
Literatura feminista y deseo: El fuego está en otra parte, una novela que da voz a la amante
En El fuego está en otra parte, Marga Clavell se anima a escribir desde el punto de vista de quien suele ser silenciada: la mujer que ama desde el margen. Una historia profunda sobre el deseo, la maternidad y las estructuras que limitan.
30 de julio de 2025 • 14:21

El fuego está en otra parte, la primera novela de Marga Clavell (Ediciones Corregidor) - Créditos: Gentileza Marga Clavell
¿Qué pasa cuando una historia de amor nace en el borde, en el margen de lo permitido? ¿Qué arde cuando ese deseo no puede nombrarse, pero lo enciende todo? En El fuego está en otra parte (Ediciones Corregidor), su primera novela, Marga Clavell se sumerge en el universo de la amante, una figura tantas veces reducida al estereotipo o al silencio, para iluminarla desde dentro. Lo hace con una escritura precisa, simbólica, cargada de matices, que invita a repensar los vínculos, el deseo, el duelo y la noción de familia.
Ambientada en una Buenos Aires improbable, cubierta por la nieve, la historia transcurre en un solo día, pero atraviesa años de emociones contenidas, secretos y redefiniciones. Con referencias míticas —como la figura de Prometeo— y una fuerte pulsión simbólica —el fuego como deseo, pérdida, transgresión y también liberación—, la novela de Clavell propone una mirada íntima y política sobre lo femenino, lo no dicho y lo que todavía queda por narrar.

Portada de El fuego está en otra parte, de Marga Clavell (Ediciones Corregidor) - Créditos: Gentileza Marga Clavell
- ¿Por qué te interesó escribir esta novela, que es la primera para vos? ¿Cómo surge la historia?
- Creo que una de las metas de la literatura es darle voz a personajes sojuzgados, estereotipados, para lograr generar miradas reveladoras y una mayor empatía entre los seres humanos. La historia nació de una mezcla entre inquietudes propias y observadas, pero sobre todo de una necesidad de entender lo que hay detrás de los vínculos que no encajan en los moldes tradicionales. Siempre se prejuzga o se invisibiliza la figura de la amante: parece que no tiene derecho a hablar, a contar su historia. Por eso, con la libertad que te da la literatura, quise darle voz a ese personaje, explorar su humanidad, sus contradicciones, sus deseos. La ficción me permitió hacerlo con osadía, sin moralinas, sin pedir permiso. No es una visión con pretensión de dogmatismo, es simplemente una mirada. Y desde ese comienzo, la historia fue creciendo sola, como ocurre generalmente.
- El fuego está muy presente, desde el título. ¿Cómo surge ese elemento que está de diferentes formas: como metáfora, como un acto real, como contrapuesto a la nieve?
- El fuego llegó a la novela de la mano de la nieve, tal vez incluso antes del desarrollo de la historia. Era una imagen insistente, desde un plano más simbólico que narrativo. Me fascinaba su ambigüedad: el fuego que abriga pero también consume, que purifica y destruye. Decidí situar la historia en un día improbable, blanco, congelado, y en una ciudad como Buenos Aires, donde casi nunca nieva. El frío externo así contrasta con lo que arde por dentro: el deseo, la pérdida, lo no dicho, lo que se oculta. La protagonista principal, Lucía, —la amante, esa figura habitualmente silenciada— atraviesa esas 24 horas entre el hielo de lo establecido y el fuego de lo que no puede continuar igual. El título, El fuego está en otra parte, alude a una búsqueda esencial: a veces el calor verdadero está lejos del hogar, en territorios no legitimados, en pasiones incómodas, en decisiones que parecen llevar al fracaso pero que finalmente salvan.
- ¿Por qué te interesó sumar a Prometeo?
- Creo que Prometeo aparece como un eco inevitable cuando se habla del fuego, pero en el caso de mi novela no lo incorporé desde la erudición, sino desde la intuición. Encuentro conmovedora la figura de quien desafía el orden impuesto para darle algo vital a los humanos, aunque el costo sea altísimo. En la novela, la protagonista —como Prometeo— cruza una frontera prohibida: se atreve a vivir un amor que no le corresponde según las normas. Ella de alguna manera roba el fuego, lo sostiene, lo mantiene encendido en secreto. Y también paga un precio por eso. Me interesaba la dimensión ética del mito, no solo la tragedia. ¿Qué se arriesga cuando una se entrega a lo que arde, a lo que está vivo, aunque eso signifique romper con lo dado? Prometeo me sirvió como símbolo de esa desobediencia luminosa.
