buenos Aires. - Créditos: Gentileza Francisco Moulia
—Tu novela me recordó, de algún modo, Los llanos, de Federico Falco, que comenta en hace un breve análisis de tu libro en la contratapa. ¿Te sentís cerca de la literatura de Falco? ¿En qué sentido?
—Con respecto a la literatura de Federico Falco, para mí hay algunos puntos de contacto, de encuentro, entre Amor seco y Los llanos. Hay contextos parecidos, ya sea emocionales por parte de los protagonistas como incluso geográficos o de paisaje.
No sé si eso necesariamente me hace sentir cerca de su literatura, pero por lo menos, como dos autores contemporáneos, sí se dio que terminamos prestándole atención a dónde estamos, porque acá Federico vive cerca, somos casi vecinos, y en ese sentido narrar también desde un lugar de pertenencia y desde un sentido de pertenencia al contexto y al paisaje en el que vivimos, y en esa necesidad de dejar un registro de ese contexto, sí podría decir que hay un punto de encuentro. Después creo que, bueno, cada uno tiene su búsqueda.
—¿Por qué te interesó sumar el ChatGPT como experimento en un capítulo? ¿Qué reflexión te dejó como escritor?
—La cuestión de sumar el ChatGPT a la novela, que es apenas un brevísimo capítulo, en realidad tenía más que ver con una inquietud y una necesidad del narrador. Al narrador le hubiese gustado otro tipo de final y, al sentirse imposibilitado para escribirlo, inventarlo o crearlo, recurrió a esta nueva herramienta. En algún punto también hay una especie de poner a prueba este recurso y, un poco, la desilusión del narrador con respecto al resultado me representa. Era, de alguna manera, tratar de reflejar una idea, un pensamiento que yo tengo como autor y como ser humano, que es justamente eso: que hay determinadas experiencias que no son transferibles y que necesariamente tienen que ser narradas desde quien las vivió, quien las disfrutó, quien las sufrió. Y que en esa imperfección de lo humano está probablemente la riqueza de lo humano, y la literatura, en ese sentido, me gustaría que nunca perdiera eso: su cuota de humanidad, de imperfección y de experiencia intransferible de quien la narra.
—¿Qué es el amor para el protagonista de tu novela? ¿Y para vos?
—Creo que tanto para el narrador como para el autor el amor es, por un lado, un accidente, algo que simplemente pasa, que no se controla, que obviamente tiene consecuencias y que, si tiene causas, nunca a nadie se le ocurre preguntarse tanto en ese momento por qué está pasando lo que está pasando. Y después evoluciona en algo que se vuelve una especie de riesgo, algo en lo que se ponen en juego cosas, donde se puede ganar tanto como se puede perder, donde se puede disfrutar tanto como se puede salir herido. Y en ese sentido creo que es el más sano de los riesgos. Es un riesgo que genera un sentido de complicidad, de pertenencia, de equipo con una persona, hablando fundamentalmente del amor sexo-afectivo o de pareja. Y en relación con eso, creo que el narrador, en la novela, va desmenuzando que también el amor es algo orgánico y, como todo lo orgánico, tiene un tiempo, un estado de madurez, un estado de cadencia y un estado de putrefacción. Y que, bueno, hay que saber cómo acomodarse y afrontar los diferentes momentos del amor.
—En una novela reciente, Cécile, de Andrés Pescumo, también aparece el amor entre dos personas de distintos países. ¿Cómo creés que influyó en tus personajes la extranjería en el amor?
—El amor entre dos personas que vienen de países diferentes obviamente tiene características particulares. Cada quien trae su biografía, su realidad socioeconómica, su lengua, y eso son circunstancias que hay que ir encastrando, que hay que ir viendo cómo se acomodan. Cuando ese amor está en estado de gracia, de crecimiento, de madurez, de efervescencia, ese encastre es mucho más fluido, más natural. Y cuando de repente ese voltaje del amor empieza a decrecer, quizás esas diferentes circunstancias sí se ponen un poco más de relieve. En el caso de los protagonistas de la novela, lo que se pone en juego también es que cada quien tiene sus raíces en sus países y que, a la hora de querer ver cómo se puede resucitar esa relación, la circunstancia de estar en continentes diferentes también jugó un papel. En ese sentido, no había tanta facilidad para seguir probando cosas y quizás eso fue de ayuda para los protagonistas, porque se ahorraron seguir en esa agonía que no le servía a ninguno de los dos.
—Esta novela podría ser una película: ¿te gustaría que se filme y cambie de formato?
—Sí, me interesaría que la novela también tuviera su formato de película. Creo que a cualquier persona que escribe le seduce la idea de ver cómo alguien proyecta en imágenes eso que extrae del texto y, obviamente, llevarlo a la potencia masiva del audiovisual implicaría que la historia tenga más alcance. Y en ese sentido, por lo menos en mi caso, al estar conforme con la historia que conté, la ilusión de quienes hacemos algún tipo de obra es que llegue a la mayor cantidad de gente posible. Así que sí, me gustaría verla en cine.
—Estás viviendo en Córdoba: ¿cómo fue para vos tomar distancia, alejarte de tus afectos y del circuito cultural que se produce más que nada en Buenos Aires?
—Esto de vivir en Córdoba… A ver, es muy difícil tomar una decisión en donde no se sacrifiquen cosas. Creo que siempre hay algo que queda afuera, sea cual sea la decisión. Cuando me vine a vivir acá hace tres años, sentí que lo que sacrificaba de vivir en Buenos Aires no me pesaba tanto. Los vínculos los sigo sosteniendo, la relación con las oportunidades culturales que hay allá la sigo manteniendo, trato de estar atento e ir para seguir conectado con todo eso. Pero después, el ritmo y el estilo de vida que tengo acá potenciaron todo lo que más me gustaba de mi vida, y entre esas cosas, escribir. Creo que es un contexto muy fértil para concentrarse, para tener tiempo para diferentes cosas. En un contexto como este, una persona tiene un poco más de control sobre su tiempo y sobre lo que quiere hacer con ese tiempo. No hay tanto frenesí, no hay tanta vorágine como en Buenos Aires, donde muchas veces ese tiempo —y las cosas para hacer en ese tiempo— te los impone ese ritmo frenético que tiene la ciudad.
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