
¿Las personalidades narcisistas siempre hacen daño?: esto responde la psicología
En tiempos en los que el narcisismo se señala con ligereza, esta nota invita a mirar más allá de la etiqueta. ¿Qué hay detrás de una personalidad que necesita sostener una imagen idealizada?
8 de junio de 2025

Las personalidades narcisistas: ¿siempre son dañinas? - Créditos: Canva
La palabra “narcisismo” se convirtió un comodín en redes sociales ya que se usa para señalar a personas egocéntricas y egoístas, como para nombrar a aquellas que no responden un mensaje a tiempo. Pero más allá de cómo lo nombramos hay una pregunta más incómoda que suele quedar resonando: ¿las personalidades narcisistas siempre hacen daño?
No siempre de manera intencional, pero cuando alguien no logra registrar al otro como un sujeto distinto de sí, el daño resulta inevitable. La pregunta, entonces, no es solo qué provocan en los demás, sino también qué ocurre en quienes no pueden dejar de sostener una imagen idealizada de ellos mismos.
Lejos de tratarse de un exceso de amor propio, el narcisismo puede surgir como respuesta a una fragilidad psíquica profunda. El apego a una versión idealizada no expresa seguridad, sino la imposibilidad de habitar otras formas más vulnerables. Cuando esa imagen se debilita todo lo demás pierde estabilidad. Por eso, a las personas con rasgos narcisista muchas veces les cuesta aceptar una crítica, reconocer un error o soportar la distancia ya que pone en riesgo el único sostén disponible: su imagen.
Esto no implica que cualquier persona que busque reconocimiento quede atrapada en esa lógica ya que el deseo de ser visto forma parte de la experiencia humana. La diferencia aparece cuando la mirada del otro se vuelve indispensable, o cuando la ausencia de ella desestructura todo su mundo interno.
Recuerdo el caso de Mariel, una mujer de 60 años que hacía más de un año que no hablaba con sus hijos; ella llegó a consulta por sugerencia de una amiga. “No me llamaron más después de una discusión; ellos sabrán por qué”, decía. Afirmaba que siempre había sido clara y que no hablaba desde la bronca. Con el tiempo, esa firmeza comenzó a mostrar fisuras. Un día, con la voz quebrada, dijo: “Yo siempre puse todo, pero nunca fui prioridad para nadie”. En ese momento se reveló algo más profundo: No era la indiferencia lo que sostenía su dureza, sino una herida más profunda que se había instalada hace muchos años. La sensación persistente de no haber sido vista le dolía y con los limites que marcaron sus hijos al evitar el contacto, esa herida pareció volver a abrirse.
Para Mariel, reconocer un error implicaba cuestionar la imagen completa que había construido de sí misma, por eso le costaba tanto: sostener su versión no era un capricho, sino una forma de mantenerse en pie. No se trata de justificar, pero sí de comprender. Cuando alguien estructura su identidad en torno a una imagen idealizada cualquier diferencia, crítica o frustración puede vivirse como una amenaza desbordante. En muchos casos, el inicio de un proceso terapéutico comienza justamente allí: en la posibilidad de mirar esa herida sin desmoronarse.
En Psicología de las masas y análisis del yo, Freud retoma una fábula de Schopenhauer que ilustra bien esta tensión en el lazo con los otros. Cuenta que un grupo de puercoespines, en un día de mucho frío, intenta acercarse para darse calor. Pero al hacerlo, se lastiman con sus propias espinas entonces se alejan, sin embargo, el frío los obliga a buscarse nuevamente. Así, una y otra vez, hasta encontrar una distancia posible: ni tan cerca como para herirse, ni tan lejos como para congelarse.
Quizás el desafío, también en el narcisismo, consista en eso: encontrar una distancia posible entre uno mismo y los demás, una distancia que no queme ni congele, que permita algo de cercanía sin salir herido. Y para quienes conviven con alguien que se sostiene en una imagen idealizada, esta metáfora también puede ofrecer una orientación. No siempre se trata de acercarse más o de alejarse del todo, sino de poder estar sin lastimarse.
En definitiva, ese equilibrio —tan difícil como necesario— no es exclusivo del narcisismo. Es parte de cualquier vínculo. Ni tan cerca que me quemo. Ni tan lejos que tengo frío.
Por Ornella Benedetti, gentileza para OHLALÁ! Ornella es psicoanalista, coautora de Imperfectos y Verdades no dichas.
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