Por otro lado, pienso que escribir puede ser en sí mismo un acto prometeico. Tal vez implica bajar algo que no estaba permitido decir, algo que tal vez el entorno —o una misma— hubiera preferido callar. Como Prometeo, el escritor arriesga al nombrar lo que quema, lo que no encaja. En esta novela, escribir desde la voz de la amante fue justamente eso: correr el velo, desafiar una mirada que suele reducirla al estereotipo o la condena. La escritura misma se vuelve entonces un fuego robado: ilumina lo oculto, pero también puede quemar a quien lo trae. Y sin embargo, vale la pena. Es un intento de quemar el frío de lo impuesto.

Marga Clavell, autora de El fuego está en otra parte, explora las formas del deseo amoroso. - Créditos: Gentileza Marga Clavell
- ¿Es el "deseo" el que siempre está en otra parte en los personajes de tu novela?
- Sí, en parte El fuego está en otra parte también habla de eso: de un deseo que no está donde debería estar, o donde se espera que esté. Los personajes están atravesados por deseos desplazados, reprimidos o simplemente no correspondidos. Y me refiero al deseo no solo como pasión amorosa, sino como deseo de sentido, de libertad, de ser mirados. La amante desea desde un punto de vista erótico, claro, pero también desea ser vista como algo más que una sombra. La esposa desea sostener un orden que ya no existe. El marido, al morir, deja no solo un vacío, sino también una red de deseos insatisfechos. En todos ellos, el fuego está, pero no en el centro; está desviado, oculto, muchas veces en lugares impropios. Y eso también los define. Porque desear algo 'en otra parte' es a la vez una condena y una forma de sobrevivir.
- ¿Qué idea logra tramitar la protagonista respecto de la idealización del hombre del que se había enamorado?
- Creo que lo que la protagonista logra tramitar no es tanto una conclusión cerrada, sino una comprensión, quizás más lúcida y dolorosa a la vez. Durante mucho tiempo idealizó a ese hombre, y no solo como amante, sino como un refugio, un absoluto, casi una promesa de sentido. Pero cuando él muere, y el vínculo ya no puede sostenerse desde el deseo ni desde el secreto, ella empieza a ver las fisuras: lo que él no pudo, lo que no quiso, lo que no fue. Y no es que se trate de demonizarlo, sino simplemente de soltar la imagen que ella misma había construido. El amor no desaparece, pero se vuelve más terrenal, más humano. Y en ese duelo, no solo por él sino por la idea de él, hay una forma de liberación. Lucía, la protagonista, logra evadir la trampa de la idealización. El fuego, de distintas maneras, la purifica, pero también deja cenizas, claro.
- ¿Hay una especie de sororidad entre las dos mujeres, pese a ser esposa y amante? ¿Al menos creés que podría rozar a Lucía ese sentimiento?
- Sí, creo que hay algo de empatía que roza a Lucía, aunque no lo pueda nombrar del todo. No es una sororidad plena ni explícita, porque entre ambas existe un duelo de silencios, de posiciones que socialmente se perciben como opuestas. Pero con la muerte del marido se disuelven ciertas jerarquías, ciertos pactos tácitos. Ya no se trata de pelear por un lugar, sino de habitar la pérdida desde distintos bordes. Lucía empieza a intuir, quizá por primera vez, que esa otra mujer —la esposa— también había sido excluida, también había vivido su propio exilio afectivo dentro del matrimonio. A su manera, la esposa también es la “otra”. Y eso genera una especie de empatía silenciosa, sin palabras ni gestos heroicos, pero real. Me interesa esa zona ambigua, donde dos mujeres que jamás se eligieron pueden, sin buscarlo, mirarse de reojo y reconocerse. No en el dolor compartido por el mismo hombre, sino en la experiencia de haber sido orbitadas por él, cada una desde su propia sombra.
- Sobre el duelo amoroso: ¿es más fácil cuando hay decepción/desidealización del ser amado?
