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La tendencia de las tradwives: ¿qué encarnan y qué vienen a proponer?

En un presente marcado por la crisis climática, la precariedad y la incertidumbre, surge la tentación de idealizar un pasado que nunca existió. El fenómeno de las “tradwives” muestra cómo la nostalgia se convierte en estética, identidad y herramienta política para reinstalar viejos mandatos de género.


La tendencia de las tradwives: ¿qué encarnan y qué vienen a proponer?

La tendencia de las tradwives: ¿qué encarnan y qué vienen a proponer? - Créditos: Getty



El futuro dejó de ser promesa y se convirtió en amenaza. Crisis climática, precariedad laboral, epidemia de soledad, ciudades que parecen expulsar a sus locales, en pos de los turistas. ¿Qué horizonte puede ilusionar a alguien que tiene veinte años y siente que lo poco que tiene es prestado? ¿Que no puede afrontar un alquiler (mucho menos pensar en comprar su propio hogar) porque airbnb es mucho más rentable para alguien con una propiedad extra. Frente a un escenario de tanta incertidumbre, aparece un recurso cultural que no es nuevo: idealizar un pasado que nunca existió. No como memoria, sino como refugio. A eso, en Ciencias Sociales, lo llamamos Retrotopía.

​​Y pocas expresiones encarnan tan bien esa nostalgia convertida en estilo de vida como las “tradwives”. Mujeres jóvenes —generación Z en su mayoría— que en redes se presentan como esposas tradicionales, y que hacen de esa mirada hacia atrás no solo un discurso, sino una estética, una identidad y hasta una promesa de salvación personal.

¿Qué muestran? Cookies recién horneadas en cocinas que parecen de juguete, vestidos de muñeca, hijos de catálogo, hogares que parecen salidos de un anuncio de los años 50. ¿Qué proponen? Volver a un rol claro, simple, ordenado: la mujer en la casa, cuidando y nutriendo, el marido proveedor, la familia “tipo” como núcleo de sentido. ¿A qué se oponen? A la equidad, a los feminismos, a la intemperie de un presente que, para ellas, parece inhabitable.

 

El fenómeno de las “tradwives” no es aislado y convive con estéticas que hoy son tendencia: la “clean girl”, el “old money look”, los colores neutros, la prolijidad extrema. Una especie de minimalismo extremo que está en las antípodas de lo diverso y lo excéntrico, y que busca pureza, silencio, corrección. Piel perfecta, maquillaje que parece que no es maquillaje, delgadez elegante, casas ordenadas como quirófanos. Un mundo de filtros beige donde todo está bajo control.  Pero ojo, porque lo que se vende en Instagram con estética aparentemente inocente, está más cerca de la política que de la moda: es la versión soft de un orden conservador. Una mujer callada, siempre impecable, sin estridencias ni excesos.

Porque la nostalgia no es inocente. Es un dispositivo de poder. Y cuando la derecha habla de “volver” —volver al orden, a los valores, a la familia— lo hace con un packaging pastel que parece tierno pero que encierra un mensaje disciplinador. Lo que se vende como una “opción libre” para las mujeres, en realidad reinstala un modelo desigual que fue (y sigue siendo) durísimo para generaciones enteras. La casa limpia, los niños felices y la esposa sonriente son, en la práctica, apenas un espejismo con un trasfondo de horas infinitas de trabajo no pago, silencio frente a la violencia doméstica y ausencia total de autonomía económica.

Las jóvenes, muchas aún adolescentes, que siguen cuentas tradwife nunca vivieron eso. No saben lo que significaba depender de un marido, no tener salario propio, no poder divorciarse. Lo que consumen no es memoria, es un collage. Un simulacro. Una versión idealizada que nunca existió. Y esa es justamente su potencia: en un presente donde el futuro parece inhabitable, el pasado maquillado se vuelve una alternativa muy atractiva.

Pero no estamos volviendo a los años 50. No hay regreso posible. Lo que existe es una puesta en escena, un museo viviente del patriarcado reciclado como aspiración lifestyle. El hogar con pan casero y delantal bordado se transforma en contenido de TikTok, el sometimiento se disfraza de “elección”, y la subordinación se vende como aspiracional. Como si la opresión pudiera ser tendencia.

 

La pregunta que más se repite entre las mujeres de mi generación (millennials y más) es ¿cómo puede ser que después de décadas de luchas, y discusiones que parecían saldadas, las nuevas generaciones lejos de ser más libres, sueñen con volver a los brazos del opresor?. Y la respuesta tiene que ver con el miedo.

Cuando el futuro da vértigo, la promesa de un pasado ordenado resulta reconfortante. El problema es que ese orden se construyó sobre desigualdades brutales. Volver a esa postal es, en realidad, borrar la historia. Borrar las luchas, las voces que rompieron con ese molde, las vidas que quedaron arrasadas bajo esa idea de “familia perfecta”.

Las tradwives, entonces, son mucho más que un fenómeno en redes: son un síntoma. El síntoma de una época donde imaginar alternativas parece imposible. Si el futuro dejó de ser un espacio habitable, lo único que queda es reciclar ruinas. Y la derecha lo entendió bien: convirtió la nostalgia en arma política, y la vistió de colores pastel.

Como antropóloga estoy convencida que el desafío es otro: no se trata de ridiculizar a esas jóvenes ni de decirles “esto ya fracasó”, si no de tratar de entender qué vacío llena ese relato. Y de construir narrativas que ofrezcan algo más que un regreso al silencio. Porque la memoria no puede ser mercancía, ni la sumisión puede maquillarse como estética.

Las tradwives no nos hablan a nosotras: les hablan a las pibas que todavía no vivieron lo que implica “volver” a ese rol. Y ahí está la urgencia. No alcanza con decirles que es una trampa: tenemos que mostrar que hay alternativas reales de comunidad, de autonomía, de deseo. La salida no está en reciclar ruinas, sino en ensayar futuros que duelan, que fallen, que se equivoquen, pero que al menos sean nuestros. Porque si algo enseñan las tradwives es que cuando no imaginamos alternativas, otros las imaginan por nosotras. Y siempre es para volver a encerrarnos.

Por Agustina Kupsch, gentileza para OHLALÁ!

Nota de la editora: un ejemplo de la expansión de esta tendencia: en Instagram hay un Club de las tradwives.

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