- El duelo amoroso nunca es fácil, pero creo que la decepción o la desidealización pueden abrir una rendija por donde respirar. Mientras idealizamos al otro, una parte de nosotras sigue aferrada a algo que no existe, o que existió sólo en el plano del deseo. La decepción, en cambio, aunque duela, es una forma de verdad. En la novela, Lucía no deja de amar, pero en un punto sí deja de sostener la ilusión. Y eso es un giro fundamental. No porque el dolor se apague, sino porque cambia de forma: deja de ser espera, deja de ser fantasía. Es una tristeza más lúcida, menos romántica, pero también más habitable. El duelo, en ese sentido, no es solo por el otro, sino por lo que una fue en relación a ese otro. Y a veces la desidealización puede ser la única puerta de salida.
- Se menciona un caído en Malvinas: eso me llevó al concepto de soberanía, que está bastante en debate hoy. ¿Creés que algo de este concepto se lee en tu novela? (pensando a la soberanía no sólo de un país sino de una persona).
- Tal vez podría mirarse de ese modo. Mi novela no plantea una tesis política, pero la palabra soberanía muchas veces disfraza un eco profundo. Con la mención de un caído en Malvinas, la narración entra en una memoria colectiva que atraviesa a los personajes sin que necesariamente puedan nombrarla. Claro que, como bien lo sugerís, también hay otra soberanía en juego, más íntima, más silenciosa: la de una mujer que intenta recuperar el control sobre su propia historia, su deseo, su dolor. Lucía —la protagonista— comienza por ser una extranjera en su vida, girando en torno al deseo de otro, a los tiempos de otro. Parte del proceso que vive en las 24 horas que dura la narración es la recuperación del territorio interior. No es grandilocuente, no es épico. Pero sí es profundamente humano. Y ahí el concepto de soberanía cobra otra dimensión: no como dominio, sino como derecho a narrarse a una misma, a tomar decisiones incluso cuando no hay garantías. Es en este sentido que la novela dialoga con la soberanía personal como una forma de emancipación, aunque sea frágil o incompleta.
- La novela habilita a pensar en el concepto de familia: ¿qué conceptos de familia se te fueron armando en esta ficción?
- Mientras escribía, me fui dando cuenta de que mi novela no solo trata sobre un vínculo amoroso, sino sobre cómo se construyen y se fracturan ciertas ideas de familia. Es decir, la familia como institución, pero también como relato. Lo que se hereda, lo que se oculta, lo que se espera. Hay una familia formal, la del matrimonio, que ya está quebrada aunque siga en pie. Y existe también otra, más invisible, más clandestina, que es la que Lucía habita desde la periferia: una familia de a dos que nunca se reconoce como tal, pero que en varios temas alcanza mayor intimidad que la familia tradicional. Me interesaba trabajar esas formas laterales de lo familiar, esos vínculos que existen al margen de lo permitido pero que también son intensos, afectivos, incluso amorosos. La novela no propone una respuesta definitiva, pero sí permite la formulación de preguntas: ¿quién decide qué vínculos valen?, ¿desde dónde se define la pertenencia?, ¿puede haber lealtad fuera del marco legal o socialmente aceptado? En ese sentido, los conceptos de familia que emergen son múltiples, contradictorios, imperfectos. Como los propios personajes, y como la vida misma.
- ¿Creés que tu novela dialoga con otras de autoras contemporáneas tuyas? ¿Con quiénes, con qué obras y por qué lo sentís así?
- Sí, creo que siempre que escribimos una novela estamos de alguna manera dialogando con autores contemporáneas que indefectiblemente nos han interpelado con sus relatos. Somo también, cada uno de nosotros, todo lo que hemos leído. El fuego está en otra parte dialoga seguramente con aquellos escritores que exploran lo íntimo desde lo frágil, lo marginal, lo simbólico. Prefiero no dar nombres, porque ningún listado sería completo, pero son los autores que han sabido explorar la melancolía como forma de identidad, el amor en sus mil matices, retratar ciudades o lugares como cuerpos que también desean, en síntesis, acariciar las fibras más íntimas del ser humano. Todos ellos, desde distintos registros, escriben de alguna manera desde lo que arde: el deseo, la pérdida, la distancia, el desamor, el lenguaje cuando falla. El fuego está en otra parte quiere ser parte de esa conversación sin punto final.
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